101 Preguntas

Una pareja juega a hacer 100 preguntas de fantasías sexuales, apostando cumplir alguna si se atreven. Historia contada en dos líneas temporales.

Ojo, historia contada en dos líneas temporales, diferenciando en cursiva. ¡Que la disfrutéis!


Eran las cinco y estábamos borrachos, cerrando la discoteca. Tus amigas recogían sus abrigos mientras tú seguías hablando animosa con Daniel, que no había logrado su objetivo de volver acompañado a casa. Sorprendentemente no estábamos demasiado cansados y seguíamos con ganas de continuar la fiesta.

Te mandé un correo diciendo “imprime esto”. Era un juego erótico de preguntas. “Nos lo pasaremos bien, te dije”. Algunas te hicieron ruborizar, pero tras tantos años de relación no nos íbamos a asustar tan fácilmente.

Me acerqué a vosotros con la cerveza en la mano. Hablábais de la última conquista de Daniel. “Tenemos una relación basada en el sexo, ninguno queremos compromisos y lo tenemos claro”. Y apostilló “lo de que el tamaño no las importa es mentira, si no tuviese lo que tengo ésta no repetiría”.

El juego consistía en adivinar qué respondería el otro. Jugamos esa misma noche, después de cenar. Nos sentamos en el sofá y nos servimos unas copas antes de empezar. Lo primero era decidir qué ganaría el vencedor. Tú sugeriste preparar una cena romántica. Yo sugerí cumplir algo de saliese en el juego en caso de que aparezca alguna fantasía sin cumplir. Te gustó más mi idea.

“¿Tan grande la tienes?”, le preguntaste. Agarró tu vaso de cubata, como comparando. “No, más bien como el botellín de cerveza de Juan”, dijo señalándome a mi. Tus ojos se salían de las órbitas cuando lo agarraste para comprender su espesor. Te empezaste a partir de risa. “Con eso destrozas a cualquiera”.

Comencé yo el juego, preguntándote “¿Cuál ha sido tu mejor experiencia sexual?”. No tenía claro qué ibas a responder. Al no estar seguro por calidad, fui por cantidad: “la tarde que te hice correr 7 veces”. “No estuvo mal”, dijiste, guiñándome un ojo. Uno cero para mi.

Le hiciste un auténtico tercer grado acerca del tamaño de su polla. “¿Y nunca has hecho daño a nadie?” “¿Y entra entera?” “¿Con cuántas manos la abarcas?” “¿Dónde compras los condones?” Entre la borrachera y la confianza te lanzaste a preguntar de todo. Él respondía divertido. Supongo que está acostumbrado a interrogatorios similares.

¿Cuál ha sido tu experiencia sexual más romántica?, me preguntaste. Supusiste que fue la primera vez que lo hicimos. Tan tímida como eras, cómo me fui ganando la confianza hasta dejarte desnuda frente a mi por primera vez. Te masturbé mientras me abrazabas, hasta que acabaste en mi mano besándome. Me valió como respuesta, empate.

Al salir de la discoteca tus amigas se despidieron y se fueron. Nosotros no estábamos cansados, pero todo cerraba ya. “¿Nos vamos a casa a tomar la última?”, propuse. No costó mucho convencernos de alargar la noche. Nos lo estábamos pasando bien y esta borrachera no era plan desaprovecharla. “Dile a tu follamiga que se venga si quiere”, le dijiste. Daniel mandó un mensaje y fuimos para casa.

“¿Lo has hecho en algún lugar público?”. Esa era fácil. Una vez, al salir de fiesta, acabamos junto al río, follando como buenamente pudimos con la que llevábamos encima. Comenzamos metiéndonos mano, pero pronto bajaste a comerme. Yo no aguanté más y, dándote la vuelta y subiéndote la falda, te la metí. Creemos que no nos vio nadie, pero...

Llegamos, servimos tres copas y pusimos música. Le dijiste que “Si viene tu amiga podéis dormir en la cama de la otra habitación, ¡pero no la hagas gritar demasiado, que quiero dormir”. Todos echamos a reir. “Con la que llevo igual ni se me levanta”. Al poco llegó un mensaje suyo. Ya estaba dormida en casa, no podría venir. “Ella se lo pierde”, dijo.

“¿Te excita que tu pareja te de masajes?”, te tocó preguntarme. “Sí, claro”, supusiste. Pero no, no me gusta. Maldita manía de las chicas con los masajes. NO. Un masaje me resulta antierótico. A menos que hablemos de masajes directamente sexuales, pero eso no cuenta, claro. Tres uno para mi.

Cogimos la cámara de fotos y nos hicimos unas cuantas, totalmente vergonzosas. Al día siguiente habría que borrarlas, claro. Menuda pinta de borrachos con la que salimos. De dos en dos, los tres... “Venga, follad un poco”, dijo Daniel, y nos pusimos a simular que nos lo montábamos frente a él. Nos reíamos. Te ponías a cuatro patas y te azotaba. Ni nos dimos cuena, pero en un momento en que te pusiste a horcajadas sobre mi tu culo quedó al aire, y Daniel puso cara de sorpresa. Me besaste. “Venga, venga, parad, que estoy delante”, dijo. Al dejar la cámara en la estantería, tiró al suelo unos papeles. “¿Qué es esto?”

“¿Te dejarías filmar por una tercera persona mientras haces el amor para que luego lo disfrutes viendo las mejores tomas?”De esta estaba seguro. No, nunca accederías a ello. Eres terriblemente vergonzosa. Alguna vez nos hemos grabado, de hecho, y tú ti te quieres ver. “Tienes razón”, contestaste. Otro punto para mi.

Daniel, sin quererlo, había encontrado el juego de preguntas al que habíamos jugado unos días antes, y que descuidadamente dejamos sobre una balda. En cuanto comprendió lo que era se empezó a descojonar. “Oye, me lo tenéis que pasar, que esto puede ser unas risas con la chica esta”. Ojeó unas cuantas preguntas. “¿Qué te gusta hacer después de hacer el amor?”, leyó en voz alta. “¡Dormir, claro!”

“¿Cuál ha sido tu mejor experiencia sexual?” Dudaste en cuál elegiría. Te quedaste con la ganadora: aquella noche en que, de fiesta y borrachos, nos enrollamos con tu amiga. Creo que todavía guardo ese juego de tablero de beber que nos dio pie a comenzar a besarnos entre nosotros. No llegamos a más por muy poco. No volveríamos a desperdiciar una oportunidad así. Te di el punto, claro. Al volver a casa aquella noche follamos como locos. Nos mirábamos conscientes de lo que acababa de pasar, y de que podríamos haber llegado a más y lo habríamos disfrutado. Una locura de una noche.

Daniel continuó leyendo y respondiendo preguntas “¿Te apetece masturbarte alguna vez? Esta es fácil, los chicos sí y las chicas no”. “¿Cuántos orgasmos has llegado a tener en una noche? Uhm... 3”. “¿Qué comida consideras erótica o excitante? Chocolate y fresas”. “¿Con qué ropa te excito más? De colegiala”. Curiosamente hoy ibas vestida con falda y blusa, casi valdría... “¿Te has exhibido en público alguna vez? No”. “¿Qué prefieres, dar o recibir sexo oral? Dar, apenas me pueden comer esta polla que tengo...”.  Con esa pregunta tú te mordiste un labio... Estabas prestándole mucha atención. Y más concretamente, a su abultado paquete, que con las preguntas se animaba y, al estar de pie, se marcaba.

“¿Cuál es tu fantasía sexual favorita?” Ahí dudé. Ni idea, realmente. Eres muy timorata en este sentido. Supuse que un trío con otro hombre, por aquello de sentirte el centro de atención y dominada. En el fondo, principalmente te gusta recibir. Pero fallé. Dijiste que follar con alguien con una polla bien grande, que por eso te gustaba tanto cuando cojo el consolador que tenemos. Nos besamos, excitados. Las copas y el juego comenzaban a dar frutos.

“¿Qué es lo más raro que has hecho sexualmente? Follarme a una lesbiana”. Reimos. “¿Qué parte de tu cuerpo te lleva al orgasmo? La polla, claro”. “¿Te fustaría que tu pareja cambiase de aspecto de vez en cuando, para darte la impresión de que lo haces con otra persona? Claro”. “¿Qué nivel de dolor puedes considerar excitante? Bastante”. “Joder, te va lo duro”, le dijiste. Comenzó a pellizcarse y simular que tenía orgasmos, mientras nos partíamos el culo con su actuación. “Pellízcame”, te dijo. Te acercaste, levantaste su camiseta, y pellizcaste los abdominales. Retorcías. Él hacía como que gemía. “Me estás poniendo cachondo”, bromeaba. Pero su paquete seguía creciendo. Y tus pezones. Pero como tus tetas estaban pegadas a él no se notaba. Hubo unos inquietantes momentos de silencio en que os mirásteis fijamente. Tus manos, en sus abdominales, iban deslizándose hacia su cinturón.

“¿Cuál es tu fantasía más frecuente?” Dudaste también, y fuiste de nuevo a lo obvio. “Montártelo con dos tías”. No. Sorprendentemente, no. Realmente, hacer un intercambio de parejas. Frecuento páginas de relatos eróticos y esa es mi categoría favorita. “Para follarte a otra, claro”, dijiste. La verdad es que principalmente no. Sobre todo, para verte excitada, y siendo follada por mi y por otro. Nada me resulta más erótico que una mujer excitada.

Sin separarte de él, le cogiste el taco. Buscaste otra pregunta. “¿Te excitaría ver cómo tu pareja tiene sexo con otra persona (con tu consentimiento, claro)”. “No estoy seguro”, dijo él. “¿Sabes qué respondió Juan cuando le tocó esta pregunta?”, le preguntaste. Fue precavido: “Que no, supongo”. Se equivocaba, pero no le sacaste de su error. En el fondo, desde que te respondí aquel día te imaginabas siendo follada delante de mi. Buscaste otra. “¿Te gustaría hacer un trío?”. “Con dos tías sí”. “Hombres. Qué decepción. ¿Sabes qué respondí yo?”, replicaste.

“¿Te gustaría hacer un trío?”. Respondí que no, que no querrías. De nuevo, eres muy tímida. Pero me sorprendiste. Igual fue el efecto de las copas. “No sería capaz de planearlo”. Pero igual si una noche surgiese, sí. Igual acabar lo que hicimos con aquella amiga y llegar al final. O con un chico. Que me desnudéis y me hagáis de todo. Si la ocasión surge... Nos quedamos en silencio, sopesando lo que me acababas de decir. Te besé.  Te notaste húmeda. Punto para ti.

Ahora él eligió una pregunta que hacerte. Tus manos se agarraban a su hebilla. “¿Qué actividad sexual está en el límite de tu zona de confianza (te podrías plantear hacerlo, pero no estás seguro/a)?” “Follar a otro delante de mi novio”. ¿Y tú?, mirándome a mi. “Compartir a mi novia”, contesté.

Las preguntas siguieron. La última fue preguntarte si habías salido a la calle sin ropa interior. Ya habíamos perdido la cuenta de los puntos. Dije que no, que no lo habías hecho. Acerté, y concluíste “la próxima vez que salgamos, salgo sin bragas. Y alguna fantasía habrá que cumplir, como habíamos dicho”. Tras eso, te sentaste a horcajadas sobre mi y nos besamos. “¿Estás seguro de lo que has dicho hoy?” Preguntaste. Te seguí besando. Te puse sobre el sofá, apoyándote contra la pared, y te penetré. Te mordía el cuello al follarte con fuerza. “Alguna fantasía habrá que cumplir”, te susurré. Te agarré las tetas para hacértelo hasta el fondo. “¿Quieres?”, te dije. “¡Síii”!, gritaste mientras te corrías.

“¿Te parece que voy suficientemente de colegiala?” Daniel te miró. Te levantaste un poco la falda. Lo justo para que yo, detrás de vosotros, pudiese ver el comienzo de tu atractivo trasero, sin bragas, lo que explicaba la sorpresa de Daniel. Él, como respuesta, eligió otra pregunta para mi. “¿Te gusta ver a otras personas haciendo el amor?” “Sí”, respondí. Y una última para ti, “Si tuvieses que elegir entre sumiso/a y dominante, ¿cuál elegirías?”. “Sumisa”, respondiste.

Te empujó en los hombros para indicarte que te arrodillases. No te resististe. Le desabrochaste el pantalón, comenzando a cerrar el ciclo que iniciamos con el juego. Sin planearlo, cumpliríamos varias fantasías. Las que quisiseses. Las que te atrevieses. Al arrodillarte tu falda se arremolinó en torno a tu cintura, regalándome la imagen de tu culo, recordándome que hoy era la siguiente noche tras el juego, y que habías decidido dejarte llevar por las locuras.

Tras el último botón le bajaste los vaqueros ritualmente, saboreándolo. Su polla no cabía en sus calzoncillos. Larga, gorda... Inmensa. Cogí la cámara y apunté hacia vosotros. De perfil, te veía lamiendo su enorme tronco, y me excitaba. Sorprendentemente no sentí celos. Sólo sexo. Sólo diversión. Se soltó los pantalones, que cayeron hasta sus tobillos. Le clavaste las uñas en el culo al meter la punta de su polla en la boca. No podías más. Necesitabas abrir la boca al máximo para poder hacerla encajar.

“¿Te gusta ver tus fantasías, cielo?”, me dijiste. Yo ya me estaba desnudando, pero por el momento no me acerqué. Para él yo no existía. Te agarraba la cabeza para dirigir la mamada. Te colocaba lamiéndole los huevos. “No dejes de mirarme”, te ordenó. Se quitó la camiseta. Tus dedos acariciaron sus abdominales. Conseguiste meterte un poco más, casi hasta la garganta. “Dios, es enorme”.

Te hizo levantarte y se sentó en el sofá junto a mi. Mi polla, normal, se veía ridícula. “Desnúdate”, ordenó. Te quitaste la blusa y el sujetador. Te dio la vuelta y soltó unos azotes en tu culo, levantándote la falda. Yo me levanté y me puse frente a ti. Nos besamos. Noté el sabor de su polla en tu lengua. Comenzaste a masturbarme, y, de repente, gemiste. Te estaba metiendo un dedo. Me miraste abriendo los ojos como platos. Un amigo te masturbaba frente a tu novio. Te acarició el clítoris. Yo trabajaba tus pezones. Estabas en éxtasis.

Te di la vuelta situándote entre sus piernas. Te puse arrodillada. Guié tu cabeza a su polla. La dejaste resbalar entre tus labios. Me separé un momento, viendo cómo tu cabeza subía y bajaba. Con una mano le masturbabas. Con la otra, te acariciabas tú, cosa que nunca haces. Dejé la cámara en un lateral, mientras te agarraba las tetas. Me coloqué detrás de ti. Te penetré. Gemiste, sin dejar de chuparle. Gemiste mientras te follaba. Seguiste gimiendo mientras mis empujones introducían su glande más y más cerca de tu garganta.

Gemiste cuando me corrí en tu coño.

Gemiste cuando, mientras me vaciaba en ti, te metí un dedo en el culo, y te corriste. Como nunca. Separándote de él, pero sin dejar de agarrar su polla, enseñándole tus tetas en su esplendor.

Todavía gemías cuando, sin acabar de correrte en un eterno orgasmo, él eyaculó sobre ti, en tus tetas, en tu cuello, en tu cara.

Cuando te fuiste a lavar, nosotros nos miramos y brindamos. “Por una gran noche”.

Pero no había acabado.

Volviste con un corsé negro y medias. Me besaste con un “te quiero”, pero fuiste después hacia él. Te pusiste a horcajadas, con su polla morcillona rozándote. Le besaste. Dirigiste sus manos a tus tetas. Le susurraste al oído cosas que no pude escuchar, pero que causaron el efecto deseado de ir endureciendo su verga. Te movías como una serpiente sobre él, despacio, sin perder contacto contra él. Hasta que, agarrándole, notaste que ya podías. Levantaste la cintura para dejar su punta en tu entrada. Nunca te había visto tan excitada. Él te acariciaba las piernas, recreándose en el tacto de las medias, y dejándote hacer. Bajaste despacio. Te costaba. Incluso dolía. A medida que tu vagina se fue haciendo a su espesor, comenzaste a sentir más y más placer, y a volver a gemir. Gemido que se convirtió en grito cuando por fin te llenaste de él, sin poder abarcarle entero. Sobraba todavía un pedazo cuando notaste que llegó al fondo. Ahí comenzaste a cabalgarle.

Pensé en levantarme y follarte el culo. Que disfrutases de dos pollas en ti. Pero te vi subiendo y bajando sobre él y preferí dejarte exprimir este momento. Acelerabas, gritabas, pedías más, maldecías... Miraste a la cámara cuando supiste que el orgasmo era ya inminente. Su leche te llenó justo cuando explotaste. Sin miramientos, sin pudor. Te oirían hastan en la calle.

En el suelo, las cartas se mezclaron con nuestra ropa. Cuando él se iba a ir cogiste un papel, escribiste dos cartas 101. Le diste un beso y le guardaste una en el bolsillo.

Volviste al sofá. Yo todavía estaba empalmado. Te subiste sobre mi. Su semen resbaló sobre mi polla. Me follaste y me diste la segunda copia.

“Sí”, respondí.

Tras el polvo del juego de las cartas nos fuimos a la cama a dormir. “Menudas preguntas”, dijiste, ya más relajada. “Dudo que me atreva a nada. Aunque igual lo de ir sin braguitas el próximo día, sí”, y me guiñaste un ojo. Nos besamos, y nos quedamos plácidamente dormidos.

Me follaste hasta que conseguiste hacerme acabar por segunda vez aquella noche. La cuarta que tú recibiste. Tu enésimo orgasmo.

Te tumbaste a mi lado y te quitaste el corsé. Lo dejaste caer junto a la nueva tarjeta 101. Desde el suelo, la pregunta resonaba en mi cabeza: “¿Repetirías?”.