13 El investigador privado

¿Como te enteraste de la infidelidad de tu pareja? Relatos basados en hechos reales que fueron contados por sus propios protagonistas y tienen un denominador común: cómo se enteraron que su pareja les estaba siendo infiel.

El investigador privado

Gerardo esperaba tomando un café. Estaba situado junto a la cristalera y observaba el portal que había al otro lado de la calle. Solo había estado una vez antes allí, hacía más de un mes. Recordaba que tras la puerta de hierro forjado, grande y con aspecto gótico, había un estrecho pasillo, grisáceo y húmedo, con buzones viejos y repletos de propaganda, que indicaban que más de un inquilino o, probablemente más de una empresa, habían abandonado el lugar.  Unas desgastadas escaleras subían hasta la primera planta. La otra opción era un claustrofóbico y destartalado ascensor, que no inspiraba mucha confianza.

Una vez arriba, había que recorrer un nuevo pasillo hasta el final, oyendo sonar algunas baldosas sueltas al pisarlas. Las paredes vestían un color crema que parecía de otra época, con la pintura descascarillada en muchos sitios.

Cuando te situabas frente a la puerta de la oficina, llamaba la atención una placa dorada, todo un toque retro, que indicaba que habías llegado a tu destino. Tenías la sensación de que habías atrasado el reloj 40 años. Si fuera una película policíaca o una novela de género negro, en vez de su vida real, no podría haber resultado más tópico el lugar, para que un detective privado instalara su guarida.

Todavía faltaban 15 minutos para la cita, así que siguió sentado y sumido en sus pensamientos.

Recordó la conversación que mantuvieron entonces.

Al principio, Gerardo desconfiaba, preguntándose si había hecho bien acudiendo a aquel profesional. Lo hizo solo porque era el único que se podía permitir. Era caro, pero es que los demás eran inasequibles para su maltrecha economía. Había comenzado llamando a los que se anunciaban en los periódicos y en páginas de Internet, pero los precios eran prohibitivos.

Al final, uno de los tipos de seguridad de la discoteca dónde pinchaba habitualmente, le pasó una tarjeta, diciéndole que era razonablemente bueno y de lo más barato que podía encontrar. Aun así, se le fueron prácticamente sus ahorros, que no eran muchos.

Al menos, cuando salió de la oficina, consideró que el tipo era un auténtico veterano que parecía saber lo que se hacía. Había ido directo al grano haciéndole las preguntas justas y necesarias, para saber qué es lo que quería y en qué tenía que centrar su trabajo.

- Un asunto de infidelidad , le había explicado Gerardo, sin atreverse a desnudarse todavía frente a aquel desconocido.

- ¿Sospecha o certeza ? le había preguntado

- Sospecha. No tengo pruebas, por eso recurro a usted.

- Muy bien: ¿en que basa sus sospechas? le inquirió con cierta desgana. Se veía a kilómetros de distancia, que aquello era simple rutina para él y Gerardo se preguntó, cuántos hombres antes, habían pasado por aquel despacho y se habían sentado en aquella destartalada silla con el mismo problema.

De alguna forma, le tranquilizó el saber que para un perro viejo como ese investigador privado, aquel asunto carecía de importancia; que era algo que ya había visto mil veces antes y que solo le interesaba la parte profesional. Como cuando vas al urólogo y tiene que hacerte una exploración. Se sentía mucho más cómodo sabiendo que no tenía por qué dar explicaciones, ni explicar cómo se sentía.

- Desde hace un tiempo se presenta en casa a horas intempestivas. Antes coincidía con sus horarios de trabajo, con sus clases particulares, con el gimnasio, pero ahora... Quiero decir que si se va al gimnasio a las seis, igual aparece a las diez de la noche; que si tiene clases de inglés a las cinco de la tarde, no es normal que aparezca a las nueve. Incluso algún fin de semana ha salido y ha estado dos o tres horas fuera, sin venir a cuento. Y cuando le pregunto, me dice que se ha encontrado con una amiga, que se ha parado a tomar una caña o algo así...

  • Ya y esto ¿lo hacía antes o es una costumbre nueva?

  • No, antes no lo hacía.

  • Es decir que ha habido, digámoslo así, un cambio en sus rutinas.

  • Si, se podría decir que sí.

- ¿Algún cambio de hábitos más que usted haya notado?

Gerardo no tuvo que pensar mucho. Respondió casi de inmediato.

- Se ducha.

  • ¿Perdón?

- Nada más llegar. Se va derecha la ducha. Incluso antes de darme un beso o un abrazo, como hacía antes. Dice siempre que viene agotada y que necesita relajarse. Unas veces porque viene del gimnasio o de hacer deporte, otras porque llega del trabajo o de clases. Me pareció algo extraño. Por eso he venido.

  • Entiendo, respondió el detective cómo si no hiciera falta decir nada más.

Los dos se mantuvieron brevemente la mirada. El tema estaba claro: había caso.

Pactaron un mes de seguimiento, que al final, se convirtió en un mes y dos semanas.

- Suponiendo que haya resultados positivos (el investigador hablaba cómo si se refiriera a una analítica), no basta con pillarlos, hay que obtener pruebas definitivas.

- Eso a mí me da igual, le había respondido Gerardo . Usted simplemente averigüe si me está siendo infiel o no. No necesito las pruebas. No vamos a divorciarnos, no estamos casados ni hay nada que repartir...

Le volvió a mirar de modo condescendiente, cómo si Gerardo no comprendiera de qué iba todo aquello.

- Hágame caso, en estos temas vaya siempre con las pruebas por delante. Tanto da si quiere ir a juicio, cómo si simplemente quiere dejar las cosas claras con su pareja: debe hacerlo de forma que no haya lugar a la más mínima duda. Por propia experiencia sé que una persona infiel, cuándo es descubierta, puede reaccionar de formas muy diversas. La mayoría no lo admiten de buen grado. Si se va a gastar un dinero que no tiene, hágalo bien.

Gerardo meditó unos segundos y luego tragó saliva.

- ¿Cuánto puede tardar?

  • Depende de lo cuidadosos que sean y también de la suerte. A veces es llegar y topar y otras requiere tiempo. Tarde o temprano, siempre cometen un error. ¿Con qué frecuencia dice usted que su novia tiene ese comportamiento extraño?

- Suele salir dos o tres veces por semana…

- Bueno pues espero poder darle una respuesta en un mes, más o menos.

En fin, que al final habían transcurrido unos cuarenta días desde aquella primera y única entrevista. Y ahora, le citaba para esta tarde a las cinco.

- ¿Tiene algo? había preguntado

- Si, Pero mañana le cuento. Mejor en persona.

Las 4:55, hora de irse. Gerardo dejó un par de monedas junto a la cuenta y se levantó.

Cruzó la calle y entró en el portal. Lo recorrió sin fijarse esta vez en los buzones, y sin detenerse a considerar siquiera, la posibilidad de usar el decrépito ascensor. Subió rápidamente la escalera y se dirigió al final del pasillo.

Aquí, frente a la desgastada placa, tomo aire y entró sin llamar. Permaneció de pie en la minúscula sala de espera, hasta que el mismo detective abrió la puerta de su despacho y le invitó a pasar.

- ¿Y bien? pregunto Gerardo tras un saludo de cortesía.

Por toda respuesta el hombre le tendió un sobre.

Gerardo pareció dudar, como si el sobre le quemara, pero finalmente lo tomó y distribuyó sobre la mesa siete fotografías tamaño cuartilla, donde su novia aparecía en actitud cariñosa con otro individuo. Cogidos de la mano, abrazándose, incluso besándose.

- ¿Lo conoce?

  • No, no lo había visto mi vida, respondió. ¿Quién es?

- Esperaba que es tal vez usted me respondiera esa pregunta. Puedo darle el nombre y la dirección, pero no puedo decirle de qué se conocen. ¿Importa? ¿Quiere que lo investigue?

  • No, no importa. Con esto es suficiente.

El detective hizo un gesto de asentimiento

- No sé cómo se conocieron: no parece nadie de su entorno habitual y si usted no lo reconoce...lo que sí puedo decirle es que se ven al menos dos veces por semana.

  • Hay alguna posibilidad de que...

  • ¿De que sea un error? ¿De que no hayan consumado?: No, ninguna.

  • Entiendo...

- Siempre quedan en sitios discretos. Generalmente en el parque. No siempre en el mismo. Llegan por separado pero se van juntos. Si ven mucho movimiento alrededor, se cortan un poco y mantienen la distancia. Si creen que están solos, se meten mano.

  • ¿Lo hacen en el parque? Preguntó un Gerardo incrédulo

- No, allí solo calientan motores. Luego se van en su coche. Ahí es donde se lo montan. Suelen ir a un polígono industrial, a un sitio frecuentado por parejitas. Un solar entre naves. Es difícil sacar las fotos allí, no te puedes acercar sin que alguien te vea y dé la alarma. Entre las parejas se ayudan aunque no se conozcan, por eso van allí, para tener un poco de seguridad e intimidad. Lo más que he conseguido es un vídeo borroso. No se les ve muy bien, pero no cabe duda de lo que están haciendo.

El detective abrió el portátil, buscó un archivo y le dio a reproducir. Volvió la pantalla para que Ernesto pudiera verlo. Era su chica con aquel individuo subiéndose al coche. El investigador pasó hacia delante el vídeo. Cuando llego a la parte que le interesaba, le dio de nuevo al play.  El mismo coche con los cristales empañados. En un solar de suelo terroso. Estaba oscuro, pero aun así, pudo ver una forma borrosa moviéndose tras el cristal. Era una forma femenina que creyó reconocer. Tenía el pelo recogido en una coleta y por sus movimientos, no le cupo demasiada duda qué es lo que se traía entre las piernas.

- ¿Quiere una copia del vídeo?

  • No, gracias.

  • ¿Qué quiere que haga con él?

  • Bórrelo. Con las fotos es suficiente. ¿Puedo llevármelas?

- Claro: son suyas. ¿Quiere que se las pase en un pendrive?

  • Envíemelas el correo, por favor. Aunque creo que con las copias en papel ya me vale.

Gerardo se levantó con el sobre la mano, e hizo intención de girarse para irse, pero se detuvo.

- Disculpe, ¿hemos terminado? ¿Le debo algo más?

  • Por mí hemos acabado, con lo que me adelantó es suficiente, si no quiere usted ninguna otra cosa...

  • No, nada más. Gracias por todo

- A usted. Espero que no me vuelva a necesitar, pero por favor, recomiéndeme a sus amistades si alguien necesita investigador. El trabajo escasea y uno tiene que comer.

Hizo un gesto indefinido con la mano, como dando a entender que lamentaba que la desgracia de otros fuera su pan.

- Por supuesto.

Se dieron la mano y Gerardo salió de la oficina.

Cinco minutos después, enfilaba con su moto la avenida, camino del apartamento alquilado donde vivía con su pareja.

Al llegar, aparcó en la misma puerta. Estuvo unos minutos con el casco en la mano, mirando hacia la ventana del segundo piso, dónde tenían eso que llamaban hogar. Finalmente, pareció decidirse y caminó con paso firme hacia las escaleras.

Entró en casa solo para comprobar que no había nadie. Respiró profundamente, no sabía si con alivio o contrariado, por no encontrarla allí para poder echarle todo en cara. Estuvo un largo rato sentado en el sofá, con el sobre de las fotos en la mano. ¿Dónde estaría?

De repente pensó que quizá estuviera con él. Joder ¿cómo no se le había ocurrido? En aquel coche, desnuda, subida a horcajadas, introduciéndose la verga de aquel tipejo, empañando el cristal con sus jadeos...

Gerardo se levantó y cogió su petate. Lo más importante para él, cabía en aquel petate militar. No necesitaba mucho. Lo demás podía quedarse allí. Cuando terminó de recoger, se dirigió a la puerta, pero algo le detuvo. Giró y miró el sobre que había dejado sobre la mesa.

Apoyó la bolsa de lona en el suelo y se acercó. Sacó las fotos y las miro una vez más. Trató de hacer memoria, ¿dónde estaban las…? De repente se acordó: en un cajoncito de la cocina. Volvió con el botecito de las chinchetas y tomando las fotos se dirigió al dormitorio. Las fue clavando una a una en la pared, alrededor del cabecero de la cama.

No consideró necesario dejar ninguna nota de despedida. Era más que suficiente.

Salió a la calle y se subió a su moto, tratando de mantener el equilibrio con el petate. No muy lejos vivía un amigo suyo. Estaba seguro de que le haría un hueco en su casa.

Arrancó y enfilo por la avenida sin volver la vista atrás.