12 horas de hace 24 años

Aún hoy, después de 24 años me cuesta creer lo que llegué a sentir con aquel hombre.

12 HORAS DE HACE 24 AÑOS

Hacía mucho tiempo que habíamos decidido ir los tres de vacaciones una vez hubiéramos cumplido los 18 años. Hacía más de un año que estábamos ahorrando para poder hacer el viaje. Éramos los tres amigos más revolucionarios y resultones del Instituto. Altos... atractivos... deportistas... traviesos... pero buenos estudiantes los tres. Nunca nos faltaba la chica o chicas con quien quedar y darnos un buen magreo en algún lugar oscuro. En aquella época yo era un gran cinéfilo. Si había suerte y la chica era de las lanzadas, incluso podías conseguir un inexperto polvo fugaz. ¡Éramos los reyes del mambo!.

Y por fin llegó aquel verano de 1.979. Lo teníamos todo listo, beneplácito paterno incluido. Ya éramos mayores de edad. Montones de planes trazados para disfrutar al máximo de los 15 días que íbamos a pasar juntos. Habíamos recopilado datos e información de todo tipo para saber exactamente dónde había que ir y qué se podía hacer. Disponíamos de mapas detallados del lugar. Conocíamos el lugar como si ya viviéramos en él. Y sin Internet.

El gran destino: IBIZA.

Los objetivos: Básicamente tres. ¡FOLLAR!, ¡FOLLAR! y... ¡FOLLAR!

Sábado 21 de Julio de 1.979. 22’00 horas. Tres Vespa cargadísimas se encuentran en la estación marítima del Port de Barcelona. Listas para embarcar y zarpar rumbo a la codiciada isla en un par de horas. Todo a punto: las motos... las mochilas... las tiendas... y sobretodo, nosotros.

Hacia las 24’00 horas salíamos a mar abierto. La aventura había empezado. Reconocimiento completo del ferry y principalmente del pasaje femenino. En el pequeño bar-discoteca de cubierta ya se inician los primeros tanteos y uno de mis amigos y yo mismo ya conseguimos el objetivo del viaje antes de llegar al primer puerto. La cosa empieza bien. Fue con dos amigas que al igual que nosotros iban a Ibiza a "desmelenarse" un poco. Al no tener camarote, cada cual eligió el lugar que pudo con su circunstancial pareja para llevar a cabo la intimidad del acto. Me tocó un rincón de cubierta bajo la chimenea del buque. Amanecimos llegando a Ibiza, acurrucadísimos los dos y completamente helados, pero con cara de satisfacción. Estábamos en Ibiza.

A las 08’00 se inicia el desembarco. Nos evadimos muy sutilmente de las dos chicas con las que habíamos pasado la primera noche y tomamos casi al asalto una cafetería del puerto para desayunar y allí mismo planificar la estrategia a seguir. Era muy simple: 3 tíos... 3 motos... 3 tiendas... Decidimos no ir en manada. Juntos pero no revueltos. Iríamos recorriendo la isla estableciendo cada dos o tres días un campamento base en cualquiera de los Camping que teníamos controlados y a partir de ahí cada cual se buscaría la vida para comer y... para lo otro. Cuando coincidiéramos ya nos contaríamos nuestras aventuras o desventuras.

No entraré en detalles de lo acontecido durante la primera semana porque, siempre dentro de los objetivos previstos, casi cada día fue "muy" satisfactorio para cada uno de nosotros.

La verdadera historia empieza el miércoles 1 de Agosto. Habíamos recorrido ya más de media isla y teníamos emplazada la "base" operativa cerca de Sant Antoni desde la tarde anterior. Acababa de hacerse de día y la luz del sol sobre mi tienda me hizo despertar. Mis amigos estaban "desaparecidos", lo cual era buena señal teniendo en cuenta los motivos básicos del viaje. En cambio yo, aquella noche pasada no tuve "suerte" a pesar de haber casi cerrado "Ku", la disco de moda. Total que decidí hacer turismo yo solo y cruzar media isla en mi Vespa para hacer realidad algo que aún no había hecho nunca y que era tomar el sol y bañarme completamente desnudo en una playa nudista. En el año 1.979 eran casi tabú, al menos para mi, pero Ibiza... ¡era Ibiza!

Después de comer un bocata por el camino aparecí en la solitaria playa de Ses Salines a primera hora de la tarde y bajo un sol de justicia. Serían casi las 14’00 horas. Me encontraba ante una playa grande, bastante larga, con una arena muy blanca. Con solo verla, ¡la primera decepción! Había imaginado que una playa nudista en Ibiza estaría a esa hora medianamente abarrotada, y en los más o menos 200 metros de playa tan solo se veían una decena escasa de cuerpos al sol. En fin, yo lo que quería era despelotarme libremente un buen rato, así que empecé a caminar hacia la orilla. Nada más llegar a ella tuve la segunda decepción, más grande que la anterior. Fue al descubrir que la escasa decena de personas que había por allí (la mayoría de dos en dos) eran todos del género masculino. Era una playa nudista, sí. Pero era una playa nudista-gay. ¡Y con el sol que caía!. Me hice a la idea rápidamente. Posibilidad de ligue: ninguna. Opciones: Solo dos, irme o tomar el sol en bolas. Y como que venía principalmente a eso, pues me encaminé hacia el final de la playa, al lugar más tranquilo y solitario y allí tendí mi toalla. Mis vecinos más próximos estaban a unos 50 metros. Me desnudé y me di mi primer baño desnudo a plena luz del día en una playa. La sensación era formidable, de absoluta libertad. Algo distinto. El sol que caía a mi espalda, el bocadillo de la comida, la tranquilidad del lugar y sobretodo lo poco que dormí la noche anterior, me hizo sentir tan relajado que creo que me adormecí o que me dormí del todo en mi toalla.

Desperté sobresaltado al sentir una mano en mi hombro y una voz masculina muy cerca de mi oreja que dijo: "Si no proteges tu culo del sol, se te va a quemar". Me incorporé sobre mis codos y allí ante mí y en cuclillas vi a un hombre mayor, muy bronceado, de unos 50 años. Su pelo era canoso y brillaba al sol. Me sonreía de un modo que me tranquilizó al instante. Inspiraba confianza. Me resultó atractivo. Muy normal. Quiero decir que no parecía gay ni nada por el estilo. Mientras le miraba, me di cuenta que él también se encontraba desnudo. Seguía en cuclillas con su mano apoyada levemente en mi hombro. Entre sus piernas, una polla inmensamente flácida, colgaba sobre sus huevos a menos de medio metro de mis ojos. Habían pasado unos minutos desde que sus palabras me habían despertado y yo aún no había dicho ni hola. Quedé como hipnotizado mirando semejante aparato. Mi vista no podía dejar de mirar la tremenda polla, y él por fuerza debía darse cuenta de ello. Ninguno de los dos había cambiado de posición. De pronto y por momentos vi ante mis ojos cómo aquella polla empezaba a crecer más y más. La visión era impresionante. No perdí detalle de la transformación hasta que quedó totalmente erecta clavada en su piel bastante más arriba del ombligo. ¡Era inmensa! Muy larga y muy gorda. La más grande que jamás he visto en vivo. Los segundos o tal vez los minutos seguían pasando. Ninguno de los dos se había movido aún, solamente su polla. Ninguno de los dos decía nada. Al no mirarle a la cara, no sé siquiera qué es lo que él miraba. Yo solamente veía polla. Una presión dolorosa me hizo ser consciente de que yo también estaba completamente empalmado. Pero él no podía saberlo porque me encontraba boca abajo. En aquel momento me preguntó si me importaba dejarme poner bronceador en la piel para que no se me quemara con el sol. Mientras me lo pedía y con gran agilidad, se incorporó y corrió hacia su toalla, blandiendo su gran polla al aire. Sus bártulos estaban una veintena de metros más allá. Recogió la toalla, un libro, unas deportivas y una especie de saco de playa y volvió a buen paso hacia mi. No dejé de mirarlo mientras lo hacía, era imposible. Su pollón completamente erecto cimbreaba rítmicamente con su andar como si de un diapasón gigante se tratara. Su andar era ágil y elegante, muy masculino, nada amanerado. En un instante estaba de nuevo a mi lado estirando su toalla al lado de la mía. Se arrodilló en ella con un frasco de bronceador en la mano listo para esparcir crema. Fue todo tan rápido y yo estaba tan atontado que no podía ni hablar. Tal vez fue el cansancio acumulado de tantos días de juerga... tal vez el sueño... tal vez el calor... pero fui incapaz de hacer o decir nada.

Di un respingo al sentir la fría crema en mi espalda y en mis hombros, pero la suave caricia de sus dedos esparciéndola muy despacio, me hizo relajar de nuevo. Sus manos bajaron lentamente hasta llegar al límite de mis nalgas. Y volví a sentir la fría sensación de la crema en mis tobillos y en mis muslos y sus manos acariciantes esparciéndola como antes piernas arriba hasta llegar a la parte baja de mis nalgas. Instintivamente separé mis piernas cuanto pude para sentir su caricia entre mis muslos. Fue una caricia muy larga. Noté cómo acariciaba mis nalgas, rozaba y masajeaba mi ano y sus dedos se perdían en mi entrepierna. Mi polla se clavaba en la toalla y ésta en la arena. La presión era dolorosa. Levanté mi culo para que su caricia pudiera ir aún más lejos y él empezó a acariciar mis huevos y la base de mi inflamada polla. El placer era máximo, no recordaba haber sentido aquel grado de excitación tan grande durante tanto tiempo. Podía haber transcurrido media hora o tal vez más desde que su voz me despertó. Había perdido por completo la noción del tiempo.

Volví a oír su voz decir que me diera la vuelta y me pusiera boca arriba. Igual que antes, mientras lo decía, sus manos hábilmente me volteaban. Volví a verle la cara. Le vi morder su labio inferior mientras miraba mi polla tan dura, pero no dijo nada más. Era realmente atractivo. Mi vista volvió a fijarse en su inmensa polla que ascendía como una estaca cubriendo su vientre. Volví a cerrar los ojos al sentir la fría crema y sus manos ascender desde mis tobillos hasta mis muslos y volví a abrirme de piernas. Pero su juguetona caricia continuó por mis hombros y mi pecho. Se entretuvo masajeando y acariciando mis pezones que noté tener muy duros. Siguió por mi abdomen. Siempre muy despacio, en esa caricia inacabable que me hacía perder la noción de todo. Y llegó a mi pubis. Mis piernas completamente abiertas le esperaban. Empezó jugando con mi vello y masajeó mis huevos. Yo levanté mi cintura para poder sentir de nuevo sus dedos en mi entrepierna. Quería sentirle de nuevo en mi ano. Y lo hizo muy sensualmente durante un buen rato. Yo estaba a reventar. Él apenas había rozado aún mi polla, era lo único de mi anatomía que le quedaba por tocar. En un atisbo tal vez de vergüenza o de pudor, miré a mi alrededor por si había alguien observándonos, pero nadie, absolutamente nadie en cientos de metros podía vernos. Estábamos completamente solos. Cerré de nuevo los ojos y me dejé llevar por las sensaciones. Sentí sus dos manos rodear mi pubis alrededor de mi polla pero sin tocarla aún.

Y sin dejar de sentirlas sobre el vello de mi pubis noté algo muy cálido y húmedo abrazar la punta de mi polla. ¡Me la estaba chupando! Abrí los ojos porque quería verlo, y le vi agachado sobre mi tragándosela hasta el fondo. Notaba mi glande en su garganta. Sentía el calor de su lengua. La succión de sus labios en mi polla. ¡Era colosal! Una de sus manos empezó a acariciar mis huevos y la otra mi entrepierna, acercándose poco a poco a mi ano hasta que lo acarició muy suavemente mientras su lengua no dejaba de volverme loco del gusto que sentía. Noté que estaba a punto de correrme. Él también lo notó y aumentó el ritmo de la succión. Y me corrí en su boca gritando de gusto. Sí, reconozco que grité como nunca más he gritado. Tuve la sensación de estar eyaculando litros y más litros de leche que él bebió casi por completo. Quedé como muerto y él siguió unos instantes chupando mi polla hasta que quedó completamente fláciday limpia. Siempre sin decirnos nada, noté que se estiraba en la toalla a mi lado. Con una de sus manos apoyada en mi cadera. Así estuvimos un rato hasta que se levantó y dijo: "me voy a dar un baño" y noté que se iba. Abrí los ojos y me incorporé sentándome en mi toalla y vi cómo se zambullía en una ola. Le observé nadar un centenar largo de metros mar adentro y mientras lo hacía, mi cerebro empezaba a reaccionar pensando cosas como: "Me he dejado acariciar por un hombre y no he dicho ni hecho nada" "Un hombre me acaba de dar la mejor mamada de mi vida y la he disfrutado" "He gritado del gusto que he sentido" "No puedo dejar de pensar en su enorme polla" "¿Me he vuelto marica de golpe?" "¿O... ya lo era y no lo sabía?".

Éstos pensamientos y sobretodo el de la visión de su gran polla martilleaban mi cerebro mientras le veía nadar ya de regreso hacia la playa. Mi mente siempre volvía a su polla y de nuevo noté que la mía volvía a ponerse dura. Me la toqué un poco y ya estaba al 100% y sé que era por pensar en aquella inmensa polla que tanto me impresionaba. Miré a mi alrededor con mi polla entre mis manos y seguíamos solos en la playa. Me levanté y fui a su encuentro caminando hasta la orilla con mi polla bamboleándose completamente erecta. Él casi estaba llegando y me miraba mientras nadaba estilo braza. Le esperé viéndole llegar con el agua hasta mi cintura. Dejó de nadar al estar ya muy cercano a mí y la inercia de su brazada le acercó hasta que mi pecho detuvo el suyo. Me cogió de la cintura y yo a él cuando hizo pie y se incorporó frente a mí. Nuestros ojos se miraban sin pestañear, notaba en mi pecho el palpitar de su corazón. El mío galopaba desbocado. Notaba la piel de su barriga con mi dura polla y en mis muslos notaba cómo la suya crecía y crecía hasta que me separé un poco de él para que ambas pollas quedaran la una al lado de la otra, volviéndonos a abrazar para sentirnos el uno al otro. Notaba en mi barriga todo el grosor y el calor que su gran polla desprendía incluso dentro del agua. Nuestros ojos seguían fijos el uno en el otro. Inevitablemente mi mano dejó su cintura y cogió su pollón. Necesitaba sentirlo. ¡Era increíble! No exagero nada al decir que era el doble de gruesa que la mía y de más de un palmo de largo. Estoy diciendo con ello que era un cilindro perfecto de carne en barra de unos 18-20 cms. de grosor y unos 25-27 cms. de largo. Era un gran pepino de carne venosa y palpitante. Sentirla en mi mano me excitó aún más. Me sentía muy nervioso, emocionado, con aquello entre mis manos. Cogí sus huevos, palpé y recorrí cada milímetro de piel de aquel obús tan caliente. Lo notaba palpitar. Deshice nuestro abrazo y me coloqué detrás de él oliendo y lamiendo el salado sabor de su nuca. Mi mano izquierda acariciaba su vientre y su pecho entreteniendo mis dedos en sus erectos pezones. Mi mano derecha no dejaba de recorrer su polla en ningún momento. Mis dedos acariciaban su glande y empecé a masturbarle muy suavemente mientras él aprisionó entre sus piernas y sus nalgas mi polla. Así estuvimos unos minutos, siempre sin decir nada hasta que separándose un poco de mi se volteó y volvimos a quedar frente a frente. Tomó con su mano mi polla y ambos iniciamos una mutua masturbación con nuestras miradas fijas siempre la una en la otra. Notaba su aliento entrecortado cada vez más próximo y pronto noté su lengua rozar mis labios. Iniciamos los dos un largo juego de roces con lengua y labios sin dejar nunca de masturbarnos. Me volvían loco el gusto y las sensaciones que sentía. Hasta que por propia iniciativa mi lengua franqueó sus labios iniciando un interminable y apasionado beso con el que me volví a correr, entre espasmos y gemidos, instantes antes de que lo hiciera él. Nos abrazamos con fuerza mientras nuestras lenguas seguían luchando en inacabable beso.

Pasados esos incontables minutos de pasión extrema, nos miramos y sonreímos. Seguíamos mudos, sin decir nada. Nos encaminamos hacia la orilla. Lo hacíamos cogidos de la mano. Mientras salíamos del agua, volví a mirar la playa de punta a punta. Seguía absolutamente desierta, toda para nosotros. Miré mi reloj y eran las 18’00 horas. ¡No podía creerlo! Hacía más de tres horas que estaba haciendo el amor con un hombre absolutamente desconocido, a plena luz del día y en una playa, al cual aún no había dirigido ni una sola palabra y con el que había sentido el mayor placer de mi aún corta trayectoria sexual. Ninguna chica me había hecho sentir nunca lo que en aquel espacio de tiempo me había hecho sentir él. El colmo de mis desconcertados pensamientos era notar que salíamos del agua cogidos de la mano. ¡Aún no podía creer qué me estaba ocurriendo!

Llegamos a las toallas sin soltar nuestras manos. Entonces me preguntó cuál era mi nombre y fue cuando por primera vez le dirigí la palabra. Él se llamaba José Luis y era de Granada. Separado pero no divorciado y vuelto a juntar con otra mujer. Sin hijos. Estuvimos un buen rato hablando y conociéndonos de un modo muy distendido mientras nuestras manos seguían jugando entre ellas casi sin darnos cuenta de ello. Allí tumbados bajo un sol cada vez más bajo frente a frente sobre nuestras respectivas toallas. Nos acariciábamos, nos tocábamos. Mis dedos jugaban con el poco vello de su fornido pecho o reseguían de tanto en tanto la línea de sus labios. Él me los chupó como si de mi polla se tratara. Y entre la charla y los tocamientos tan sensuales, mi polla volvió a crecer mientras él la acariciaba con suavidad. Alargué mi mano hacia su flácida pero hermosísima polla que con sus grandes huevos reposaba inerte sobre su muslo. Volví a sentirla entre mis dedos, qué grande era a pesar de estar en "reposo". Mi mano notaba su peso. Y el hecho de sentirla de nuevo me excitó sobremanera. Le besé de nuevo en los labios mientras nuestras manos no dejaban de acariciar nuestras pollas. Él se deshizo de mí y se agacho sobre mi polla. Sus labios y sus dedos empezaron a jugar de nuevo con ella. Su lengua me producía espasmos de placer que yo quise corresponder. Giré mi cuerpo sin que él dejara de chuparme y acerqué mi cara a su polla. Nunca había hecho nada parecido con un hombre. Todo aquella tarde era nuevo para mí, pero... sentía necesidad de hacerlo. Me recreé viendo la inmensidad inerte de aquella polla a escasos centímetros. Realmente era hermosa. Mi nariz olió su piel y cosquilleó con su poco vello castaño y canoso. Lamí la piel salada de su tallo. Humedecí con mi lengua sus huevos, que parecían tener vida propia balanceándose de un lado a otro dentro de la bolsa. Y luego introduje poco a poco la punta de su glande en mi boca lamiéndolo suavemente. Lo recorrí por completo. Mis labios abrazaron su polla. Me di cuenta de que me gustaba sentir su polla en mi boca. Pero no conseguía lograr su erección. Imité los mismos movimientos que él con sus labios hacía con mi polla. Pero tan solo conseguí una leve erección por su parte. Pero seguí chupándola y lamiéndola toda. Me la tragaba entera, y a pesar de estar casi flácida, llenaba por completo mi boca. Me sentía lleno de él. Me gustaba.

De pronto sentí una descarga eléctrica recorrer mi cuerpo al sentir su lengua lamer más allá de mis huevos a punto de llegar a mi ano. En ese lugar donde una mujer tendría su coño. Pero su lengua continuó hasta acariciar en círculos muy suaves el anillo de mi ano. Perdí la noción de todo. Dejé incluso de chupar aquella polla que tanto me gustaba solo por sentir todo el placer que me estaba dando. Recuerdo fragmentos de aquellos instantes: el batir de las olas a lo lejos... la playa vacía... alguna gaviota andar por la arena... el sol... ¡Ya no había sol! ¡Qué gusto tan grande estaba sintiendo! Abrí aún más mis piernas para facilitarle aún más lo que me hacía. Toda su cabeza estaba entre mis muslos y no quería que su lengua se detuviera. Me sentía en éxtasis. Noté la presión de su mano en mi polla masturbándome sin descanso. Sé que yo estaba gimiendo con fuerza de gusto. Pero cuando noté la presión de su lengua queriendo penetrar el esfínter de mi ano... exploté en otro violento orgasmo que me dejó como desmayado y me dejé caer sobre él. Estuve unos minutos con mi cara encima de su enorme pollón aún flácido y de sus huevos. Durante aquellos minutos él no dejó de acariciar ya con más suavidad mi dolorida polla ni tampoco su lengua dejó de lamer mi ano y mis huevos. Hasta que empecé a recobrarme del tremendo gustazo que me habían hecho sentir su lengua y sus manos. Me incorporé y deshice el 69 buscando su cara. Nos miramos fijamente. Mi mano peinó sus cabellos y acaricié con suavidad su cara. Mis dedos esparcieron suavemente entre el vello de su pecho y sus pezones los rastros de semen de mi corrida. Y mientras acercaba mis labios a los suyos para besarle tiernamente, le dije: "¡gracias!". Me abrazó con fuerza y yo hice lo mismo con él y así estuvimos por unos minutos, besándonos con pasión, como si nuestra vida dependiera de ello.

Poco después me volteó, colocándose a mi espalda, los dos estirados de lado muy juntos sobre su toalla. Sentía el vello de su pecho en mi espalda... su brazo izquierdo abrazando suavemente mi cintura y su mano acariciando mi lampiño pecho y mis pezones... notaba su gran polla inerte entre mis nalgas... el vello de sus piernas semi-flexionadas detrás de las mías... su brazo derecho bajo mi cabeza y su mano meciendo mis largos cabellos... su aliento y su lengua en mi nuca... Sentía en mi interior sensaciones muy contradictorias. Por un lado me sentía muy bien conmigo mismo y estando a su lado. Sentía hacia él algo así como una sensación de agradecimiento, casi de sumisión. Me dejaba llevar. Me sentía muy hombre, pero... al mismo tiempo me sentía también su entregada mujer. Me agradaba sentir su abrazo y me acurruqué aún más si cabe para notarle aún más cercano a mí. En aquellos instantes me sentía una mujer de verdad y me gustaba sentirme así. Me sentía muy seguro y relajado. Le cogí una mano entrelazando nuestros dedos y así muy quietos, uno junto al otro, estuvimos un buen rato sin decirnos nada. Hasta que por fin su voz varonil me preguntó qué hacía esa noche. Le respondí sin mentir que no tenía nada previsto. Rato atrás ya le había contado el plan que llevábamos mis amigos y yo. Y me invitó a acompañarle a su hotel a cenar. No quise decir que no. Me propuso darnos el último baño para limpiarnos un poco. Volvimos a entrar al mar cogidos de la mano como si ya fuera lo más normal del mundo y frotamos el uno al otro nuestros bronceados cuerpos. Volvimos a besarnos y salimos pronto del agua. A pesar de haber luz de día, sin el sol el agua parecía fría. Eran las 20’30 horas. ¡Llevábamos más de 6 horas juntos!

Sequé su espalda y él la mía. Recogimos nuestros trastos y recorrimos hablando la larga playa desnudos aún y solos, cogidos de la mano. Casualmente él había aparcado su coche justo al lado de mi Vespa. Limpiamos la arena de nuestros pies. De mi mochila saqué mi bañador y la camiseta y me los puse. Él a mi lado, lo hizo al revés. Mientras se ponía la camiseta no pude evitar coger su polla y sus huevos con mi mano. Me arrodillé y volví a introducírmela en la boca. Quería verla de nuevo en todo su esplendor y enseguida noté que mi chupada empezaba a surtir efecto, pero él me levantó y besándome en la boca me dijo: "vamos al hotel, que habrá tiempo luego para eso". Fue gracioso ver cómo le costó ponerse el bañador a causa de su gran erección.

Solo tuve que seguirle unos diez minutos. Dejó la carretera del aeropuerto al llegar a Ibiza, en Ses Figueretes, donde habíamos instalado nuestra primera "base" días atrás. Al detener su coche en el hotel, quedé impresionado. Era todo un lujo. Su nombre me hizo sentir como el protagonista de la gran novela de Cervantes. Entramos juntos y no tuvo que dar explicación alguna a la recepcionista por mi presencia. Con unas "buenas tardes" tuvo la llave en la mano. Subimos con otro huésped, rojo como una gamba, en el ascensor y nos apeamos los tres en la sexta planta. El que parecía una gamba siguió andando pasillo allá cuando José Luis se detuvo en la puerta de su habitación, la 604. La habitación era muy amplia y muy fresca por el aire acondicionado. Había en ella dos camas juntas, muy grandes y más allá un gran ventanal por el que desde la puerta de entrada solo se veía el cielo entre las cortinas. Dejé mi mochila y José Luis su bolsa. Me ofreció algo de beber y rehusé. Dijo que iba a llamar al restaurante del hotel para que nos guardaran una mesa. Yo salí a la amplia terraza desde la que la vista era formidable. Una gran piscina a mis pies rodeada de pinos y más allá el mar. Me senté para contemplar el hermoso panorama. Oí colgar el teléfono a José Luis y lo sentí acercarse a mi diciéndome mientras me ofrecía un cigarrillo "¿te gusta?". Le dije que sí, que era precioso y muy tranquilo. Se sentó a mi lado y acarició mi pierna y yo puse mi mano sobre la suya acariciándole al mismo tiempo. Me dijo que nos guardaban mesa abajo en el restaurante a las 22’30 horas. Eran poco más de las 21’00 horas. Pensé que disponíamos de casi una hora y media para ducharnos, arreglarnos y tal vez para algo más. Desde donde nos encontrábamos veíamos la luz del día menguar poco a poco. Hubiera sido idílico ver desaparecer el sol en el horizonte del mar, pero dada la ubicación del hotel no era posible. Me preguntó si me sentía bien y le respondí que sí, que un poco extraño por la situación que estábamos compartiendo pero que me sentía muy a gusto con él. En la playa ya le había contado que nunca antes había estado con ningún hombre ni en pensamientos hasta conocerle a él, y le conté las sensaciones que tenía de sentirme tan femenino, tan mujer entre sus brazos. Me respondió que encontraba bastante normal que me sintiera de aquel modo dada la diferencia de edad que nos separaba y que él, a pesar de no ser promiscuo, tenía bastante más experiencia que yo en ese campo. Reconozco que a pesar de su aspecto juvenil y atlético, con sus 52 años podía ser sobradamente mi padre. De hecho teníamos un gran parecido físico. Los dos superábamos de largo el 1’80 mts... estilizados los dos... ambos con unos ojos verdosos muy parecidos... muy morenos... barbilampiños y poco velludos... sus cabellos castaños, aunque canosos, eran un poco más claros que los míos... Ambos éramos atractivos de verdad. Me contó, siempre sin dejar de acariciarnos las manos, un poco más de su vida: que se separó de su primera mujer hacía unos diez años... que a ella la volvía loca sentirse follada por su polla... que por un descuido ella descubrió su "otra" inclinación sexual y le dejó... Cuando aquello ocurrió, él vivía en Madrid. Tuvo que cambiar de ciudad y de trabajo, era ejecutivo (imagino que importante dado el nivel del hotel) de una empresa y que desde hacía cuatro años compartía su vida con otra mujer en Granada, a la que "asustaba" mantener relaciones sexuales con él, pero que no sabía nada de su otra "afición" secreta ni él pretendía que lo supiera. Se querían. Me dijo que desde joven había sentido inclinación por los hombres pero que disfrutaba igual con las mujeres. Dijo ser bisexual. Siempre había procurado mantener en secreto su atracción y deseo por algunos hombres. Por cuestiones laborales cada dos meses debía desplazarse a Ibiza durante una semana. Trabajaba de buena mañana hasta las 14’00 horas con las tardes libres, que aprovechaba a su aire. Aquel día decidió ir, para satisfacción mutua, a Ses Salines para tomar el sol desnudo. Él nunca había estado allí y, tal como me ocurrió a mi, al ver que era una zona gay, buscó un lugar alejado y allí fue donde me encontró. Por lo que dijo, llegó a la playa poco después que yo. Al llegar él, ya me vio tumbado boca abajo como dormido y plantó su toalla un poco más allá de la mía. Pasado un buen rato y viendo que yo no me había movido aún, fue cuando decidió acercarse para avisarme de los peligros del sol sobre la piel blanca. Luego, quedó sorprendido primero y le excitó después, el modo en que quedé pasmado mirando su gran polla. Con un beso nos felicitamos por la casualidad de habernos conocido. Ya había anochecido casi por completo. Faltaba casi una hora para la cena y decidimos ir a ducharnos. Fue cuando recordé que yo solamente llevaba la ropa puesta. Una camiseta y un bañador no eran ropa adecuada para una cena en un hotel de 4 estrellas. José Luis me ofreció un polo, un slip muy pequeño y unos pantalones bermudas que quedaban perfectamente conjuntados con mis náuticas. Problema solucionado.

Nos desnudamos en la habitación y cogidos por la cintura y besándonos en los labios pasamos al baño. Él manejaba la grifería y yo estaba detrás de él, abrazándole por detrás el pecho y con mi polla otra vez muy dura entre sus piernas. El agua caía sobre nosotros. Él volteó y nuestros labios volvieron a encontrarse y se fundieron de nuevo en otro de aquellos besos apasionados que ya tan bien conocía y que tanto me gustaban. Nuestras manos tocaban nuestros cuerpos y nos abrazábamos con fuerza. Sexo contra sexo. Boca contra boca.. Piel contra piel. Parecíamos uno y nos retorcíamos los dos para notarnos aún más. Me hizo volver con sus manos y empezó a enjabonarme con sus manos, frotando todo mi cuerpo desde mi cabeza hasta mi erecta polla, que con firmeza sujetó con una mano mientras con la otra acariciaba mis huevos y mi entrepierna. Apoyé mis manos en la pared para poder abrir bien mis piernas y levantar lo más posible mi culo hacia atrás para sentir su caricia. Apoyó su pollón completamente empalmado a mis nalgas rozando mi ano en un vaivén que no cesaba. Yo notaba de nuevo aquella sensación que me volvía loco de gusto. Sentir aquella tremenda polla acariciar mi esfínter y su mano masturbar mi polla era como estar en el cielo. "Introdujo" su polla entre mis piernas y yo la aprisioné de inmediato. Era como si me estuvieran follando de verdad. Me adapté de inmediato a su ritmo apretando fuertemente mis muslos. Él soltó mi polla y con ambas manos me cogió de la cintura. Lo agradecí porque estaba a punto de correrme. Y así estuvimos unos minutos hasta que susurrando en mi oreja me dijo "deja algo para después, que se enfriará la cena". Y sacó lentamente la polla de entre mis piernas. Me giré y le hice ocupar mi posición debajo de la ducha, empezándolo a enjabonar tal y como había hecho él conmigo. Llegar con mis dos manos a acariciar su polla fue de nuevo la ostia. Estaba dura como una piedra. La limpié a conciencia, cada pliegue, cada milímetro de la piel de su polla y sus huevos fue recorrido por mis dedos. Levantó una pierna sobre la bañera y levantó más su culo para que mis manos pudieran seguir "limpiando". Mis dedos resbalaban suavemente por su piel gracias al jabón. Me entretuve largo rato en su esfínter y noté que él apretaba hacia atrás queriendo introducirse mi dedo. Me dijo "mételo". Y lo hice, presioné más y mi dedo entró en su culo con cierta facilidad gracias al jabón haciéndole dar un respingo. Con mi otra mano empecé a masturbarle. Él gemía de gusto. Llegué a introducir casi todo mi dedo, Metiéndolo y sacándolo despacio. En esta ocasión fui yo, devolviéndole la jugada, quien dijo que si no bajábamos a cenar nos quedaríamos sin "postre". Sonriendo se giró y volvimos a besarnos. Nos aclaramos bien el jabón y una vez secos salimos del baño para vestirnos. Estábamos aún completamente empalmados los dos. No quise ponerme su slip porque en aquella época yo era un poco guarro y no me gustaba demasiado ponerme ropa interior. Pero el resto de su ropa me quedaba a medida. Él se vistió de un modo muy parecido al mío. Me hizo poner un poco de Agua Brava para oler los dos igual. Era fuerte pero me gustó. Bien arreglados y peinados dejamos la habitación y bajamos en el ascensor solos. Una vez dentro, no me costó nada darle un beso en la boca. Nadie nos veía. Y a las 22’35 horas nos sentábamos en nuestra mesa reservada para cenar.

Parecía hecho adrede aunque sabíamos que no era así, pero la mesa se encontraba un poco apartada de las demás, al lado de una vidriera con vistas al jardín y la piscina. Muy discreta y acogedora. Ideal para unos enamorados. Faltaba tan solo una vela. El resto del comedor estaba bastante lleno aún. Durante la cena no ocurrió absolutamente nada, seguimos hablando muy distendidamente, bebimos cerveza, y degustamos de una muy buena cena (la mejor desde que había llegado a Ibiza). No hubo ningún tipo de efusión, ni gesto, ni mirada que pudiera hacer sospechar nada extraño a nadie.

Tras los cafés nos encaminamos de nuevo a la habitación. Eran casi las 24’00 horas. Esperamos el ascensor junto a dos parejas de animados extranjeros. Iría prácticamente lleno. José Luis entró delante hasta el fondo y una vez dentro quedó detrás de mí. Los maridos de las dos alemanas estaban de muy buen año y estábamos los seis bastante apretados. Ya antes de iniciar la subida hasta la sexta planta noté en mis nalgas que la gran polla de José Luis estaba en toda su plenitud. No me moví para no despertar ninguna sospecha con los alemanes hasta llegar a nuestra planta. Ellos iban más arriba. Con un par o tres de "excuse me", algún "sorry" y unos pocos empujones conseguimos al fin salir y educadamente dimos las buenas noches mientras se cerraban las puertas. Y entonces, mientras recorríamos el largo y desierto pasillo hacia la habitación, cogí con mi mano izquierda su mano derecha y mi mano derecha se dirigió a la cremallera de su pantalón tratando de bajarla sin dejar de andar. Afortunadamente su mano izquierda colaboró en la maniobra y antes de llegar a la habitación su polla ya palpitaba en mi mano liberada de la presión de su slip y del pantalón que la aprisionaban. Ya cerca de la puerta liberé también mi polla de su encierro, que también estaba a mil, mientras miraba la suya bambolearse al andar como si de un bate de béisbol se tratara. Nada mas entrar en la habitación y cerrar la puerta tras nosotros nos fundimos en un apasionado beso completamente abrazados, polla contra polla. Con mis pies me saqué las náuticas y una de mis manos soltó el botón de mis bermudas, que cayeron al suelo. Deshicimos el beso y me saqué de un tirón el polo. Volvía a estar desnudo para él. Me puse a su espalda y desde allí le empecé a desnudar. Primero los botones de su camisa, acariciando a dos manos su pecho... sus brazos... su vientre... su polla... Él ya se había sacado sus deportivas. Desabroché el botón de su pantalón y éste cayo a sus pies y yo mismo deslicé su slip para poder coger sus huevos entre mis manos. Ambos estábamos completamente desnudos otra vez en la intimidad de la habitación. Rozábamos nuestros cuerpos en difíciles contorsiones. Yo no soltaba su polla y la mía se apretaba contra sus nalgas. Sus manos acariciaban mis muslos y mis caderas. Se agachó un poco abriendo sus piernas para que colocara mi polla entre ellas. Me la apretaba. Nuestras bocas volvieron a unirse en difícil posición. Aun nos encontrábamos al lado de la puerta y con la luz apagada.

Cuando aflojó la pasión él sugirió tomar algo de beber y mientras preparaba un par de cubatas salí desnudo y aún empalmado a la terraza. Me apoyé en la baranda contemplando la noche y el mar. Nadie podía verme aunque no me hubiera importado. De pronto noté la caricia de su mano en mi nalga y no me moví. Sujeto a la baranda abrí aún más mis piernas para que su mano me sobara con facilidad. Volvía a sentirme completamente femenino. Su caricia continuó. Sentía la punta de su dedo índice acariciar con suavidad mi ano. Notaba su lengua lamer mi cuello y mis orejas. Sin soltarme busqué y lamí sus labios. Besé su boca entre gemidos. Su mano ya acariciaba mis huevos y mi polla por debajo de mis nalgas. Notaba la presión de su antebrazo en mi ano. Yo abría lo más que podía mis piernas alzando una de ellas hasta una silla. Me sentía una hembra en celo. Buscaba el máximo placer y la máxima sensación. Él detrás de mi se agachó y noté otra vez su lengua acariciar y lamer mi ano mientras sus manos sobaban mis huevos y mi polla. Mis piernas flaqueaban del gusto. Nunca hubiera imaginado sentir tanto placer en un lugar tan "sucio" de mi cuerpo, pero su lengua me hacía volver loco. Yo contoneaba y apretaba contra su cara mi culo para sentir más su lengua. Si había alguien en alguna de las terrazas contiguas, seguro que oía perfectamente mis jadeos y mis gemidos. Pero nadie podía vernos. Y si alguien nos veía, me daba completamente igual. Estaba absolutamente entregado a gozar con él. Quise colaborar y hacerle sentir lo mismo que me estaba haciendo sentir a mi. Le levanté y le besé. Le abracé. Besé sus ojos, su nariz, sus orejas, sus labios. Notaba su gran polla palpitar en mi vientre al lado de la mía. Yo estaba como loco de pasión, y él también. Estábamos desenfrenados. Sudando. Nuestra piel brillaba por el reflejo de la pequeña lámpara del mueble bar.

Entramos de nuevo en la habitación cerrando la puerta para sentir el frescor del aire acondicionado. Dimos un trago a nuestros cubatas y abrazándome de la cintura nos dirigimos a la gran cama. Le hice recostar y quedé derecho a su lado mirándonos. Él acariciaba mi muslo. Miré su polla y me agaché ante ella. Olía aún a jabón. Noté su mano acariciar mi nuca y mecer mis cabellos. Lamí la piel del glande y con mis dedos lo descubrí del todo. Tan brillante y liso, lo introduje poco a poco entre mis labios, que apenas podían abarcarlo. Lo lamí y lo chupé como si de mi helado favorito se tratara. Mi mano sujetaba el tallo y notaba el palpitar de sus venas. Sentir aquella polla erecta en mi boca me producía una sensación desconocida hasta entonces. Me embriagaba. Él me hizo colocar encima de él y volvimos a empezar un fabuloso 69. A pesar de no caber en mi boca, no me cansaba de chupar y lamer aquello que tan sujeto tenía en mi mano. Noté su lengua recorrer el camino hacia mi ano. Me gustaba tanto... También sus dedos acabaron allí. Al rato noté la presión de uno de ellos en mi esfínter. Noté que despacio entraba en mí. No me gustaba la sensación, era molesta y dolorosa. Él lo notó y retirando el dedo lo sustituyó de nuevo por su sabia lengua. Cambiamos de posición quedando yo debajo. Volvió a chupar mi polla con ansia y yo seguía mamando la suya. Noté que estaba cercano a correrme y quería alargar más el placer. Le volví a voltear y me coloqué a caballo suyo con su gran cilindro de carne ardiente entre mis nalgas. Notaba la base de su polla presionar mi ano y veía asomar debajo de mis huevos todo su brillante glande. Empecé a cabalgarle. Mi cuerpo se frotaba fuertemente contra su polla. A él también le gustaba. Veía en su cara el placer que estaba sintiendo. Sus manos sujetas a mi cintura marcaban el ritmo. Mis manos estaban apoyadas en su pecho. El ritmo no cesaba y acompasadamente lo íbamos acelerando poco a poco. Casi me sentía follado de verdad por aquel pedazo de pepino. Hubiera querido tener en aquel momento un coño de verdad para sentirlo por completo dentro de mi. Estuvimos follándonos mucho rato empapados en sudor. Yo empecé a masturbarme furiosamente mientras nos decíamos palabras el uno al otro entre gemidos de placer : más... más... sí... qué gusto... qué polla tienes... fóllame así... qué bueno estás... me gustas... córrete conmigo... Era un estado de excitación máximo por ambas partes. Nuestras manos se aferraban a nuestros cuerpos hasta que nos avisamos el uno al otro de que nos corríamos. Y con violentos movimientos de placer lo hicimos los dos a la vez. Noté los espasmos de su polla en mi entrepierna. Vi nuestro semen caer sobre su pecho y su vientre. No fue una gran corrida porque yo estaba casi "seco", pero la suya fue considerable. Nuestro movimiento continuaba aunque cada vez más lento. Nuestras manos se encontraron y los dedos se entrelazaron con fuerza. Me dejé caer despacio sobre él, resbalando con mi pecho por el suyo gracias al semen depositado hasta que nuestros labios volvieron a unirse en uno de los besos de los que mejor recuerdo guardo. Un beso con mucho sentimiento, de los que se dan muy pocas veces. De los de verdad. Sus manos alborotaban mis cabellos y las mías los suyos. Creo que los dos abrimos los ojos a la vez y fue cuando ambos nos dimos cuenta de que gruesas lágrimas resbalaban por nuestras mejillas. ¿Por qué llorábamos? Aún hoy me da miedo saber la respuesta a ésta pregunta. Lamí sus lágrimas y él a mi las mías y fue cuando se me escapó el decirle "¡Te quiero!". Mirándonos fijamente a los ojos seguimos besuqueándonos lamiendo las lágrimas que aún mojaban nuestras mejillas. Me sentía plenamente entregado a alguien de mi mismo sexo. ¡Y me gustaba!

Volví a resbalar por su pecho hacia abajo. Quería volver a sentir su polla aunque inerte en mis manos. Mirándole a los ojos se la cogí. Él parecía rendido, muy relajado. La acaricié, amasé sus huevos. Estaba totalmente pringada del semen de nuestras corridas. En un impulso impensable con anterioridad en mi por el reparo, la empecé a besar dulcemente. La empecé a lamer muy despacio. Notaba el extraño sabor de su semen y supongo que también del mío. No era desagradable ni sentía asco alguno. Las ganas de sentir aquella polla entre mis labios superaban cualquier reparo. Su polla era mágica, me tenía hechizado. La limpié con mi lengua a conciencia. No quedó ni un ápice de semen en su piel. Lamí también su vientre limpiando el semen allí depositado y más tarde y sin ninguna repugnancia lamí y besé también su ano tal y como él había hecho conmigo. Con él había roto casi todas las barreras que se puedan romper. Él me hizo recostar a su lado y empezó otra vez un 69, limpiando también mi vientre y mi polla, que luego se tragó entera. Yo seguía lamiendo su esfínter y trantando con mi lengua de penetrarle. Noté que le gustaba. Mojé en mi boca mi dedo índice y empecé a presionar despacio para introducirlo. Mi lengua acompañaba a mi dedo lubricándolo. Con cuidado introduje mi dedo hasta la mitad, pero me dijo que le dolía y lo retiré despacio lamiendo de nuevo su esfínter para aplacar el dolor. Los dos éramos vírgenes de polla en aquella parte tan íntima de nuestros cuerpos. Volví a centrarme en su dormida polla con pequeños lengüetazos cariñosos. Él besaba y lamía muy despacio mi bajo vientre. Éste es el último recuerdo vivo en mi memoria de aquella lujuriosa y larga noche.

Desperté completamente desorientado en la semipenumbra de una habitación. Estirado con la cabeza a los pies de una cama inmensa y completamente desnudo (aunque esto no sea novedad en mi ni aún hoy) y absolutamente solo. Busqué a José Luis y le llamé pero no estaba. Miré qué hora era. Las 10’20 horas de una mañana aparentemente espléndida por la luz que entraba por las cortinas cerradas. Me incorporé para abrirlas y tanta luz de golpe lastimó incluso mis ojos. Recordé enseguida que José Luis no estaba como yo de vacaciones y que habría ido a trabajar. ¿Qué hago ahora? Una necesidad fisiológica imperiosa me hizo acudir al baño y allí junto al cristal, una nota:

"¡Buenos días, perezoso! Deseo que sea tarde cuando leas esto. He ido a trabajar. Regresaré a las 14’30 horas. Hasta las 11’00 puedes desayunar en la cafetería. Si quieres ve a la piscina. Daré aviso en recepción de que estás en mi habitación. Por favor, quédate. ¡Un beso!"

Un montón de pensamientos rondaba mi cabeza aturdida aún. Lo ocurrido la tarde y noche anteriores... la nota... mis amigos... mis padres... el "te quiero" que le dije... el dolor que sentía en mi polla... los besos y caricias compartidos... las placenteras sensaciones sentidas... cómo sería mi vida desde entonces... Pensamientos que el sr. Roca no conseguía ayudarme a clarificar. Abrí el grifo y me metí bajo el agua de la ducha. Me reconfortaba. Allí bajo el agua, a los pocos instantes tomé el jabón y empecé a frotar mi piel furiosamente. Me sentía sucio. Froté mi cara, brazos, piernas, mi culo, mi polla. Todo mi cuerpo entero para tratar de "limpiar" lo vivido horas antes. Lavé incluso mis dientes sin cepillo y muy rápidamente me vestí con mi ropa y cogí mi mochila. No me dejaba nada. A punto de salir de la habitación tuve la tentación de dejar una nota, pero... no lo hice. Al cerrar la puerta de la habitación tras de mi pude ver colgado en el pomo el letrero "please, do not disturb" . Era el último detalle de José Luis. Salí sin problemas del hotel y cogiendo mi Vespa salí rápidamente de allí encaminándome hacia Sant Antoni de Portmany al encuentro de mis dos amigos.

De lo ocurrido los últimos días de viaje, no es preciso hablar, porque terminó satisfactoriamente.

Tomé la firme decisión de no contar mi historia a nadie. Sería mi secreto. Intenté borrar por completo de mi mente aquellas doce horas como si nunca hubieran existido. Pero como veis, no he podido. Aunque nadie ha sabido nunca nada. Ni la más leve sospecha, ni el más mínimo comentario simplemente por el "qué dirán"...

...hasta hoy.