13- El desenlace reflejado

La otra manera de vivir el día despues.

Todo el día dándole vueltas al hecho de llamarla o no. Cielos, me sentía tan mal por lo que había pasado. ¿Qué pensaría ella? Llevábamos mucho tiempo sin vernos y sin hablarnos, y vaya reencuentro más raro.

No me puedo creer que, después de verla en la ventana, hubiese reaccionado así, pirándome como si me ardiera el culo. Esperaba que no pensara que me intentara aprovechar de ella, porque no fue así, ¿o si?

Intenté no ponerme en su lugar porque sabía que podría tomárselo muy bien o muy mal. Y, por lo que me habían contado, no lo estaba llevando nada bien.

Jose me contó que, desde que la había dejado, se había dado a la "mala vida", que se comportaba como una cabrona con las chicas y, de vez en cuando, a llorar desconsolada mientras le decía que me echaba de menos. Yo se que él le decía que me olvidara, que yo era una tía rara, pero ella se negaba y le decía que no podía sacarme de la cabeza.

Me pasé todo el día trabajando a destajo, sin para ni un solo segundo para no pensar en ella. No sabía si ponerme en contacto o no. No se porque tiendo a complicar todo de esta manera. Realmente si la quiero y lo único que estoy haciendo es perderla de todas las maneras. Dudo mucho que quiera ser mi amiga algún día.

Con ella siempre me comporté de manera egoísta. Si ella quería verme, no iba, y si yo necesitaba compañía, me presentaba allí sin avisar, sabiendo que, estuviese donde estuviese, respondería a mi llamada. Se que me equivoqué con ella. Se que la confundí día si día también, solo porque no quería perderla, pero tampoco tenerla.

No se ni lo que quería. A ella si, por supuesto, pero me podía mas la influencia de los demás que mi propia felicidad. Soy una reprimida indecisa. A veces me pregunto cual es donde está mi problema y pienso en ella y me siento mal al imaginar como se debe sentir ella con respecto a mí. Fue muy paciente conmigo en todos los aspectos y sigo sin entender muy bien por qué me sigue tratando bien, por qué me sigue queriendo.

A pesar de que nunca se lo dije, a pesar de que llegué a rechazarla en numerosas ocasiones por el mero hecho de demostrarme a mi misma que podía pasar sin ella, mi pequeña siempre me dijo claramente lo que sentía, aunque siempre la mandaba callar para no escucharla. Le decía que me sentía incómoda si me decía eso, y después me pasaba largas temporadas sin ir a visitarla para no tenerme que enfrentar a esas situaciones. Nunca me recriminó esos hechos, nunca me recriminaba nada. Cada visita era distinta y siempre me recibía con los brazos abiertos, sin hacerme comentarios que me pudiesen dañar, mientras que yo me aprovechaba de su bondad clavándole nuevos cuchillos.

Durante la hora de la comida, mientras escuchaba a mis padres recriminarme la actitud, una vez mas, que tenía y reñirme por aparecer esta mañana después de toda la noche fuera sin avisar, seguí uno de los consejos que me dio ella: "Cuando alguien te esté agobiando, asiente a todo con la cabeza y desconecta pensando en otra cosa. Si quieres algo agradable, piensa en mí". Y vaya si lo hice, no había dejado de hacerlo durante los últimos 6 meses.

Me puse a recordar una de esas noches en las que yo debía estar estudiando, y, como estaba muy agobiada, me presenté en su casa sin avisar para que me preparase la cena y escuchase mis problemas. Como siempre, abrió la puerta con una sonrisa y me invitó a cenar. Cenamos algo vegetariano y delicioso, no recuerdo el que, pero si que llevaba curry. Seguía estando muy agobiada, pero no me apetecía hablar más, así que la empecé a besar para que ella tampoco preguntara.

Nunca me rechazaba y se que muchas veces estaba cansada de tanto trabajar, siempre me decía: "No se decir que no a una chica guapa".

Le molestaba mucho que la ropa me la sacara yo sola y con prisa, como si lo único que deseaba fuera acabar con eso de una vez, y, como siempre me desnudé antes de que su camiseta abandonara su cuerpo, para después meterme bajo la pequeña manta del sofá. Me miró un tanto enfadada y luego sonrió acabando de desnudarse sin prisa. Me encantaba mirarla mientras hacía eso, ver como sus bonitos senos eran descubiertos y como sin la menor prisa despojaba sus piernas de tela, inventando bailes improvisados sentada sobre el sofá y lanzándome de vez en cuando miradas pícaras. Siempre conseguía excitarme solo con poner su mano sobre mi, aun dejándola quieta.

Se metió bajo la manta a mi lado, y empezamos a besarnos. Sus besos eran tan tiernos, tan especiales, que me hacía subir al cielo y quedarme allí horas y horas, incluso cuando no me besaba podía sentirlos perfectamente. Me acariciaba todo el cuerpo, desde la cabeza hasta los pies, de manera muy lenta, disfrutando de cada centímetro. Cada vez que hacía el amor con ella era como la primera vez. Supongo que, cuando me veía bajo ella en esa situación ella se daba cuenta de lo que sentía y nunca decía. Nunca alejaba su vista de mi cara, me estudiaba y eso me hacía excitarme mucho más.

Empezó a bajar por mi cuello dándome pequeños y eróticos mordiscos, continuaba por mi hombro y saltaba hacia mis pequeños pechos. Siempre me decía lo mucho que le gustaban los pechos pequeños. Los miraba encandilada, con pasión, para, después, morder, acariciar, lamer y succionar toda el área restringida con la suavidad con que solo ella me supo hacer. Paseaba de forma desesperadamente lenta sus manos por mi abdomen aumentando mis ganas de que llegaran al destino final, pero siempre lo demoraba.

Se colocó de rodillas entre mis piernas, mirándome a los ojos y mientras el dedo índice de su mano derecha me acariciaba los labios de arriba, su mano izquierda se instaló suavemente en mis labios de abajo, haciéndome suspirar. Acariciaba de arriba abajo mientras esperaba a que éstos se fueran abriendo para recibirla y una vez que lo hicieron instaló el corazón en mi clítoris mientras yo mordía lo que tenía en la boca. Era increíble lo que producían esas manos en mi cuerpo y en mi mente. Apartó el dedo de mi boca e hizo posesión del territorio acercando sus labios a los míos en un escaso roce a la vez que sentí una increíble descarga al sentir como me penetraba lentamente con sus dedos.

No se que es lo que desencadenaba en mi cuerpo cuando hacía eso, pero nunca nadie había conseguido hacer que me descontrolara así, llegando incluso a gritar y clavarle las uñas en su espalda. Ese ir y venir en mi interior hacía que todo el hielo que se formaba en mi cuando la trataba mal se deshiciera y saliera en forma de agua de mi interior. Cada una de esas embestidas que revolucionaban mi cuerpo quebraban parte de ese muro de contención que me había impuesto para protegerme de ser feliz.

Sus dedos volvieron a mi clítoris que estaba tan hinchado que pensé que estallaría en cualquier momento y lo masturbaron con pasión tal que no pude ni quise reprimir esa ola que se acercaba para cubrirme con la sal del mar. Ella me besaba dulcemente y mis piernas se cerraron en torno a ella, dejando la mano entre nuestros sexos. Levantó un poco su cabeza y, sonriendo, me dijo: "¿Sabes qué es mejor que un orgasmo? Dos". Y sin decir nada más y sin dejar que me recuperara, se lanzó de nuevo al ataque

Mi cuerpo se quedó como de hielo. Acababa de tomar una de las decisiones más importantes y que más me costó en mi vida. Todo el día pensando en ella, en que hacer. Me decidí por ir y hablarle en persona, enfrentarme a ella y a mis sentimientos por primera vez en mi vida. Decirle que la quería, que nos diéramos una última oportunidad.

Mi coche corrió veloz a su encuentro. Me acerqué a su casa y su coche no estaba. La llamé al móvil, pero no me contestó. Di una vuelta por su pueblo para intentar localizarla y al final llamé a José para preguntarle, recibiendo como respuesta un: "Yo te lo digo, pero no creo que sea bueno que vengas". Pero fui y me llevé el golpe de mi vida al ver como, cuando me vio, agarró a la mujer que estaba con ella para besarla. Me quedé inmóvil, mientras mi corazón se encogía y se partía en mil pedazos al saber que la mujer a la que quería estaba haciendo eso conscientemente. Estaba en su derecho, si, yo me había portado mal y este era el pago justo.

Jose se acercó a mí y me dijo que por qué había venido, que no estaba bien que estuviera viendo eso, mientras Ella se iba acercando a mí, agarrando a aquella usurpadora y lanzándome una de esas sonrisas irónicas que tanto me fastidiaba y que me atravesó como una espada. Vi odio en sus ojos y no conseguía entender que fue lo que pasó para obtener esa respuesta.

Nuestro buen amigo trató de consolarme, incluso se ofreció a mediar entre nosotras, pero ambos sabíamos que había obstáculos difíciles de salvar. Y, después de una cerveza, me fui de allí confundida y desolada, pensando en la lección que acababa de aprender.

Mi coche se había convertido en mi refugio y a el volví para, otra vez, retomar la lluvia y las lágrimas que embargaban mi tez. Conduje con furia, como una adolescente de esas que acaban de sacar el carné y que no les importa vivir o morir. Y para rematar la faena automovilística que estaba desempeñando, cogí mi teléfono para enviarle un mensaje rencoroso, chulesco y desesperado.

No sabía si me respondería o no. Yo no lo solía hacer con ella. Tampoco sabía si quería una respuesta. Quizás era mejor dejarlo así, pero algo me decía que no pasaría eso. Ella no era así y siempre decía lo que sentía y pensaba. Con todo ese cúmulo de pensamientos rondando mi cabeza que duraron horas, vi la muralla romana que vio nacer la particular relación que estaba haciendo dos vidas desgraciadas.

"Todo esto se esta volviendo una gran mierda. Me ofreces una explicación ahora, después de tenerme todo el día en ascuas. No se que voy a hacer."

Di una vuelta más a esa ciudad que quemaba las ruedas de mi coche, deseoso de salir de allí y tomé camino hacia el lugar del que no debí haber salido. Encaminé la carretera comarcal y no podía evitar leer todas y cada una de las matrículas de los coches que cegaban mis ojos con sus luces. Hasta que vi una con la que mi corazón casi se paró. Frené en seco dejando las rodadas en el asfalto, lo que la hizo frenar a ella también.

Aparcó su coche a un lado y yo hice lo propio con el mío. No me atrevía a bajar, estaba asustada. Vi que ella salía y cruzaba la carretera, pero seguí sin moverme. Abrió la puerta del asiento de al lado y entró. Nos miramos a los ojos llenos de dolor.

M. ¿Qué haces por aquí a estas horas?

P. Esa es una pregunta estúpida de la que ya sabes la respuesta, me gusta Lugo de noche.

La miré a los ojos intentando decir alguna cosa, pero no pude. Se acercó y apoyó su cabeza en mi hombro.

P. Tenemos que hablar