13- Final

El final de la mini serie.

M. No era capaz de mirarla, ni tan siquiera de moverme. Mantenía mis manos en el volante del coche en estado de rigidez total. Se que su cabeza estaba descansando en mi hombro. – "Me siento incómoda"

P. Aparté la cabeza y la miré atónita. No la entendía. Todas y cada una de las cosas que decía no se correspondían con sus actos ni con sus gestos. Me confundía constantemente. – "¿Por qué?"

M. Odiaba que me pidiera explicaciones, y se que era raro que lo hiciera. Realmente no quería decírselo, era tan difícil hablar con alguien que, a pesar de todo el daño que le pudieras hacer, seguía tratándote con respeto y con cariño. – "Por que si. No creo que a la rubia le pareciese muy bien esto. Y a mi tampoco."

P. ¿A la rubia? Que coño me importa a mí la rubia. La rubia no estaba en el coche, pero si ella y yo. La rabia me estaba carcomiendo por dentro otra vez y trataba por todos los medios que no saliera a flote. –"Se que no estuvo bien lo que hice, pero no estamos aquí ahora para hablar de lo que hago o dejo de hacer con el resto. Y a ti no te parece bien esto, pero, ambas sabemos que no somos pareja porque tu no quieres."

M. Seguía sin poder mirarla, pero si notaba su mirada clavada en mi. Estábamos en esa conversación de la que siempre huía porque ella tenía razón, pero una vez mas… -"No quiero hablar de esto. Es mejor que te calles y dejemos las cosas como están."

P. No daba crédito a lo que estaba escuchando, una vez mas me estaba mandando silenciar mis sentimientos. –"Hoy no, no pienso dejarlo así. Nunca en mi vida me ha costado tanto olvidar a alguien."

M. A mi tampoco. Pero eso de lo que había pecado durante toda mi vida, volvió a mi para acabar metiendo la pata. No era capaz de decirle nada a eso. No podía.

P. No me miraba, no me contestaba. Estaba allí agarrada al volante, debía tener miedo de que se lo robara o algo así. Mi rabia me impidió cerrar la boca y, si ella no hablaba, lo haría yo. No podíamos seguir así. –"¿No vas a decir nada? No me puedo creer lo que pasó ayer, ni que me mandaras ese mensaje hoy. ¿No ibas a darme una explicación?"

M. Tenía razón, pero no me gustaba el tono que estaba empleando conmigo. No tenía derecho a exigirme nada. Odiaba el hecho de que, hacía un par de horas había decidido decirle toda la verdad de mis sentimientos y ahora no era capaz. –"No me hables de darte explicaciones. Tú lo has dicho, no somos pareja. Lo de ayer fue… mira, estabas tendida en el suelo y…"

P. ¡Que no te hable de explicaciones! –"¡Me desnudaste y me follaste estando inconsciente!¡Me tuviste todo el día en ascuas sin saber ni lo que me había pasado!¡Y te presentas hoy aquí y esperas que deje lo que estoy haciendo como siempre!¡No soy…"

M. Ya se estaba empezando a pasar. Una cosa es que hoy estuviese dispuesta a abrirme un poco mas a ella y otra que intente rebajarme a la altura del betún. –"Tal vez preferías morir hipotérmica. Y te recuerdo que te llamé y no contestaste el teléfono."

P. Y si no contesto al teléfono llamas a otro para que te diga donde estoy. No entiendo por qué me tiene que martirizar así. –"Bien, pues, dime entonces, ¿A que has venido? ¿Qué pasó ayer? Dime algo para que, como siempre, no me tenga que imaginar las cosas que vienen de ti.

M. Eso fue un golpe bajo. ¿Qué nos había pasado? ¿Dónde se había quedado esa complicidad que habíamos creado? –"Ayer estaba paseando y te vi. Te di las luces para saludarte y te llamé para que no te asustaras. Saliste corriendo y chocaste contra una farola. Y hoy he venido para ver si estabas bien y para decirte que… Siento no haber dado señales durante todo el día pero…"

P. Genial, las luces y las voces eran las suyas. Mira que soy idiota. Como dice el refrán, a demás de cornuda, apaleada. –"Me sorprende esa facilidad tuya para dejarme siempre en ascuas. Me confundes siempre. Y me haces sentir una idiota al hacerme ver que sigo enamorada de una persona que no me corresponde. Lo único que encuentro…"

M. No, por favor, no sigas por ahí. No era el momento de que me preguntara por lo que sentía. Bueno, realmente, para mi nunca era un buen momento para hablar de sentimientos. –"Solo intento hacer lo que creo que es mejor para ti, o para mi, no lo se. El caso es que me gusta estar contigo pero no se si puedo mantener una relación estable…"

P. ¿¿??. –"Lo mejor para mi. Lo mejor para mi lo se yo, y, que yo sepa, nunca me has preguntado lo que quiero. Parece ser que eso no tiene validez para ti. Creo que no sabes lo que quieres. Ya te lo dije una vez y te lo vuelvo a decir ahora, no puedes jugar con los…"

M. No, no, no. No te quiero escuchar. –"Sabes de sobra que mi situación es complicada"

P. –"No, lo cierto es que la complicas tu."

M. –"No siento lo mismo que tu, ya te lo he dicho. No entiendo por que insistes." Yo y mis malditas formas de zanjar las conversaciones que tengo con ella. Pero, ¿por qué lo sigo haciendo?

P. Para decirme eso era mejor que me hubiese clavado un cuchillo. Hacía tiempo que había dejado de interpretar lo que decía. Pero esa vez sus ojos me estaban hiriendo. Intenté decir algo, pero toda la rabia acumulada solo hizo que las lágrimas rodasen por mis mejillas enrojecidas por la ira.

M. –"Mira, no se por qué no me mandas a la mierda. Si sabes que te estoy haciendo daño, hazlo. Ya no se que es lo bueno y que es lo malo. No te tapes, no esquives mi mirada. Que es lo que…". Estaba llorando. Una presión inmensa en mi pecho apenas me permitía respirar. Quería acariciarla, consolarla, besarla, pero no era capaz de moverme.

P. Estaba haciéndolo de nuevo, otra vez más. Sabía que me mentía y que esto no llevaba a ninguna parte. Maldito orgullo. Malditas contradicciones. Y lo más triste es que sabía que, aunque se redimiera y me dijera la verdad de sus sentimientos ya no tendría solución posible.

M. –"Es mejor que te olvides de mi".

P. –"¡¡¿A caso crees que no lo intento?!! Pero siempre que te tengo casi olvidada haces como el Ave Fénix y reapareces de entre las cenizas. No me has dejado ni siquiera despedirme de ti. De manera unilateral decidiste dejarlo de un día para otro."

M. No me digas que quieres una despedida, no, una despedida no. –"No me gusta despedirme de las personas que quiero volver a ver."

P. –"Depende de cómo las vuelvas a ver, y sabes que es así. Yo necesito decirte adiós."

M. Las lágrimas rodaban por mis mejillas sin poder evitarlo cuando me dijo eso después de secarse las suyas. La noté tan serena que me dio miedo. –"Pero si quieres no vuelvo hasta después del verano, o dejo de mandarte mensajes."

P. Me dolía tanto lo que estaba haciendo que lo único que deseaba era marcharme de allí, pero después de todo lo que había pasado, era lo mejor que podíamos hacer, tanto ella como yo. –"No lo hagas mas difícil, sabes que esta situación ya no se puede seguir sosteniendo si seguimos así."

M. Tenía razón, pero no quería pasar por el trago de la despedida porque sabía que eso lo haría definitivo. –"No se si es buena idea. No se si estoy preparada. Yo… yo…". Y volví a lo único que sabía hacer, encerrarme en mí una vez más. No era capaz de decirle nada y se que si lo hubiese hecho, quizás ahora

P. No se si quería escuchar eso o no, pero no lo dijo. No dijo nada. Y ahora no sabía que hacer. ¿Debía animarla a que lo dijera o no? –"¿No vas a decir nada?"

M. Era el final, se estaba acercando irremediablemente el momento en que había que decidir algo. –"¿Que haces?"

P. Ya no lo soportaba mas, no podía seguir allí dentro, con la mujer a la que amaba y que me amaba, pero no era capaz de que lo dijera. Abrí la puerta y me dispuse a salir de aquella cárcel que estaba coartando mi libertad, si no quería una despedida, no la tendría, pero no podía seguir así. Se que me preguntó, pero toda esa rabia y todo ese dolor no me permitían hablar.

M. No, no te vayas, no me dejes aquí así. No huyas como lo hago yo. Pero lo pensaba, no lo decía. Estiré mi mano y agarré su muñeca para que no siguiera son su camino. Estaba sentada de lado, con la puerta abierta y no me miraba.

P. Me sorprendió que me sujetara para no salir. Dudé por un momento si deseaba realmente continuar con aquello. –"¿Qué es lo que quieres ahora? ¿Vas a decirme algo o necesitas verme sufrir un rato más?

M. No era capaz de articular palabra. Las suyas me estaban hiriendo. La necesitaba y si, para eso debíamos despedir este trauma, estaba dispuesta a hacerlo. Pero temí que todo acabara allí.

P. Seguía sin decir nada y yo sin moverme. Noté como su dedo acariciaba mi antebrazo y giré mi cara para mirar la caricia. El desenlace llegó. Levanté la vista y encontré sus labios en pleno viaje hacia los míos.

M. Creo que esa fue la situación más rara de toda mi vida. Un nuevo ritual de despedida. Por primera vez no pensé en mí, pensé en nosotras y todavía me dolió mas mostrarme así en ese preciso momento. La besé con todo el amor del que fui capaz en ese momento, pero nunca sería suficiente para paliar todo el daño.

P. Sentí sus labios sobre los míos y mis manos se aferraron a su cabeza, abrazándola desesperadamente. Es increíble el dolor que somos capaces de causarnos entre nosotros mismo. Hacía unas horas estaba con una tía a la que dejé a medias, y ahora estaba con ella comenzando una despedida. Es irónico.

M. Sentía como su lengua se deslizaba sobre mis labios y la mía salió a su encuentro. Los besos que le había robado la noche anterior no tenían nada que ver con esto. Estos quemaban, mis labios ardían de dolor.

P. Sus manos acariciaban mis hombros y, de vez en cuando, de agarraban a mi cuello, pero nuestras bocas no se separaban. Podía escuchar perfectamente el agua de la lluvia golpear el coche, así como sentía su corazón en mi mano latiendo acompasado.

M. Pensé que, si lo decía ahora, aún no sería demasiado tarde. Pero no podía desprenderme de ella y, tal vez era mejor esto. Cuanto la quería, cuanto la extrañaba. Yo sabía sus sentimientos y pensamientos porque ella me los decía, pero yo… su mano estaba sobre mi pecho. Esa sutil forma en la que me acariciaba siempre

P. Ya de por si la situación era muy tensa, emotiva, pero mas acentuada si cabe por la incomodidad del "idílico" lugar del caso. Mi camiseta empezó a ir hacia arriba. Por segunda vez en dos días era ella la que me desnudaba a mí. Por cosas como esta siempre conseguía confundirme. Pero la quería tanto

M. Temí que me rechazara al querer sentir su piel sin tela de por medio. Estaba segura de que sería la última vez. Ella hizo lo propio conmigo y, la una a la otra, nos fuimos desnudando de manera lenta, mirándonos con esos ojos arrasados por la tristeza.

P. Por primera vez desde que habíamos empezado la despedida, me separé de sus labios para aferrarme a su pecho como un bebé hambriento. Ella acariciaba mi espalda y mi pelo. A penas recordaba la última vez que hubo tanto cariño entre nosotras dos. Su mano se posó en mi pierna y comenzó un arduo camino hacia mi sexo.

M. No pude evitar reírme y decirle: -"Se supone que la zurda eres tu, no yo". Y mi alegría fue más grande cuando levantó su cabeza con una sonrisa.

P. –"Eso es cuestión de práctica, nena". Fue gracioso el comentario y en ese momento decidí dejarme llevar como lo hacía antes. Lo que tuviera que pasar, pasaría de todos modos. La volví a besar en los labios y, a la vez que su lengua los abría, sus dedos entraron en mí, con mucho cuidado, haciendo pequeños movimientos que hicieron que mi temperatura aumentara.

M. La noté tan húmeda que me entraron ganas comérmela entera, pero no era el lugar apropiado para hacer eso por primera vez. Sus manos se aferraron a mis senos y, con sus dedos, hacía las delicias de mis pezones. Noté como la resistencia que imponía al principio empezó a ceder, dejándose llevar por la situación. Y yo traté de hacer lo propio.

P. Creo que la pasión, a veces, nos hace acomodarnos a todo tipo de situaciones, por muy inverosímiles que resulten. Las dos en los asientos delanteros del coche sin a penas reclinarlos. Su mano en mi entrepierna y la mía alcanzando la suya. Lo que esa mujer me estaba haciendo es tan difícil de describir. Supongo que por el tipo de posición en la que estábamos estaba tocando algo bueno, por que estaba a punto de llevarme al orgasmo sin a penas haberme tocado.

M. En el momento que alcanzó mi sexo empezó a jadear y yo también. Ella no alcanzaba a penetrarme, pero si a acariciar mi clítoris con esas formas imposibles que ella hace. No pude evitar agachar un poco mi cabeza y prenderme de su pezón. Gimió. Y yo también.

P. Notar sus dientes me hizo apurar mi mano. Me miró, apoyó su cabeza en mi hombro y yo en el suyo. El final se estaba acercando en todos los sentidos.

M. No se quien fue la primera, o si fuimos las dos a la vez, pero entre sudores, vapores, contracciones y gemidos, estallamos en un orgasmo con sabor agridulce.

P. Un tsunami involuntario de lágrimas inundó el pequeño habitáculo del coche, por ella, por mí, por las dos. Permanecimos abrazadas por mucho rato, sabíamos que se había acabado.

M. Sentía como nuestro llanto se confundía y como mis brazos la aprisionaban con fuerza para que no se alejara. Se fue separando despacio y fue poniéndose la ropa de nuevo. Ya no me miraba.

P. Seguía sin decirme nada de lo que sentía. Mientras se vestía, no apartó la vista de mí, pero yo me había cansado de hacer de intérprete de miradas. Cada vez que lo hacía me lo negaba y llevaba más y más palos.

M. Estaba cabizbaja y pensativa. Puse mi mano sobre la suya. Levantó la cara, me miró y con una triste sonrisa bajó del coche, alejándose de mí sin decir una palabra.

P. No pude aguantar mas allí, mi corazón estaba totalmente destrozado. Había tenido esperanzas hasta el final de que me dijera lo que sentía, y, una vez más, me falló. Subí a mi coche y miré por la ventanilla. Seguía lloviendo a mares. Creo haberla visto mirar también, pero no puedo jurarlo. Puse el coche en marcha para alejarme. –"Te quiero"

M. –"Te quiero"