13- El reflejo
El otro lado del cristal.
Cogí el coche para airear un poco mi cabeza, no soportaría pasar ni un minuto más en esa casa de locos. No hacía más que pensar en lo que estaba ocurriendo en mi vida, los cambios que habían supuesto para mí los últimos meses.
De estar sola pasé a tener a alguien, de ser hetero a ser lesbiana. Pasé de tener a esa persona que me entendía y me quería a dejarla porque sí, porque tenía miedo a necesitarla. Mi independencia emocional se vio truncada por una chica a la que a penas conocía y que de la noche a la mañana se había hecho casi imprescindible.
Todo iba bien entre nosotras, todo menos yo y menos algunas cosas que, quizás no entendía o no quería entender. Me excusaba a mi misma diciéndome que estar sola los nueve últimos años de mi vida me influía negativamente en mis relaciones con la gente, pero ella era distinta. Con ella me podía abrir, ser yo misma, hablarle de mi familia y sin hacer ningún esfuerzo me entendía. Incluso me decía que me tranquilizara, que todas esas cosas que le decía y que le hacía eran normales después de tanto tiempo encerrándome en mí.
Mientras recorría las carreteras sin rumbo fijo, las lágrimas rodaban por mis mejillas de la misma forma en que la lluvia golpeaba el parabrisas de mi coche. Sabía que no era muy seguro conducir en esas condiciones (tanto meteorológicas como mentales), pero no podía hacer otra cosa. Su imagen, los mensajes que me enviaba preguntándome por qué la castigaba así, los abrazos que me regalaba cada vez que me veía, independientemente de que ella estuviese bien o mal eran tantas y tantas cosas que no sabía si me podría perdonar a mi misma por lo que le estaba haciendo.
Un montón de luces me sorprendieron en medio de mis pensamientos, estaba en algún núcleo urbano, aunque no estaba muy segura en cual. Empecé a buscar alguna referencia para ubicarme cuando, como por arte de magia, la vi. Allí estaba ella totalmente empapada, caminando con paso firme hacia algún lugar. Hice señales con las luces y, abriendo la ventanilla, la llamé.
No contestaba y, de pronto se echó a correr como si le fuera la vida en ello. En ese momento no supe si escapaba de mi o se había asustado por algo. Después de un breve recorrido a carrera, se estampó contra una farola y quedó tendida en el suelo.
Me acerqué a ella y bajé del coche. Estaba inconsciente y con un buen chichón. Traté de despertarla pero era misión imposible. Como pude la subí al coche, estaba totalmente calada hasta los huesos, pero guapa como siempre.
Conduje hasta su casa y, con cuidado nos metí en el ascensor para hacerla entrar en calor. Estaba tiritando entre mis brazos y, mientras el ascensor nos portaba hacia su piso, yo iba buscando las llaves.
Entramos, no sin dificultad y nos dirigí hasta su cuarto. Con cuidado le quité toda la ropa mientras la tumbaba en la cama. Fui a colgar las prendas y me di cuenta de que yo también me había mojado mucho, entonces me desnudé también. Volví a su lado, seguía tiritando y, por muchas mantas que le puse encima, no dejaba de hacerlo.
Me tumbé a su lado, acariciándola con fuerza para que entrase en calor. Y juraría que, de vez en cuando recobraba el conocimiento, pero volvía a dormirse. Me puse sobre ella para darle más calor. Volver a sentir su cuerpo desnudo bajo el mío hizo que una descarga recorriera toda mi anatomía, era más de lo que podía aguantar.
Le iba hablando mientras frotaba con mis manos su cuerpo y, de vez en cuando parecía que quería abrir los ojos, pero no lo hacía. Recosté mi cabeza en su hombro y no pude evitar aspirar su aroma que me emocionaba desde la primera vez que estuvimos juntas. Sin poder controlarme ni un poco, empecé a repasar la piel de su cuello con mis labios. Oí un murmullo bajito que salía de ella y me incorporé para mirarla, estaba tratando de abrir los ojos.
Estaba asustada por su reacción, pero volvió a cerrarlos y una sonrisa se dibujó en su boca. Su mueca extraña de inconsciencia se había vuelto tranquila y sosegada.
Mirando su cara un suspiro escapó de lo más profundo de mí. Como la quería, no podía olvidar a esa mujer que ahora yacía casi inerte entre mis brazos. La besé dulcemente en los labios y, como si fuera un sueño, los entreabrió para recibirme. Cada vez tiritaba menos y yo cada vez sentía que la necesitaba más. Ese maldito sentimiento que me había hecho perderla.
Fui bajando por su cuello otra vez y llegué a sus pechos. Mientras una de mis manos era incapaz de alejarse de su cara, la otra se instaló en su sexo, haciendo lo poco que había aprendido durante el tiempo que habíamos estado juntas. La deseaba tanto, la quería tanto que no pude evitar las lágrimas que se empeñaban en recorrer mi cara otra vez. Sentía como su entrepierna se humedecía y mis dedos no podían ni querían evitar entrar en ella.
De pronto sentí sus manos en mi cabeza y quedé paralizada. Levanté mi mirada y pude escuchar un susurro de su boca: "Sigue". Me hizo sonreír, mientras una caricia cubría mi rostro. Era como si me estuviese haciendo un reconocimiento táctil. Sentí mucha alegría de que no me rechazara, me sentía feliz de poder apreciarla de nuevo, una vez más. Quería hacerlo despacio por si era la última vez que la tenía así, entre mis brazos.
Hice todo lo que me hacía ella a mí en un pasado que me había resultado eterno y caí en la cuenta de que quizás ella tan siquiera lo recordaría. Sentí de nuevo sus manos en mi cabeza, acariciando mi pelo y atrayéndome hacia sus labios de nuevo, se aferró a mi cuerpo con fuerza y volvió a desmayarse otra vez.
Pasé la noche en vela contemplando su rostro dormido, con ese chichón en medio de su cabezota, su cara de traviesa resaltaba mas así. Con el alba me levanté, no podía quedarme más tiempo. Hice café, me di una ducha como en los viejos tiempos y me tomé un tiempo para pensar en que hacer. ¿Y si no se acordaba de lo que había pasado? Tal vez se asustaría del golpe de la cabeza. Decidí dejarle una nota.
Antes de irme la observé un rato más. No sabía cuando volvería, me hacía daño verla y se que a ella también le dolía, me seguía queriendo, aunque no se si tanto como yo a ella. Acaricié su rostro, besé sus labios y abandoné el lugar que tantos y tantos recuerdos me traía.
De nuevo en mi coche, mirando la ventana por la que siempre se asomaba para despedirse de mí, me entraron ganas de volver y decirle lo que sentía y que lo sentía. Que me perdonase y que quería, necesitaba estar con ella. Metí la llave en el contacto y arranqué el motor, abrí la ventanilla más por costumbre que por necesidad y asomé la cabeza de nuevo para encontrarme con su vista fijada en mí, con cara de sorpresa. Le hice un ademán y totalmente acongojada partí hacia mi infierno personal sin ella.