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Dicen de el que da mala suerte. Depende del cristal con que lo mires

Miércoles, 13 de Junio de 2.007.

Ayer cayó un gran chaparrón de agua sobre el lugar donde habito. Una tromba de agua que hizo que los charcos de los días anteriores parecieran unas enormes lagunas donde los barcos surcan sus aguas sobre cuatro ruedas. El viento rugía enfadado azotando carteles, farolas y persianas. Y una sensación de destrucción flotaba en el ambiente del territorio de los vivos.

Un terrorífico reconcomio inundó mis sentidos, como si algo malo fuese a pasar. No podía saber ni identificar de lo que se trataba, pero me sentí nerviosa de manera premonitoria. Carezco de sexto sentido, pero los otros cinco me decían que los sucesos iban a cambiar de un momento a otro.

En la soledad de mi morada, a oscuras debido a un apagón inoportuno, me encontraba ensimismada en la lectura de algún libro de los que descansaban en mi humilde biblioteca particular, amparada por la escasa luz de una linterna a pilas. Sentí en mi nuca una brisa tétrica que me heló hasta las hojas del ejemplar que sostenía entre mis no menos heladas manos. Irguiéndome sobre mis piernas caminé por todas las habitaciones buscando alguna ventana abierta que causara tal fenómeno, pero no encontré más que extrañas sombras provocadas por las luces que entraban a través de los cristales.

Regresé a mi rincón de lectura, dispuesta a embarcarme de nuevo en los haceres y deshaceres de los personajes que acababa de conocer cuando, casualmente, se agotaron las baterías de me compañera de lectura. Cabreada conmigo misma por el olvido de haberlas comprado con tiempo, me dispuse a ir a comprar más a la tienducha de la otra punta del pueblo.

Armada para enfrentarme al temporal con una bufanda y una chaqueta, me lancé al campo de batalla dispuesta a regresar sana y salva tras alcanzar mi meta.

Sentí como si mi peor pesadilla se hubiese hecho realidad mientras iba caminando por algunas de las destartaladas calles. Ni una sola luz, ni una sola persona, ni un solo ruido, sin contar el ruido procedente de la atronadora batalla de los cielos. De mi primer sentimiento de enfado, pasé enseguida al de expectación y de este en un suspiro al miedo y, en lugar de dar la vuelta y regresar al cálido acogimiento de mi pequeño hogar, con paso extrañamente decidido continué caminado hacia una ya desconocida meta.

Los temblores que atenazaban el débil cuerpo que nos sostiene no eran causados por el frío, los temblores provenían de dentro de la ropa, de dentro de mí. Y juro que escuche voces y vi una cegadora luz. Voces profundas y claras, unas voces que enfriarían al mismísimo sol. Y también juro que corrí. Corrí tan veloz como pude, di la vuelta sobre mis pasos y huí despavorida de esos demonios.

La lluvia que amenazaba desde el maldito momento en que salí de mi casa comenzó a escupirme desde su privilegiado lugar, pegándome con tal fuerza que creí que esas gotas eran la sangre de mis venas y arterias recorriendo mi cuerpo por el camino equivocado. Corría, corría y corría y no veía hacia donde, no podía abrir los ojos, no podía oír, no podía oler, no podía tocar. Solo era un objeto que se movía por inercia.

Un fuerte golpe, un vuelo corto y mi vida se apagó de golpe.

Ya no había lluvia y a penas sentía el frío. Una luz cegadora me impedía abrir los ojos. Mi cuerpo pesaba demasiado y no era capaz de moverlo.

Sentí como la humedad desaparecía de mí, esa humedad de la ropa mojada. Y sentía unas manos cálidas frotarme con fuerza en aquellos lugares donde no había tela. Y de nuevo la oscuridad absoluta.

Traté de abrir los ojos de nuevo, pero tampoco pude, esa luz cegadora seguía enfrente de mi cara. Esta vez mi cuerpo era mucho mas pesado que antes. Sentía como si me hubiesen puesto una losa en el pecho. No conseguía enviar órdenes a mis brazos para que se pusieran en funcionamiento y tampoco para hacer que mi boca se moviera o produjera algún sonido. Cada vez me ponía más nerviosa. ¿Dónde estaba? ¿Había muerto? Quería gritar y no podía, quería moverme y no podía.

De súpeto todo se relajó. Sentí un aroma suave penetrarme por todos lados, un olor a perfume, crema o algo similar. Hice un pequeño esfuerzo y conseguí sentir que lo que hacía mi cuerpo mas pesado no era una losa. Era suave y emanaba calor. Reconfortante, cálido, desnudo como yo.

A través de mis oídos llegaban sonidos que se me antojaban melódicos y poéticos. Era una voz aterciopelada. Entre frases ininteligibles para mi podía descifrar pequeñas partes que decían: "Venga mujer, tienes que entrar en calor…" "Ya no se que mas puedo hacer…"

En ese estado de semiinconsciencia en el que me encontraba lo único que podía era sentir todo aquello y dejarme llevar hasta que algo me hiciera recobrar lo que me faltaba. Pero me sentía tranquila, a gusto siendo protegida por ese cuerpo grande, algo más que el mío.

Noté unas cosquillas en mi cuello y unas caricias muy finas en mi cara. Eran sus labios los que notaba en mi pescuezo y era su pelo el que causaba esos mimos en mi cara. Unas manos grandes y dóciles recorrían mi silueta con una ligera presión que hacía que el frío que todavía sentía fuese desapareciendo. Sentí como se incorporaba y me miraba.

Como pude, entreabrí mis ojos. Intentaba enfocar la imagen que tenía ante mí pero lo más que pude distinguir fue un borrón difuminado con pelo oscuro y no demasiado largo. Pero mis párpados volvieron a caer.

Creí sentir sus labios sobre los míos y hasta creo que reaccioné entreabriendo los míos para dejar paso a su lengua. El frío que me embargaba estaba ya casi en el olvido, pero yo seguía tiritando. No era muy consciente de lo que me estaba pasando, ni tan siquiera si era real o no.

Creí que se empezaba a escurrir sobre mi cuerpo como una serpiente, deslizando su lengua sobre mi piel. Pensé que hasta sentía una de sus manos acariciando mi cara de manera suave. Como deseaba descifrar la verdad de ese momento, ¿realmente podía suceder algo así?

La sensibilidad de mis pechos se hizo mas patente en el momento en que estaban siendo succionados y ligeramente mordisqueados, no me parecía un sueño. Deseaba poner cara a la persona que me estaba haciendo eso, pero mis ojos seguían negándose a despegarse. Su otra mano se deslizó en una caricia hacia el interruptor de mi calefacción interior. Paseó sus dedos por allí y, de vez en cuando, penetrándome como por descuido. Era una sensación tan agradable y excitante que mis extremidades volvieron a cobrar vida. Si mis ojos no querían ver, mis manos me describirían a esa amante inesperada y onírica.

¿Quién había dicho frío? Cuando notó mis manos en su cabeza se quedó paralizada, no se si por miedo o el susto. De mi boca salió un pequeño ruido que le indicaba que no se detuviera. Se que sonrió, mi mano en su cara lo decía. Sus labios no eran muy delgados y su nariz era pequeña. La piel de su cara era más suave que la del resto del cuerpo. Su cuello parecía largo y delicado y, mientras lo recorría, pude escuchar sin problema ese gemido que escapó de su boca. Sus hombros eran fuertes, igual que sus brazos y sus pechos pequeños y bien puestos. Mientras hacía que sus pezones se irguieran, comenzó a hacer círculos con sus dedos sobre mi clítoris y mi respiración se agitó. Era tal el placer que sentí en ese momento que lo único que podía hacer era acariciar su pelo corto y atraerla hacia mí para abrazarla y besarla de nuevo.

En el momento del clímax final, cuando creí que mis ojos me regalarían la imagen de esa mujer que me había salvado y me había regalado tal momento de placer, volví a perder el conocimiento

La luz entraba por la ventana de mi cuarto, acariciándome el rostro con sus ligeras partículas. Fui abriendo despacio los ojos y un fuerte dolor de cabeza acabó de despertarme. Me incorporé y, mirándome al espejo del armario, descubrí que ese dolor era provocado por un chichón que había en mi frente.

Estaba desnuda y no veía mi ropa. Recorrí mi casa en busca de algo que me indicara lo que había pasado y al entrar en la cocina sentí el olor del café recién hecho, mi ropa colgada en el tendedero y una nota sobre la mesa que decía:

"He tenido que irme, no pude esperar a que despertaras.

Espero que tu chichón se cure sin problemas, mira que eres miedosa.

La próxima vez, antes de echarte a correr contra el alumbrado público,

Mira quien te saluda, aunque te aconsejo que no salgas cuando

Hace tan mal tiempo. Nos vemos, un beso. M."

  • Dedicado a los que leen mis humildes cuentos. Gracias a tod@s.

Tipp ( molagaliza@hotmail.com )