1/13 Una larga noche como voyeur

Mi abuelo deja de hablarme de repente, sin duda sabe que me estoy follando a mi tía abuela, y las consecuencias serán mortales

De nuevo por aquí para saludarles, mis queridos lectores.

Comenzando el relato 1/13 de la segunda parte de mis "memorias de un depravado".

Comencemos.

Como saben por mis anteriores relatos, que ya forman parte de la primera parte de mis memorias, que por cierto pueden recibir compiladas de manera gratuita todos aquellos de ustedes que lo deseen, tan solo pidiéndolo por correo electrónico.

Mi situación en ese momento, era que tenía varias amantes maduras, una de las cuales era mi tía abuela Rafaela.

Con ella, con mi tía abuela Rafaela,  en principio no tenía ningún problema, ya que me la follaba todas las noches una o varias veces. Los dos estábamos muy compenetrados.

Buenos nuestros dos sexos, mi gran pollón y su vicioso y precioso además de sabroso coño.

Al principio como recordaran todos ustedes ella me follaba siempre a mí. Eso cambaría algo…

Bastantes meses después, casi al año siguiente, cuando conocí  a la viuda, mi vecina Fernanda, mi gran maestra, que me enseñaría comer el coño en condiciones, obviamente compartí esa sabiduría aprendida con mi tía abuela Rafaela, lo que le encantó absolutamente, desde el primer momento.

Todo iba bien e incluso mejor, pues alternábamos un primer polvo en cucharita, pues a ella le encantaba esa posición en la cama, para inmediatamente después de correrme en su caliente coño, ponerme a comérselo, cosa que empezó a gustarle sobremanera,  corriéndose como loca al no haber conocido las delicias orales jamás en su vida, según me aseguraría.

Por cierto, aquel coño no aparentaba de ninguna manera la edad de su dueña. Al principio no lo había visto con detalle.

Con el paso de las semanas y meses, follábamos con la luz encendida. Yo quería verla en todo su esplendor y detalle.

No sé si alguno de ustedes se ha follado a alguna abuela alguna vez.

Espero que sí, o que al menos hayan disfrutado de una buena madura.

Es un placer inmenso, como saben los elegidos para esa absoluta gloria divida de ser devorado sexualmente por una mujer mayor.

Sabrán, que las arrugas del cuerpo femenino jamás llegan al coño.

Son coños preciosos, que jamás aparentan vejez.

Los coños de las maduras, al ser comidos se manifiestan preciosos, brillantes, viscosos,  y muy deseables.

A si lo he sentido siempre, de todas las amantes maduras que he tenido y han sido cientos.

Pero les sigo contado.

Al comenzar la relación con Raquel mi compañera, eran ya tres, mis amantes fijas maduras. Podía con todas ellas, sin problemas.

Pasaron los años y me sentía como el rey en aquel mundo maravilloso del sexo, con el papel protagonista de una película que podía titularse…, “El folla tres maduras de manera permanente”.

Pero todo puede mejorar, según creo.

Cuando mi tía Lucia fue abandonada por su marido Sebastián y entró en aquella gran depresión, como recordaran, mi madre me mandó a dormir con ella para que no estuviese sola. Estaba a punto de cumplir esa edad de los dieciocho años.

¿Recuerdan aquel maravilloso cumpleaños que me dieron mis tres maduras, la puta Julie y como feliz epilogo, mi tía Lucia?

Durante los nueves meses que conviví con  mi tía Lucia, lo pasé como un guarro en un charco. Fue una época de mi vida absolutamente memorable.

Mi tía Lucia me folló a diario, me sacaba tres o cuatro leches todos los días.

Ella se corría muchísimas veces en decenas de posiciones y situaciones.

Era una autentica fiera en la cama y le encantaba hacer y recibir sexo oral, además de otras guarrerías geniales de cama, como el uso de consoladores.

Ella me enseñaría todo lo que sé sobre el agujero negro del placer.

Decenas de cosas hicimos mi tía Lucia y yo, en nuestros respectivos agujeritos negros de manera recíproca.

Todo era genial para los dos.

Pero, nada es perfecto.

Tanto Raquel, como la viuda, mi vecina Fernanda eran folladas por mí, de manera permanente, aunque con matices.

Raquel era follada en el trabajo aunque de manera rápida por razones evidentes, aunque los fines de semana con mucho más sosiego, principalmente en el rincón de la discoteca, aunque también en muchos otros sitios.

Muy pronto les contaré de mis experiencias de amo, cuando les hable de Ángela la gordita más cachonda de mi cuidad.

He de decir que Raquel cada vez era más experta en el sexo, llegando incluso a tener fantasías masoquistas. Poco a poco fue adquiriendo destreza como una sumisa sexual y cuando podíamos permitírnoslo jugamos al rol de amo-sumisa.

Debo de irles contando algo de esto último también, además de la envidia que pasó su hermano el bisexual casi más gay que otra cosa, que nos espiaba desde hacía meses.

Lo cierto y verdad es que Raquel cada vez, disfrutaba más del sexo, llegando a correrse con mucha más intensidad, y en mayor cantidad, según incorporábamos novedades en nuestra tórrida relación sexual, que duró lamentablemente hasta su injusta y temprana muerte.

¡Te sigo añorando mi Raquel bendita!

La viuda Fernanda, mi vecina, por su parte era follada por mí, bien por las noches cuando llegaba a casa o antes de acostarme, aunque no todas las noches.

Pasaba a verla a diario si no estaba muy cansado o en todo caso, los fines de semana, principalmente el domingo, me ponía al día con ella.

Cierto es que con ella, algunos domingos eran espectaculares.

Seguía la viuda Fernando exigiendo, me encantaba, que le comiese el coño en primer lugar durante al menos una hora de reloj, corriéndose a veces cuatro o cinco veces.

Luego se acostumbró a follarme ella, una o dos veces subiéndose en mi polla.

Al ser delgada no tenía ningún inconveniente en ser una folladora en cuchillas espectacular.

Eso sí, ya empecé a acostumbrarla después de las folladas que me hacía ella o le hacía yo,  a que me ofreciese su coño a fin de devorar mi leche y sus fluidos y de paso, volver a correrse con mi gratificante lengua varias veces.

Cuando la dejaba a media tarde los domingos, realmente Fernanda se quedaba bien satisfecha, pero que muy bien satisfecha.

Se notaba en la cara de la viuda al despedirme de ella, que quería más y más.

Fue mi vecina, otra madura que me estuve follando casi prácticamente hasta su muerte.

Al darle el ictus, como recuerdan que ya les he contado, seguía queriendo de mis favores.

Hubo un momento de acople final, cuando vino su sobrina Carmela a cuidarla, y tuvo irremediablemente que participar de nuestro juegos, primero en trio y luego a solas, cuando se declaró como una sublime golfa.

El problema de Carmela, solo era su problemilla en la vista.

Torcía el ojo izquierdo ligeramente, eso la intimidaba un poco al principio, luego se acostumbró tanto a mi polla, que en el mismo entierro de su tía, me echaría uno de los polvazos más grandes de mi vida, al mismo tiempo que me pedía matrimonio, detalle éste que he de referirles por lo gracioso, pues fue la primera vez en mi vida.

Sigamos con el relato, que como siempre me voy de un sitio a otro.

La que empezó a cabrearse con aquella  situación fue mi tía abuela Rafaela,  que estaba acostumbrada a recibir mi leche a diario y de la noche a la mañana la “abandoné involuntariamente” eso sí, temporalmente. No es que se cabrease conmigo, pues ella  entendía perfectamente la situación anómala de mi tía Lucia.

El problema era que pasaba hambre de mi pollaza y eso, ella no lo podía permitir.

Lo solucionaria enseguida,  buscándome entre horas y follándome en el taller de mi abuelo en primera instancia, luego en más sitios.

Ya les he contado como me follaba en el taller de mi abuelo Remigio, pero por si acaso, voy a recordárselo, con más detalle.

Yo de pie apoyado en el banco de trabajo de espaldas, y mi tía delante de mí ligeramente inclinada apoyada en una silla que mi abuelo tenía allí o en la pared abriendo sus brazos.

Se alzaba los faldones de su vestido, iba desnuda al efecto, se agachaba, mojaba con saliva su coño y de inmediato tanteaba mi polla que estaba ya súper dura, y de esta pose se la clavaba, para después de acoplarse, moverse como una loca hasta correrse ella y hacerme correr a mí como dos auténticos perros en celo.

Casi siempre me metía debajo de ella después del primer polvo, para recibir todos los fluidos en mi boca, pues ya le tenía cogía la medida.

Algunas veces echábamos dos ricos polvitos.

¿Cuándo, se preguntaran ustedes?

Según temporadas, les cuento…

En invierno al ir a clase nocturna, con menos posibilidades, lo hacíamos después de cenar o después de venir de casa de la viuda Fernanda, mi vecina y en todo caso, siempre antes de ir a acostarme con mi tía Lucia, mientras que los sábados por la noche y domingos por la mañana habitualmente hacíamos extras de todo tipo.

Algún domingo por la noche también.

En verano bastante más, al no tener que ir a las clases nocturnas del instituto.

También y excepcionalmente al coger las vacaciones en la empresa, que solíamos cogerlas en dos periodos de quince días cada uno, uno en invierno y otro en verano, aprovechaba mi tía abuela Rafaela para sacarme toda la leche que podía y más.

Volvamos a los polvos del taller.

Alguna gota o varias de  ellas, de mi cremosa  leche debimos dejar distraídamente  caer al suelo del taller, sin darnos cuenta, lastima de leche, seguro que por las prisas de alguno de los polvos por necesidad imperiosa de mi tía abuela Rafaela, y mi abuelo se tuvo que dar cuenta de ello, pues era muy observador y metódico.

Seguramente, estuvo pendiente y nos vio en alguna ocasión.

Eran hasta entonces suposiciones.

Luego mi tía abuela Rafaela me contaría los detalles de nuestra “cagada”.

Les cuento, que de la noche a la mañana me abuelo dejo de hablarme como antes.

Era frio conmigo.

Hasta entonces éramos como colegas, hablando de todo, como si fuéramos amigos de toda la vida.

Ya les había mencionado que me hablada de todo su pasado y de todos los temas.

Era mi abuelo Remigio una persona muy comunicativa y tremendamente activa en todos sus aspectos.

La única pega que le veía, era su tremenda adición al tabaco, exclusivamente de pipa.

Me había hablado mucho de sexo.

Especialmente de su difunta Paulina y como se la follaba hasta el problema que la llevo a la silla de ruedas.

Me había hablado mucho también de la Guerra Civil, en donde había sido un fiel republicano, conservando incluso una pistola que le habían facilitado en el ayuntamiento en aquellos momentos tan difíciles y complicados de nuestra España querida.

Me había dejado decenas de libros de decenas de temas diferentes.

A pesar de no haber podido estudiar mucho, le encantaba a  mi abuelo Remigio, leer y estar al día de todo.

Recuerdo su compañía, como la mejor experiencia en aquellos años de mi adolescencia.

Pues bien, todo se había ido al traste.

Les cuento los detalles…

La tarde del 5 de diciembre del 86, aquel día en que Pili se aproximaba al día de su nacimiento, que se produciría en la madrugada del día 6, se llevaron al Hospital a mi tía Lucí para que diese a luz.

No estaba mal la parturienta, pero no se sentía bien y por seguridad la comadrona aconsejó su ingreso.

Ya la noche anterior, en nuestra última noche de sexo, no había sido la misma.

En las noches previas mi tía Lucia y yo, habíamos hecho sexo, pero ella se sentía algo incomoda y molesta.

Yo había observado al comerle el coño, en los días y semanas previos, como ese bonito coño se había desfigurado.

Sin duda su cuerpo anunciaba ese cambio temporal para sacar a mi hija por aquel maravilloso canal de aquel coño maravilloso que estuve disfrutando tan solo nueve meses de mi vida.

Lo sigo añorando.

Espero que te fueses al cielo tía querida bien harta de orgasmos, yo sigo aquí en la tierra disfrutando de mujeres, aunque no puedo dejar de añorarte.

Sepan mis queridos lectores, que el nombre de Pilar, el nombre por el que llamaríamos todos a Pili, a mi sobrina-prima e hija, dejó mi tía que lo eligiese yo, noches antes de su venida a este mundo, mientras follábamos como animales.

Me ha encantado siempre la Virgen del Pilar por muchas razones.

Les cuento las principales…

Una de ellas es que de muy joven, mi abuela paterna Ernestina, muy viajera y muy argotera según decían, viajaba todos los años en el mes de octubre al Pilar.

En uno de aquellos viajes me llevó junto a una amiga que viajaba mucho con ella, de nombre Agustina.

Pues amigos, esta amiga de mi abuela paterna, Agustina, a pesar de su edad, me dio una noche inolvidable en Zaragoza años atrás y desde entonces me encantaba el nombre de Pilar.

Habré de contarles aquella tremenda anécdota sexual.

No podrán creerla, ya lo verán, o mejor dicho, ya lo leeran.

Sigamos con lo del abuelo…

Aquella noche nos quedaríamos solos los hijos, junto a Luci, la peque de mi tía Lucia, mi tía abuela Rafaela y mi abuelo Remigio.

Mis padres habían ido a acompañar a mi tía Lucia al Hospital para su más que probable parto desde aquella tarde.

Mi padre vino a cenar y darnos noticias.

Todo iba bien.

Cenó mi padre, y se llevó bocadillos para mi madre y se quedaría allí.

¿Recuerdan que se llamaba como yo?

Así, es. José Miguel.

Tienen ustedes muy buena memoria, me estoy dando cuenta.

Sigamos con la velada de aquella noche…

Nosotros cenamos todos juntos.

Mi tía abuela, tan hacendosa,  preparó la cena.

Mi abuelo cenó sin hablar nada.

Estaba cabreadísimo con su prima y conmigo.

Todos nos acostamos enseguida. El ambiente era demasiado tenso.

Mi tía abuela, se acostó y me dijo.

-          Pepito, tu abuelo lo sabe.

-          ¿Cómo?

-          Ha debido de ver algo en el taller, seguro que hemos dejado alguna gota de leche en el suelo, o alguna pista.

-          Algo me temía, pues llevaba sin hablarme varios días.

-          Sí, me había dado cuenta, me dijo mi tía abuela.

Mi abuelo era metódico.

Me acuerdo como tenia colocado el taller, con todas las herramientas colocadas en tablas, pintadas las herramientas, con sus formas.

Él lo barría y colocaba todo antes de marcharse.

Generalmente estaba allí por la mañana.

Mi tía aprovechaba para que fuésemos al taller, bien por las siestas en verano, bien por la noche después de cenar con la excusa de tirar la basura.

Allí al lado del taller teníamos el almacén de basura, hasta que mi abuelo lo sacaba a la calle al día siguiente en unos grandes contenedores que estaban al principio de la calle.

Seguro que se había dado cuenta de algún detalle.

Seguramente de algún goterón de leche, que viese al barrer o quizás la silla descolocada, quizás.

¿Quién sabe?

Si fue la leche, pensaba yo mientras me lo decía, era una lástima, ya que la leche donde mejor estaba era en mi boca.

Le había echado el abuelo Remigio, una súper bronca a su prima.

Le había dado un ultimátum, tenía que ir a verlo a su habitación esta noche.

Eso me contaba mi tía abuela mientras nos acoplábamos en la cama de nuestra habitación.

Mi tía abuela Rafaela, a pesar del disgusto inicial, no pudo evitar querer echarme un buen polvo que fueron dos, ya que hacia nueve meses que no dormía conmigo.

¿Recuerdan?

Dentro del ambiente tenso, disfrutamos lo nuestro.

Yo ya tenía muchas ganas de hacerle la cucharilla “automática” como la llamaba en mi interior al pensar en ella.

Me encantaba como me follaba en el primer polvo.

Se encajaba la polla y yo allí quietecito, a dejarme correr.

Ella meneaba sus caderas con una destreza increíble hasta que me terminaba de correr.

Ella según decía se corría enseguida, pues solo al sentir mi pollaza ya tenía el primer orgasmo.

Luego tenía varios más, muchos más.

Nada, que era mi tía abuela Rafaela decididamente y cada vez, una súper multiorgasmica a su edad.

Cada vez estaba más cachonda, y muy especialmente desde que le comía el coño, después de la primera lechaza.

Decía que Dios la había recompensado de los sacrificios realizados en su vida.

Tantos años cuidando a sus padres, sin tener nada de vida privada.

Menos mal que aparecí yo en el ocaso de su vida, eso me decía muchas veces, para darle la alegría de los miles de orgasmos que después de varios años…, se llevó al otro barrio.

Un par de horas después, se levantó, se vistió y se fue.

Había llegado la hora fijada para su cita con su primo, mi abuelo Remigio, en su habitación.

Todos mis hermanos dormían y la primilla Luci, también, desde hacía horas.

Lo sabíamos porque nadie hacia ruido ninguno.

De todos modos entre polvo y polvo se había escapado un momento a ver que todo iba bien.

Estaba de alguna manera al cargo, al estar mis padres fuera de casa en el hospital.

Ni corto ni perezoso, estaba dispuesto a ver qué pasaba en aquella reunión, entre los primos.

La seguí.

Sigilosamente, sin hacer absolutamente nada de ruido,  me acerqué al dormitorio anterior al de mi abuelo.

En ese momento no dormía nadie allí.

Era una habitación que normalmente utilizaba mi tía Dita, que en ese momento pasaba una temporada con mi tío Leo en folla cabras.

Ya les he hablado de ambos.

Como todos los dormitorios estaban interconectados entre ellos para no tener que salir al pasillo central, y así evitar pasar frio innecesariamente en invierno, no tuve problema en estar al lado de la puerta interior del dormitorio de mi abuelo.

Mi tía abuela Rafaela, acababa de llegar, oí que se estaban saludando.

-          Hola, dijo él.

-          Hola, contestó ella.

-          No te da vergüenza hacer eso con Pepito.

Lo oía perfectamente, la puerta estaba entreabierta.

-          Tendrás que acostarte conmigo si no quieres que cuente nada.

-          No me importa, nunca me has disgustado. Dijo ella.

Me sorprendió algo, esto último, pues jamás me había dicho nada mi tía abuela sobre ningún sentimiento hacia su primo, mi abuelo Remigio.

En todo caso, no me extrañaba nada, ya que mi tía abuela Rafaela, era muy reservada para todo, salvo para follar conmigo.

-          Acuéstate prima, que hace frio.

Se acostaron.

Aproveché ese momento en que se movían para acostarse ambos para pasar arrastrándome y quedarme oculto detrás del sillón que mi abuelo allí tenia y dejar la puerta tal y como estaba, para que no notase nada.

Si bien, todo estaba apagado, al acostumbrarme a la oscuridad, podía ver muchos de los detalles con cierta nitidez.

Estaba haciendo de un impertérrito voyeur.

Comenzaba mi primera noche de vigilia.

No dormiría en toda la noche como podrán leer en este primer relato de la segunda parte de mis memorias, que recientemente he titulado, “La memorias de un depravado” y que he mandado a varias editoriales, a ver si tengo suerte.

En el siguiente relato les hablaré de otra vigila voyeurista años más tarde.

Me daba mucho morbo, pensar en ver follar a mi abuelo y a su prima, pero que muchísimo morbo.

Sería la primera vez en ver follar a alguien así en directo.

A mis padres los había oído follar muchas noches, me daba mucho morbo desde muy joven, pero jamás había tenido la posibilidad de verlos.

Me hubiese encantado.

Volvamos a los primos folladores en la tercera edad…

Seguían hablando.

-          Siempre me has gustado Rafaela.

-          Tu a mi también Remigio, lo que ocurre es que respetaba a Paulina (Paulina como recordaran era mi difunta abuela)

-          Tuviste que decirme algo.

-          ¿O tú a mí, Remigio?

-          Pues si.

Se abrazaron.

Se besaron.

Empezaron mutuamente a desnudarse.

El calor humano empezó a hacer efecto y mi abuelo apartó la ropa de cama, lo que me vino de puta madre.

Los veía amarse, bendita visión voyeurista.

Mi abuelo comía locamente los pechos de su prima.

Los abuelos de entonces eran más de ir al grano, comer las tetas y follarse el coño.

Me lo había referido mi abuelo en sus largas conversaciones sobre el sexo.

Por cierto de comer el coño, nada de nada.

Mi tía abuela se dejaba hacer, quizás por respeto al primo mayor y por precaución ante nuestra pillada.

-          No creo que pueda follarte prima, mi polla ya no se pone mucho.

-          No me importa Remigio, pero podemos intentarlo. ¿Verdad?

-          Si claro, ganas tengo un montón. A lo largo de mi vida me he hecho miles de pajas pensando en ti.

-          Fíjate y yo sin saberlo.

La mano de mi tía abuela busco la súper polla de mi abuelo que se notaba morcillona y empezó a tocársela.

Se puso dura, era bastante visible desde mi escondite provisional detrás del sillón.

Eso me pareció en la penumbra de la habitación.

Yo no perdía detalle, miraba por debajo del posabrazos derecho del sillón.

Se puso encima de ella, pero la flexibilidad de mi abuelo no era mucha y desistió.

Se le había ablandado la polla.

Estaba muy excitado, su respiración y sus jadeos así lo señalaban.

Mi tía abuela volvió a ponérsela dura, mientras se dejaba libremente tocar y comer sus tetas.

-          Espera, ponte así. (Le dijo mi tia abuela Rafaela)

Mi tía abuela Rafaela, intentaba poner a mi abuelo en la posición en que a mi follaba, la cucharita.

Lo intentaba pero la barriga de mi abuelo, no le dejaba maniobrar.

Se impacientaba mi abuelo obviamente.

Estaba muy cachondo y sin duda quería culminar con un buen lecherazo en el  coño  seguramente este primer encuentro sexual con su prima, deseada durante tantos años.

-          No te preocupes Remigio, a nuestra edad, lo importante es el amor que podemos tenemos.

-          Si hoy no te puedo follar, me harás una buena paja.

-          Vale primo.

-          Dejaras de acostarte con Pepito y vendrás todas las noches aquí.

-          ¿Vale?

-          Si, primo.

-          Ya verás como te follo muchas veces aún, pues me siento joven prima y tú me vas a hacer rejuvenecer mucho. Ya lo verás.

-          Ojala primo.

Volvió a tocarle la polla y ponérsela dura.

-          Aunque sea, hazme una buena paja Rafaela.

-          Claro primo, me encanta tocarte esta polla tan grande.

Mi abuelo se tendió boca arriba y mi tía se acomodó ligeramente inclinada hacia él,  sentada para hacerle una buena paja.

Todo iba bien.

Mi abuelo disfrutaba por sus gemidos.

El tiempo pasaba.

Llevaban más de dos horas allí haciendo guarreras, y  había tenido que cambiar la posición de mis piernas de vez en cuando, pues se me dormían.

Mi abuelo se iba sulfurando.

-          Estoy muy cachondo Rafaela. Creo que me voy a correr, aunque estoy un poco mareado.

-          ¿Lo dejamos Remigio?

-          No por favor, quiero que nos amemos y quiero que disfrutemos mucho los dos el tiempo que nos quede de estar juntos.

Estaban cachondos los dos, se notaba, aunque especialmente mi abuelo.

-          Sigue dándole Rafaela, creo que lo vas a conseguir.

-          Estupendo Remigio, me alegro.

Se empleaba a fondo mi tía abuela en hacerle un buen pajote, con ritmo y con bastante soltura.

Empezaba a correrse, se notaba.

-          Uhm, que gusto Rafaela, llego a decir mi abuelo entrecortadamente.

-          Estupendo Remigio.

La leche salió. Notaba su olor.

Pero al mismo tiempo, algo empezó a ir mal.

-          Me duele un poco el pecho. Me falta la respiración.(Dijo mi abuelo)

-          ¿Llamó al médico? (Le preguntó mi tía abuela)

-          No, no te preocupes. Solo déjame descansar algo. Mañana estaré mejor.

-          Hasta mañana primo.

-          Hasta mañana prima, no faltes.

Se estaban despidiendo y eso me hizo salir sigilosamente por donde había entrado.

-          Por cierto, prima. Dijo mi abuelo.

-          No vuelvas a acostarte con Pepito. ¿Vale?

-          Vale.

Eso me hizo cabrearme.

No soy celoso, jamás lo he sido.

Pero me molestaba que me dejasé mi abuelo ahora sin mi ración de coño de todas las noches.

En estos días en que se había acabado lo mío con mi tía Lucia, yo echaría de menos no tener a alguien tan especial como mi tía abuela para follarme todas las noches.

Había sido todo un espectáculo en directo.

El olor a sexo maduro inundaba la habitación cuando volvía salir sigilosamente.

Volví ligero a mi dormitorio, mientras ellos se daban un beso de despedida.

Esa fue mi última visión de aquella primera sesión voyeurista en toda regla.

Mientras yo volvía a mi habitación, pensaba en que si esto se jodía por momentos, tendría que tener un plan “b”.

Sobre la marcha se me ocurrió, que le diría a la viuda que me reclamase para por las noches a mi madre y de esa manera poder pasar las noches follando como un loco con la vecina.

Pasados unos minutos llego mi tía abuela.

Esperaba de un momento a otro que me diese la mala noticia.

-          ¿Estas dormido Pepito?

-          Si.

-          ¿Dónde estabas, tía?

-          Había ido al servicio.

-          Estas helada.

-          Si.

-          Acércate y caliéntate tía.

Arrimó su culo a mi polla ya durísima.

No me decía nada. Seguro que mi tía abuela tenía otro plan “b”.

Se subió la combinación y arrimó su culo desnudo y frio a mi polla dura y caliente.

-          Que gustito, Pepito.

Sin contarme nada al respecto, me folló otra vez.

Le comí el coño con ansia…

Luego me follaría otra vez…

No dijo nada de lo sucedió con el abuelo.

Si le gustaba o estaba enamorada de él en secreto, no lo terminaría de saber.

Lo que si sabía y tenía claro es que le encantaba follarme.

Estaba muy cachonda y estuvimos follando el resto de la noche.

Yo sabía que venía cachonda.

Vimos la llegada del nuevo día, follando como dos animales.

No dije nada.

¿Y nuestro problema? Se preguntaran todos ustedes, como se resolvería.

Les cuento…

Lo triste al día siguiente, fue la aparición de mi pobre abuelo fallecido en su habitación.

Mi madre paso a saludarle a la mañana siguiente al llegar a casa y se lo encontró muerto plácidamente.

Enseguida nos avisó a mi tía abuela y a mí.

El medio diría que le había dado un infarto durante la noche pasada.

Nos quedamos absolutamente sorprendidos y desconsolados. Sobre todo ella, mi tía abuela, que se echaría la culpa de su muerte durante semanas, menos mal que dos días después, pasado el funeral y las odiosas visitas de vecinos y familiares directos para darnos el pésame,  se volvió a consolar follándome y con muchas más ganas.

Mi madre le comentaría días después, lo extraño que le resulto ver a mi abuelo desnudo en el dormitorio, pensó que la falta de aire y el ahogo previo a morirse, le hizo desnudarse para intentar respirar algo mejor…

He de despedirme de ustedes, diciéndoles dos cosas.

La primera, que el próximo relato y segundo de esta segunda parte de mis memorias, será sobre una experiencia como detective privado “temporal” en que fui testigo junto a unos de mis cuñados, el más gilipollas del mundo, gracias a Dios ya divorciado de mi hermana.

Una experiencia junto a él realmente desagradable pero a la vez muy morbosa.

Seguro que les encanta.

Les anticipó que una esposa, con el objetivo de que su marido la abandone definitivamente, lo atará y amordazara en una larga noche mientras tiene sexo con su principal amante, todo ello delante del desconsolado marido.

Un caso real, que fue incluso muy comentado en las noticias locales en Madrid, hace más de veinticinco años, especialmente en un periódico de sucesos, “el Caso”, hoy ya cerrado.

La segunda cosa que quiero comunicarles, es que comenzaré a publicar, además de mis habituales relatos depravados, uno de estos días mi colección de relatos no pornográficos, de título: “20 relatos para leer en pareja”.

Son una serie de relatos que deseo profundamente que les agraden.

Como digo, no tendrán nada de pornografía, aunque sí otras cosas muy interesantes.

Verán…

Tendrán todos ellos, algo en común.

Dos de los protagonistas no principales, que siempre aparecerán en todas las historias, son José Miguel y Verónica, en una licencia del autor.

Éste José Miguel, no soy yo, es un personaje ficticio.

Ella es su amor de toda la vida, aunque a veces no sale como su pareja.

La otra cosa que tendrán todos los relatos en común, es que tendrán siempre o casi siempre, o bien algo de misterio, algo de fantasía, algo de romanticismo y mayoritariamente siempre algunas breves pero intensas,  descripciones de escenas de sexo erótico, con mucha sensualidad, jamás con contenido descriptivo pornográfico.

Siempre con cierta clase y con muy buen gusto.

Espero que sus mentes hagan el resto al visualizarlas dichas escenas.

Hasta el próximo día, siempre dándoles las gracias por dedicar su tiempo inestimable a leerme.

Mil gracias de su amigo José Miguel.

Les recuerdo que contestaré a todos los que tengan la amabilidad de escribirme a mi correo electrónico, diciendo o preguntando lo que deseen, sin condiciones previas.