13- El desenlace

A todos nos puede pasar lo de sacar las cosas de quicio.

Salí a la ventana por impulso natural. Quería saber si ya se había ido y vi su coche, estaba a punto de arrancar. Cuando nuestras miradas se cruzaron me quedé paralizada. ¿Cuándo había sido la última vez que nos habíamos visto? Apenas la recordaba. Me dijo adiós y se fue, dejándome con tres palmos de narices y un sentimiento que no soy capaz de definir.

Parece increíble, cuando estas olvidando a alguien solo tiene que aparecer para que esos sentimientos que pensaste que estaban muertos, despierten de nuevo. Tomé de nuevo ese pedazo de papel con su letra impresa y lo acaricié con la punta de los dedos como si fuera ese tesoro que solo tú tienes y que no quieres perder por nada en el mundo.

Traté de recordar lo que había pasado. Traté de encontrar una explicación al por qué de esta aparición tan sorpresiva para mí. Recordaba lo de salir de casa para ir a la tienda, recordaba la lluvia, el viento, recordaba la luz, la voz, y luego que corrí. ¿Qué había pasado?

Tanto tiempo intentando verla, tanto tiempo añorándola, tanto tiempo tratando de olvidarla y, de repente, reaparece como un ángel, con luz propia, salvándome de morir hipotérmica. Y, sin poder hacer yo nada, sin poder disfrutar de ella, me hace el amor. ¿Por qué lo hizo?

Pensé que lo había superado, me encontraba francamente bien y, ahora, vuelvo a echarla de menos. Ojalá anoche hubiese podido disfrutarla de otra manera. Pensé que había sido un sueño, pero, verla sentada en el coche, despidiéndose de mi era mas de lo que podía soportar.

Me sentía tan triste que no sabía que hacer. Encima, estaba enfadada con ella. Pero, ¿por qué coño tiene que aparecer cuando no hace falta?

Me pasé todo el día con ella en la cabeza de manera inconsciente. Pensé en enviarle un mensaje al móvil, pero no sabía que decirle. No sabía si darle las gracias o mandarla a freír churros. Es esa sensación de desamparo, de duda, que tanto te revienta la cabeza. Toda la tristeza que me embargaba se transformó en ira. Si, estaba enfadada con ella, enfadada conmigo y con todas las lesbianas del mundo. Si es que, cuando me cabreo, lo hago a lo grande.

Solo deseaba que llegara la noche para salir, tratar de ligar con alguna, y, en caso de conseguirlo, cometer el delito de vengarme de una en el cuerpo de otra. No, nadie puede negar que, cuando se siente mal con algo, trata de desahogarse de cualquier modo. Pues bien, yo hago eso. Con ella no podía, pues martirizaría a otra, solo una noche, pero lo haría.

A las 21 horas salí de casa sola, cogí el coche y me fui al centro. Me daba igual estar sola esa noche. Quizás fuera la mejor opción. En todo el día no se había puesto en contacto conmigo, ni siquiera para saber como estaba. Joder, me folló y se fue. ¿Cómo se puede ser así?

Entré en el garito de siempre y pedí una cerveza con un chupito de licor café. Charlé un rato con Santi y apareció Jose por allí, como todos los jueves. Ya la tenía montada, Jose nunca me dice que no, y a el le va la marcha como a mi.

Apuré la cerveza de un sorbo, igual que mi "licor do negro café" y partí con Jose hacia la zona de vinos. Bebimos y volvimos a beber, como los peces del villancico. Cantamos, reímos y decidimos arrasar. Entonces la vi, si, a Dolores, la impresionante rubia casada con la que había tenido mas que palabras en una ocasión. Lola, la mujer de trentaytantos que nunca sabrías si es de una acera o de la otra. Uff, vaya mujer. Esta era la mía, su marido no asomaba por ningún lado y estaba en compañía de Chuchi, Chichi, Cucha o algo así.

Agarré a Jose y allí nos plantamos los dos. Lola me miró y me sonrió y yo respondí de igual forma. Supongo que leyó en mis ojos lo que quería porque en seguida se acercó a mí, dejando a nuestras compañías en santa compaña mutua.

¿Hoy no sale tu marido, guapa?

No, está de viaje. Me quedo sola en casa. ¿Y tú que haces en compañía masculina?

Ya ves, quizás estoy un poco quemada de esas mariconadas que hacéis las mujeres de vez en cuando.

¿Mal de amores, encanto?

No creo que te interese saberlo, mas bien pienso que te gustaría verme entre tus piernas.

Eres un chocho loco, ¿sabías?

Y a ti que no te gusta ni nada, ¿me equivoco?

La conversación que estábamos manteniendo nos hacía estar cada vez mas pegadas, por lo que, era evidente que algo iba a arder esa noche y, sinceramente, lo estaba deseando. Mi mano ya estaba en su cintura y las suyas rodeando mi cuello. Cada vez más cerca.

Eh, nena. Te ha sonado el móvil.

Que se joda el móvil, no ves que estoy ocupada.

Que borde eres cuando quieres.

Sabes, Jose, es culpa de quien tú sabes y conoces, así que, no me toques los pies y déjame en paz.

¡Haya paz hermanos!- grito Chichi-Chuchi- Venga, vámonos a bailar un rato

¡Amén, hermana!- dijimos todos al unísono.

Después de recorrer dos o tres bares más, nos fuimos a mover los cuerpos a un sitio cualquiera. Y mientras los otros dos bebían y brindaban a San Antonio, nosotras nos dedicamos a practicar la ancestral danza de la sensualidad mirándonos y toqueteándonos descaradamente. Acercábamos nuestras caras tanto que nuestros labios casi se tocaban para volverse a separar en menos de nada. Estaba siendo consciente de que, en mi estado de extremo enfado con el sexo femenino, no era el lugar donde debía estar. Pero mi sed de venganza podía más que mi racional forma de actuar normalmente.

Nos estábamos acercando peligrosamente a la zona de los reservados mientras continuábamos con esos roces y esos acercamientos peligrosos, cuando miré la puerta de entrada del garito. Estaba allí de pie, mirándome, mientras Jose se acercaba a ella para saludarla. Sus ojos me decían que me acercara a hablar, pero mi irracional (porque era irracional) enfado me hizo actuar según la ley de la mas puta de todas las mujeres. Agarré casi con violencia a la infiel esposa rubia y le planté un beso asquerosamente sexual y pornográfico sobándole los pechos por encima de la camiseta.

La Lola de mis dolores se aferró a mi cuello, arrastrándome hacia la puerta de salida, el plan había cambiado de repente. Y, si no me parecía suficiente resarcimiento lo que ya había hecho, pasamos por el lado de la persona que amaba, mirándola a los ojos con sonrisa irónica, viendo el daño que le causaban mis actos y haciendo mas grande la herida. La suya y la mía.

El orgullo, el perverso orgullo me arrastraba a ir con la maldición que me atrapaba entre sus brazos. Mira que somos desalmados cuando queremos. En lugar de cometer el delito con el asesino, buscamos una víctima "inocente".

Me llevó a su casa, no recuerdo como era. En mi mente tenía una cosa y ante mis ojos una de tantas formas de desquitarme. Cerró la puerta y comenzó a acercarse de manera lenta y tranquila, pero mi neura me hizo utilizar todos mis instintos primarios, usando la fuerza en lugar de la maña. No quería hacerle daño físico, ni agredirla, ni nada por el estilo, pero quería que se sintiera sucia. Quería que me dejara de hablar, que me odiara como yo la odiaba a Ella.

La empujé contra el sofá de su sala y su mirada, al contrario de lo que pensaba que causaría, era de lujuria. Prácticamente le arranqué la ropa, a ella y a mi, y lo que prodigaban mis manos no eran las caricias suaves que ofrezco de por costumbre, si no que eran palmadas y arañazos que pretendían quemar mas que dar placer.

No dejé que ella me tocara, no quería sentir sus manos en mi cuerpo, ni las suyas ni las de ninguna. Mi mente solo podía tener en si la única y exclusiva imagen de la mujer con la que había estado la noche anterior en forma inconsciente. Mis manos no forzaban a la rubia, lo hacían con Ella. Agarraba sus senos con fuerza, estrujándolos y apretando sus pezones hasta que veía muecas de dolor en su cara. Pero la cara que veía era la que no estaba presente.

Le apartaba las manos, le torcía la cara para que no me besara, evitaba cada uno de los gestos que buscaban agradarme. Mis labios perdieron toda su validez y mis dientes eran los encargados de dejar huellas por su anatomía. Me encarnicé en sus pezones de nuevo mientras ella me animaba a seguir así poniendo sus manos en mi cabeza, algo que una vez mas, rechacé, agarrándola con fuerza por las muñecas y mirándola con odio. Se que sintió miedo, y una sonrisa maliciosa asomó a mi boca.

No me vuelvas a tocar. ¿Lo has entendido? Si lo vuelves a hacer, te ato a la pata de la mesa.

¡Átame!- Dijo casi gritando por la excitación.

Mi enfado era cada vez mayor. ¿Por qué me pedía tal cosa? ¿No se daba cuenta de que quería era que se sintiera mal? Mi venganza se estaba vengando de mí.

Desnuda, humillada y excitada. Así la vi, así se mostró, y así empecé a sobarla de nuevo. Empecé a mordisquear cada parte de su pecho, todo lo que hay entre el cuello y el ombligo. Ella gemía y me decía todo tipo de obscenidades. Lo que estaba pasando no era lo que yo quería.

Vamos, niñata, ¿es que no sabes hacer nada más? Fóllame, vamos, ¡hazlo!

Sin pensármelo dos veces, totalmente enajenada, introduje tres dedos en su interior de golpe, mirándola a los ojos, sin pensar ni por un momento que podría hacerle daño. Gritaba y se contorsionaba como una gimnasta olímpica, mientras me decía que no parara, que le gustaba, aunque, por supuesto, no la manera en la que lo relato, si no con infinidad de palabrotas y suspiros entre frase y frase. Estaba sumamente húmeda, mientras mi rabia me impedía, tan siquiera, estar levemente excitada. Mis dedos entraban y salían a la velocidad del rayo y mi mano estaba cada vez mas mojada. Mi cuarto dedo se coló en la fiesta y la velocidad de bombeo aumentó, al igual que sus gemidos y sus gritos. Una de sus manos se posicionó en su clítoris mientras yo miraba fuera de mí.

Empecé a ser consciente de lo que estaba haciendo, de lo que estaba pasando en esa casa, con esa mujer. Me sentí tan mal por el huracán de ideas enrevesadas que me pasaban por la cabeza para hacer sufrir a la persona que, a su vez, disfrutaba con todas mis embestidas que, como si el azar me hubiese jugado una pasada de chiste, la estaban llevando a un increíble orgasmo que nunca llegó.

Como si entre mis manos, en vez de un cuerpo, hubiese erizos, me aparté de ella, cogí mi ropa y me fui, dejándola atónita y profiriendo todo tipo de insultos hacia mi. Merecidos los tenía, todos esos y muchos mas. Había sacado las cosas de quicio.

¿Y entonces que me quedaba? El móvil. Ese maldito invento que, en algunas ocasiones, era mejor tirar por una alcantarilla. El aparatillo que mostraba en su pantalla, a demás de varias llamadas perdidas, un mensaje de texto que decía "Quería darte una explicación de lo que ocurrió a noche, pero veo que estás demasiado ocupada. No se, si quieres saber más de mi, llámame tu, yo no lo volveré a hacer".

"Estúpida, joder, eres una maldita estúpida. Odio no saber que hacer, lo odio, me odio. Esto es una enorme y horrible bola de …"