12. Viaje por trabajo y la hija de puta de Yolanda
La empresa me envía unos días lejos de casa. Lo que parecía ser una putada acaba siendo un viaje de lo más placentero..
- Viaje por trabajo y la hija de puta de Yolanda.
Me llamo Iván. Estoy casado y tengo 48 años. Trabajo como mecánico industrial en una conocida empresa de carburantes. A consecuencia de la crisis ha habido reducciones de plantilla y los que quedamos hemos de transigir con ciertas cosas. Entre ellas, los traslados temporales por trabajo a otras capitales de provincia. Si es cierto que te pagan la estancia y dietas pero en muchas ocasiones surgen problemas con los equipos y no se obtienen los resultados esperados. Lo que era un trabajo de tres semanas se puede alargar tres meses y no te acaban pagando lo acordado. Un coñazo y más si estás lejos de casa.
En esta ocasión me tocó ir a Vigo. En teoría, Yolanda, la jefa de recursos humanos tenía que haberse encargado de reservar los billetes y el hotel. Tuve un rollo con ella pero la cosa acabó mal. Seguramente esperaba más compromiso por mi parte, cosa que no ocurrió. Ahora siempre que puede me evita y cuando me ve, me asesina con la mirada. Me da bastante igual es una borde. Como era de esperar me entregó toda la documentación en un sobre a través de una tercera persona. En dos semanas se suponía que tendría que estar de vuelta.
Antes de partir, mi esposa Sara me hizo una buena mamada para dejarme los huevos bien vacíos de leche y así tuviese un viaje de lo más relajado. Es una mujer estupenda que sabe cuidar estos detalles y muchos más.
Todo fue bien hasta llegar a Vigo. Nada más bajar del avión, cogí un taxi y le di la dirección del hotel al taxista. Éste se extrañó. Me dijo que no le sonaba ningún hotel en aquella dirección.
De hecho, en la reserva, solo figuraba Calle Brasil, un número y piso. No había ningún nombre de hotel. Al llegar al lugar, bajé del taxi y me dirigí a la dirección indicada. Era un edificio de viviendas. No podía ser, debía de tratarse de un error. Antes de llamar al interfono, llamé a Yolanda. Como era previsible la muy hija de puta no me cogió el teléfono. Finalmente pude contactar con una administrativa. Según le había dicho Yolanda, por temas económicos me habían buscado una habitación en un domicilio particular. ¡Hija de puta! Se estaba vengando.
Llamé al timbre. Un cuarto. Se oyó una voz de mujer. Le di mi nombre y la puerta del portal se abrió. No había ascensor. ¡Hija de puta!- pensé. Agarré la maleta y empecé a subir escaleras. Llegué por fin a la puerta. Antes de poder llamar, la puerta se abrió y un perro enano salió a mi encuentro. Empezó a ladrarme con muy mala leche.
-Tranquilo. No hace nada. Pase, pase Vd.
-Ya, ya, pero si lo ata mejor.
-¡Jajaja! No hombre no. Pase le digo.
El jodido perro me fue siguiendo entre mis piernas sin dejar de ladrar. La mujer se presentó:
-Me llamó Antía, benvido señor. Le enseñaré su habitación y el resto de la casa. Sígame por favor.
-Gracias, yo soy Iván. No esperaba que mi empresa me alojara en un domicilio particular. Es la primera vez.
-No se preocupe por eso Sr. Aquí nadie le molestará y estará Vd. como en su casa. Ahora solo estamos mi hija Zeltia y yo.
-Gracias. Y no me trate de Vd.
-Es la costumbre Sr.
Seguí a la mujer por un pasillo muy largo. Antía era una mujer madura que pasaría perfectamente de la cincuentena pero que a pesar de su sobrepeso parecía tenerlo todo en su sitio. Conservaba unas curvas muy sensuales. Llevaba una simple bata de estar por casa y debajo de ella se podía apreciar un culo bien redondo y firme. El pelo recogido y la piel más bien blanca con las mejillas sonrosadas. Aún no había tenido ocasión de apreciar sus tetas pero seguro prometían. El perro no dejó de perseguirme todo el trayecto e hizo incluso ademán de morderme el muy cabrón. Creo que era un chihuahua. Por fin llegamos a la habitación. Nada especial. Una cama de 135cm, una mesita y un armario. Parecía más una celda que una habitación. El crucifijo sobre el cabezal de la cama fue el remate. La ventana daba a un patio interior. ¡Qué hija de puta eres Yolanda!- volví a pensar.
-¿Qué le parece?
-Está genial. Gracias. Todo lo que necesito.
-Venga. Le enseñaré el resto del piso.
-No, no es necesario gracias. Ya lo descubriré yo, gracias. Prefiero tumbarme un poco.
-Como quiera. Si le apetece algo para comer, se lo preparo en un momento.
-No gracias. Todo está bien.
La mujer muy amable cerró la puerta y el perro echó una mirada que me recordó a Yolanda…..¡hijos de puta!, los dos.
Me levanté para cena. Al llegar al comedor, madre e hija estaban hablando animadamente en el sofá. El perro, ocupaba un lugar privilegiado en otro sofá. Levantó su cabeza, pero pareció ignorarme. Cosa que agradecí. La chica joven se incorporó y se presentó.
-Hola, ¿qué tal? Soy Zeltia.
Era una chica muy guapa. Había heredado las sensuales curvas de su madre. Lucía una melena larga y negra que casi le llegaba hasta el culo. Los ojos tan oscuros como su pelo y su piel era muy blanquita a excepción de sus labios gruesos y mejillas rosadas.
-Estábamos haciendo tiempo para cenar con Vd.
-Iván, Iván. No me trate de Vd. por favor.
Dudé unos segundos. Pero me pareció gente tan sencilla y buena que no fui capaz de rehusar la invitación. La cena transcurrió animada, hablando de todo un poco. La crisis también les había tocado de cerca y alquilaban la habitación para sacarse un dinero extra. Zeltia estaba estudiando en la universidad un grado de ciencias del mar. Me pareció una chica despierta y preparada además de muy guapa.
Acabada la cena, bajé a un bar cercano del mismo nombre que la calle. Bar Brasil. Pedí un café y llamé a mi esposa Sara para ver cómo le había ido el día. Me dijo que estaba deseando acabar la semana. Que le dolía mucho la cabeza y que al día siguiente iría sola a la playa a relajarse un poco. Charlamos media hora, me despedí de ella y volví al piso. Dí las buenas noches a mi casera. Zeltia no estaba. Supuse que estaría estudiando en su habitación. Me lavé los dientes y me acosté.
Sobre las dos de la madrugada un ruido constante me despertó. Era como una respiración hueca y profunda. Parecía tenerla dentro de mi habitación. Tras media hora despierto, tuve que levantarme y averiguar de dónde procedía aquel odioso ruido. Era imposible pegar ojo. Llegué a oscuras hasta el comedor. ¡Era el jodido chihuahua! ¡Me cago en su puta madre! El mierda perro roncaba como un caballo. Le lancé un cojín y salí corriendo hacia mi habitación. El perro se despertó y me persiguió hasta la puerta de la habitación sin parar de ladrar. Me había descubierto. Despertó a toda la casa. Oí como Antía cogía al perro y se lo llevaba a su habitación tranquilizándolo. No osó llamar a mi puerta, supongo que para no alterar más al jodido perro.
Un rato después conseguí dormir algo antes de que sonara el despertador.
Prácticamente mi rutina diaria consistía en salir temprano por la puerta y no volver hasta la hora de la cena. La cena era el único momento agradable del día. Estaba a gusto charlando con Antía y Zeltia y ellas creo que también. Los días transcurrieron sin novedad excepto por el cabrón del perro que no me dejaba dormir. A los pocos días era yo el que tenía un humor de perros y ya me había costado algún enfrentamiento con el equipo de trabajo. Odiaba con todas mis fuerzas aquel animal. Desde el primer momento no le había caído bien. Mis caseras, madre e hija eran encantadoras pero el perro era un verdadero cabrón. Después de varias noches, volví a levantarme a oscuras y llegué hasta donde dormía el perro. Me había estado jodiendo durante noches y se lo iba a hacer pagar. Le cogí del hocico para evitar que ladrara y lo inmovilicé con mis brazos. Me bajé el pantalón del pijama y como pude me saqué la polla. Me costó metérsela pero al final conseguí introducirle media polla y empecé a encularlo. El animal se retorcía y quería saltar pero lo tenía bien agarrado y se lo impedía. Le estaba haciendo pagar todas las noches sin dormir que me había hecho pasar. Poco a poco mi polla se iba poniendo dura y se abría paso en las entrañas calientes del animal.
-¡Toma cabrón! ¡Así aprenderás!
Con los días que llevaba sin follar empecé a notar cómo me subía la leche. De pronto, se encendió la luz del pasillo. Antía y Zeltia se habían despertado y me observaban atónitas desde la puerta del comedor. La luz del pasillo, dibujaba perfectamente sus figuras femeninas. Pude incluso ver que Antía estaba totalmente desnuda bajo el camisón. Zeltia llevaba un pijamita de pantalón corto ceñido a su joven cuerpo. Tenía unas tetas erguidas y espectaculares. Dudé unos instantes en si acabar de correrme dentro del perro o dejarlo libre. Momento que el chihuahua aprovechó para saltar y salir huyendo de allí dando alaridos de dolor. Con la polla tiesa delante de madre e hija y la leche a punto de brotarme por el capullo, Antía se acercó y me agarró la polla al mismo tiempo que me plantó un beso en la boca. Zeltia se quitó la parte de arriba del pijama dejando al aire aquellas tetazas enormes que miraban al cielo y me abrazó por detrás. Pude notar sus jóvenes y calientes pechos apretarse contra mi espalda. Antía dejó de besarme para empezar a mamarme la polla con desesperación. La hija se agachó y peleó con la madre por meterse la polla en la boca. Al final, quedó esperando su turno cerca de su madre mientras me acariciaba los huevos y el culo. Se habían puesto cachondas perdidas con la escena del perro. Madre e hija se alternaban mi polla en su boca dejándomela bien pringada de sus babas. Cuando se hartaron de mamar, me sentaron en el sofá. Antía me cabalgó moviéndose frenéticamente. Sus tetas me daban en la cara y acabé sujetándoselas sobándoselas bien. Se las mamaba en cuanto tenía ocasión. Zeltia me metía su lengua en la boca y me acariciaba por donde podía esperando pacientemente su turno. Tratando de contentarlas a las dos, retrasé mi corrida en el coño de Antía para que pudiese follarme también a Zeltia. Por suerte, Antía iba muy cachonda y se corrió enseguida por lo que pude ofrecer mi polla tiesa a Zeltia. Se colocó a cuatro patas sobre el sofá diciendo:
-Jódete a tu perra. Aquí solo puede haber un macho. Fóllame cabrón.
La penetré de una sentada, provocándole un grito de dolor. Del dolor inicial pasó a sentir un gusto enorme y ya no me dejó escapar de su jugoso coñito. La jodí con todas mis fuerzas descargando en ella la leche de varios días. Cuando saqué la polla, las dos se dedicaron a limpiarme el pollón con sus lenguas mientras yo les acariciaba el pelo.
-Sois un par de guarras.
-Sí cariño. Somos tus putas perras. Has tardado mucho en darnos tu leche.
Los tres nos metimos en la cama de matrimonio de Antía y volvimos a follar como perros. Otra noche más en la que no dormí pero esta vez no iba a quejarme.
En los días sucesivos, el chihuahua pareció entender quien era el nuevo amo y cada vez que me veía se escondía bajo una mesa. Por fin dejó de fastidiar. No me siento orgulloso de lo que hice, de hecho me sentí mal y traté de compensarlo dándole alguna caricia pero el animal no se fiaba.
Sabiendo lo que me esperaba cada noche después del trabajo, trataba de acabar cuanto antes la faena. Incluso a veces, cogía algún taxi. Ellas me reconocieron hacer lo mismo. Antía hacía los recados lo más rápido que podía y Zeltia venía pitando de la universidad para llegar antes a casa. Casi siempre me esperaban las dos en ropa interior. Llegaron incluso a pedirme follarlas por separado. Pasaba una noche en la cama de una y la siguiente en la cama de la otra. Las dos, verdaderas putas en la cama que se dejaban hacer de todo. Llegué a perder peso de tanto follar.
La última noche, al llegar a casa. Me recibieron completamente vestidas. Me extrañó.
-¿Qué ocurre?
-Esta noche viene mi marido.
-¿Estás casada?
-Si. Es camionero.
-Joder. No me habías dicho nada.
-No pasa nada. Tú quédate tranquilo. Vendrá con ganas de follar y la cabeza no le dará para más.
Minutos después, llamé a mi mujer para explicarle que ya pronto estaría en casa. Sin entrar en detalles me dijo que había tenido un flirteo con un tío en la playa. Que no volviese a dejarla sola. Que estaba muy cachonda y me echaba de menos. Conociéndola, supuse que alguna habría hecho.
Después de cenar. Nos sentamos en el sofá un rato. No pudimos evitar comernos la boca y sobarnos los tres hasta la llegada de Xandro, su marido. Antía fue a recibirlo. Se fundieron en un largo beso. Él la apretó aquel culazo que durante varias noches había sido mío. No pude evitar sentir celos de ver aquella escena. Rápidamente borré aquel pensamiento de mi cabeza ya que el personaje que sobraba en aquella casa era yo. Mientras los padres se magreaban en la entrada del piso, Zeltia me tocaba el paquete. Tuve que reprenderla para que parara. Me incorporé y fui hacia la entrada. La pareja dejó de besarse y Antía me presentó.
-Mira Xandro, este es el mecánico.
-Mucho gusto Sr. ¿ha estado a gusto en la casa?
-Si, no tengo ninguna queja. Incluso el perro parece haberme aceptado.
-¡Jajajaja! El perro es un poco cabrón.
Me dió un apretón de manos que casi me deja sin dedos. Pasó por el aseo, se lavó las manos y se metió en la cocina a cenar mientras charlaba con Antía.
Tras la cena, charlamos como si nos conociésemos de tiempo. Me sorprendió coincidir con él en muchos temas. Me dió bastante más conversación que su esposa e hija. Pero ellas habían sabido darme otras cosas que él no tenía. Me pareció un buen tipo.
Me retiré a mi habitación antes de lo habitual, pues supuse que querrían intimidad.
Cuando ya había caído en un sueño profundo, una mano me apretó el culo. Era Zeltia.
-¿Qué haces loca? ¿Quieres que tu padre me mate?
-Sssshhhhhhh, calla tonto. Están follando. Lo mismo que vamos a hacer tú y yo.
Mientras follábamos podíamos oír a sus padres follar. Los jadeos de su madre y los de su padre se mezclaban con el ruido de los muelles del colchón. Al parecer, el camionero venía cargado de leche. Me tuve que follar a Zeltia en silencio. Me regaló una estupenda mamada y me dejó llenarla de leche su pequeño coñito. Le comí durante un buen rato sus enormes tetas hasta dejarle los pezones irritados y le dije que era una puta. Se rió con cara maliciosa. Cuando se sintió satisfecha, me dió un beso apasionado de despedida y se fue a su habitación sin hacer ruido.
Por la mañana, desayunamos todos juntos. Un taxi me estaba esperando. Me despedí de todos en la puerta. Esta vez Xandro no me dió la mano, me abrazó dejándome la camisa hecha un cromo. Antía y Zeltia me besaron en las mejillas. Pude notar en sus ojos, una mezcla de agradecimiento y vicio por todas aquellas noches de sexo sin límites. Y hasta el capullo del perro vino a despedirse. Sentí que no me guardaba rencor. Le di una caricia en su pequeña cabezota. Agarré mi maleta y bajé por las escaleras pensando que Yolanda no era tan hija de puta como pensaba.