100% Real (II)
Continuación de las andanzas de nuestro protagonista con una psicóloga muy excitante.
Sigo contando mis experiencias con aquella chica que conocí, durante un viaje de trabajo, en Barcelona. Repito que lo que cuento es 100% real, son cosas que yo he vivido y que me gusta contarlas.
Cuando volví de Barcelona a Valencia, mi ciudad, no pensaba que iba a volver a ver a Cristina. Aquello, pensaba yo, había sido sólo una aventura, súper excitante, eso sí, pero nada más que una aventura. Nos habíamos intercambiado los teléfonos y habíamos hablado el día después, pero, sinceramente, pensaba que ahí había terminado todo.
Con el paso de los días me enfrasqué en el trabajo y, aunque no me olvidé de ella, ni del fantástico polvo que nos pegamos, la vorágine del día a día me hizo concentrar la mente en otras cosas.
Casi un mes después de ver a Cristina me sonó el móvil y contesté.
-¿Sí?.
-¿Javier?.
-Sí, soy yo. ¿Quién eres?.
-No sé si te acordarás de mí. Soy Cristina. Nos conocimos en Barcelona hace algunas semanas...
¡Dios mío, claro que me acordaba!. Era la misma voz de niña que me había abordado en la librería hacía unas semanas y que no podía olvidar de ninguna manera.
-¡Cristina, qué alegría poder oírte! -respondí-. ¿Cómo no me voy a acordar de ti?.
-Yo también me alegro de oírte. Estoy en Valencia. He venido a un congreso y voy a quedarme un par de días.
En aquel momento empezó un cosquilleo que no sabría definir. La posibilidad de volver a ver a esa chiquilla (buenoà chiquilla de 26 años), con la que había tenido probablemente uno de los mejores polvos de mi vida, me ponía a cien.
-Pues me encantaría que pudiésemos vernos -le dije.
-¿Para qué crees que te he llamado, pues? -dijo entre carcajadas-. Voy a estar un poco liada con las sesiones, pero tengo mañana un hueco a la hora de comer. ¿Nos vemos a esa hora?.
Había quedado al día siguiente para comer con un cliente. Era una reunión muy importante porque suponía cerrar (o no) una operación de muchísimos millones de pesetas. No podía decirle que no a mi cliente, pero tampoco quería dejar de ver a Cristina.
-¿Me dejas hacer una llamada y te llamo? Mañana había quedado para comer, pero te aseguro que me apetece más comer contigo -le dije.
-¡Vale!. Espero tu llamada. Y tengo que decirte una cosaà -añadió-. No he podido olvidarme ni un segundo de aquella noche, ni del tamaño de tuà ya sabes qué.
Ahora sí que no me cabía ninguna duda de que iba a darle plantón a mi cliente. Me inventaría una guerra nuclear en mi barrio, un terremoto en mi oficina o un maremoto en la piscina de mi casa, pero tenía que verla al día siguiente.
-Te llamo en 5 minutos. Hasta ahora.
Mentí. No tardé ni 5 minutos en llamarla porque inmediatamente había localizado a mi cliente, le había puesto una peregrina excusa, que sin embargo se creyó, y estaba de nuevo hablando con Cris por teléfono.
-¿Ya? -me preguntó sorprendida.
-Ya. ¿A qué hora quedamos y dónde? - dije.
-Eso es cosa tuya ahora. Recuerda que tú eres el anfitrión aquí y yo me voy a dejar aconsejar buenos restaurantes.
-¿En qué hotel estás? -le pregunté.
-En ninguno. Duermo en casa de unos amigos de mis padres. Me puedes recoger en la puerta del Palacio de Congresos, sobre la una y media, si te va bien.
-Me va estupendamente. Allí estaré. Y el restaurante lo elijo yo.
-Hasta mañana pues.
-Hasta mañana.
A partir de ese momento ya no pude centrarme en el trabajo. Pensaba en su culito, en su cuerpo y cara de niña, en su destreza en el arte de chupar la polla y cómo fue capaz de meterse una tan grande: la mía, por el culo. Esos pensamientos me asaltaron durante el resto del día e incluso durante la tarde, tuve que meterme en el aseo de la oficina para hacerme una buena paja, ya que no paraba de pensar en lo que me esperaba al día siguiente. Cuando salí del baño, mi secretaria debió de haberse dado cuenta de lo que había hecho dentro porque salí sin poder ocultar la tremenda erección de mi polla, que ya formaba un enorme bulto en el pantalón.
Dormí bien aquella noche, aunque me despertó, sobre las 3 de la mañana, un mensaje que recibí en el móvil. Era un mensaje de texto que venía del número de Cristina y decía: "ESTOY DE COPAS CON COMPAÑEROS POR LA NOCHE VALENCIANA. ESTOY MUY EXCITADA PERO ME RESERVARÉ PARA TI."
Aquel mensaje fue suficiente para que durmiera el resto de la noche a trompicones y con la polla más dura que una piedra. A la mañana siguiente, me levanté antes de lo habitual, marché al despacho y estuve toda la mañana mirando el reloj esperando que llegara la hora de comer, aunque creo que no ha pasado el tiempo más despacio en toda mi vida.
A la una y cuarto de la tarde ya estaba yo con mi coche en la puerta del Palacio de Congresos. Sentía una excitación fuera de lo común, cómo la de alguien que piensa que puede pegar ese día el primer polvo de su vida. A las 2 menos cuarto (¡Dios mío, encima tuve que esperar!) la vi aparecer a lo lejos saliendo del edificio, cargada de papeles y andando deprisa cómo alguien que llega tarde. Llevaba puesto un vestido negro como de gasa, con la falda muy corta, con algo de vuelo y unas sandalias también negras con bastante tacón. Era como si una niña hubiera intentado vestirse de mayor y lo que hubiese conseguido fuese mantener su apariencia angelical, pero revistiéndose, a la vez, de un halo de morbo inmenso.
Bajé del coche y me acerqué a ella andando. Cuando me vio de lejos redujo el paso y me saludó con la mano. Nos dimos dos besos en las mejillas, ella me los dio casi en la comisura de los labios (Ummmmmmmmm).
-Me alegro mucho de volver a verte -le dije.
-Yo también -contestó-. Perdona el retraso, pero la última ponencia se ha alargado más de lo previsto.
-No te preocupes. Si por lo menos ha sido interesanteà
-No te creas -me dijo-. Aunque tampoco creas que me he enterado de mucho de lo que decían. Tenía la mente en otras cosas.
-¿Ah, sí?. ¿En qué? -pregunté. Era una pregunta evidentemente malintencionada y cuando la hice me dio la impresión de ir demasiado deprisa.
-Anda, vamos a comer. Estoy muerta de hambre.
Subimos al el coche y arranqué. Empezamos a hablar de su estancia en Valencia. Había venido a un congreso sobre Psicología Clínica, o algo así, y por lo visto las ponencias estaban alcanzando un interesante nivel. La verdad es que se la veía emocionada con su trabajo. Durante todo el trayecto me habló de los proyectos que tenía respecto a su carrera: abrir otro gabinete, especializarse en niños, etc...
Yo conducía hacia un restaurante que está situado a pocos kilómetros de Valencia, cerca de la Albufera y en el que hacen un arroz fantástico. El trayecto se pasó en un suspiro, cuando nos dimos cuenta ya estábamos sentados delante de una mesa que había reservado previamente.
-Me has traído a un sitio bonito -me dijo.
-Cuando estuve en Barcelona me llevaste a un buen restaurante, y yo no podía ser menos -respondí.
Y tenía razón. El sitio era bonito, pero además estaba bien decorado. Hacía un día espléndido, soleado, y estábamos sentados en una terraza, con sólo otra pareja en el restaurante y una sensación de tranquilidad que contrastaba con el mogollón en el que estábamos metidos sólo quince minutos antes en la ciudad.
Pedimos la comida y una botella de vino blanco muy frío. Empezamos a hablar de muy distintos temas. A medida que avanzaba el tiempo, iba aumentando la velocidad con la que vaciábamos nuestras copas de vino. En los postres teníamos los dos esa sensación de medio mareillo que provoca una abundante comida con un buen vino.
De repente, y cambiando radicalmente el tema de conversación, me dijo:
-¿Te das cuenta? Llevamos un buen rato charlando y aún no ha salido el tema de la noche en que nos conocimos.
-Es cierto -contesté-. Respóndeme a una pregunta: ¿Por qué me mandaste anoche el mensaje al móvil?.
Porque estábamos de fiesta en tu ciudad, en bares que me imagino que tú frecuentas por la noche cuando sales y no podía borrarte de mi cabeza. Quería comunicarme de alguna manera contigo.
-¿Y estabas excitada? -pregunté.
-Bebí un par de copas de más. Ya sabes lo que pasa con el alcohol.
-¿E hiciste algo? -me atreví a soltarle.
La conversación, en ese momento, estaba entrando en unos terrenos pantanosos, pero a los que los dos habíamos decidido voluntariamente entrar.
-Cuando llegué a casa. Me masturbé.
Me dejó sin palabras. Lo único que se me ocurrió fue vaciar de un trago la copa.
-Ahora contéstame tú a una cosa -me dijo Cristina-. ¿Estás empalmado?.
-¡Compruébalo tú misma! -respondí.
Alargó su mano por debajo del mantel, la puso encima de mi paquete y la mantuvo ahí, notando cómo crecía mi bulto por momentos.
-¿Sabes una cosa? Tienes la polla más grande que me ha follado nunca. No he dejado de pensar en ella y creo que venir al congreso ha sido una excusa para venir a Valencia y tener otra vez tu rabo para mí.
-Vayámonos de aquí -le dije-. Me muero de ganas de follarte.
-Todavía no. Antes te la tengo que comer. Y quiero comértela ya mismo.
-Pero... ¿aquí no se te ocurrirá hacerlo, no?.
-Sígueme dentro de un par de minutos -me dijo.
Se levantó y se fue hacia el servicio de caballeros y entró. En ese momento, aproveché para pagar la cuenta porque no podíamos desaparecer los dos de la mesa sin levantar sospechas entre los camareros. Cuando me trajeron la tarjeta de crédito y firmé, me dirigí a toda velocidad a los servicios y entré. No había nadie, los reservados estaban todos abiertos excepto uno con la puerta entornada, en el que evidentemente debía estar Cristina esperándome. Entré, cerré tras de mí y ella se abalanzó sobre mi boca, pegándome un morreo que me puso la polla a mil por hora. Inmediatamente se arrodilló y, bajándome la cremallera del pantalón, sacó mi rabo y empezó a chupármelo cómo sólo ella sabía hacerlo. No sé el tiempo que duró aquella mamada, pero sí recuerdo que, por 3 veces, entró gente que, estoy seguro, oyeron mis gemidos a través de la puerta del reservado. Los labios de Cristina abrazaban mi polla y su lengua se movía en círculos, dentro de su boca, por todo mi capullo. Me la han mamado muchas mujeres, pero esta mamada era realmente espectacular. No pude aguantar más y me corrí con una fuerza brutal, llenándole de leche la boca a Cristina que recogió hasta la última gota.
Hecho esto, se levantó y se llevó el índice a los labios con la boca cerrada, en señal de que no hiciese ruido, indicándome con la mano que me esperaba en el coche. Salió del aseo, mientras tanto me entretuve arreglándome el pantalón, para hacer tiempo. Salí del restaurante, no sin antes haber notado cómo dos camareras se sonreían entre sí, señal inequívoca de que se habían dado cuenta de la jugada, y me dirigí a la calle donde estaba Cristina esperándome.
Entramos en el coche y me entregó algo que llevaba en sus manos. Era su tanga, negro, como el vestido, se lo había quitado justo antes de meterse en el coche. Me sonrió y me hizo señas, sin abrir la boca, de que lo oliese. Olía a flujo y estaban absolutamente chopadas. Arranqué el coche y ella se levantó la falda, mostrándome su coñito depilado completamente, excepto una pequeña mata de vello en la parte superior, justo cómo lo recordaba. Subió los pies en el salpicadero. Comenzó a hacerse una paja con la mano derecha mientras que se metía dos dedos de la mano izquierda. Mi polla estaba otra vez en perfectas condiciones y yo conducía de la forma que podía, mientras no le quitaba ojo a ella, que no paraba de gemir, siempre con la boca cerrada, cuando se acariciaba el clítoris y se daba placer con el mete y saca de los dedos. Con un gesto de la mirada, sin decir nada, me indicó que me sacara la polla. Lo hice, todo esto sin dejar de conducir, y ella se inclinó sobre mi rabo duro, grande y tieso. En eso, sentí una sensación muy extraña, cálida, como de un líquido caliente en mi pollaàresultó ser mi propio semen. ¡Ella había mantenido en su boca la leche de la mamada que me hizo en el baño!. Con razón Cristina no había abierto la boca, ni dicho nada, desde que me corrí. Cada momento que pasaba descubría más morbo en aquella chica, a la cual veía por segunda vez y que sabía hacer cosas que me excitaban tanto.
No podía aguantar más la situación. Tenía que follármela cómo fuera, así que desvié el coche hacia una zona, que se conoce como el Lago del Saler, y paré el coche entre unos árboles, en la dehesa. Sólo en ese momento levantó la cabeza de mi polla y me dijo:
-Vamos al asiento de atrás. Necesito que me la claves entera.
Pasamos a la parte posterior del coche y yo me senté en el medio del asiento. Cristina entró también y se sentó directamente a horcajadas sobre mí, metiéndose mi polla por su coñito de un golpe. Estaba tan mojada que no hubo ninguna resistencia a la entrada de mi polla, más grande y gorda que nunca. Empezó a moverse arriba y abajo cómo una loca. A la misma vez, yo le metía un dedo por el culo y, con la otra mano, le agarraba del cuello mientras nos besábamos en la boca.
-¡Sí!... ¡fóllame!. ¡ Qué ganas tenía de tu polla!.
Cristina estalló en un brutal orgasmo que la mantuvo en un gemido continuado de casi 1 minuto. En ese momento no pude aguantar más y me corrí dentro de su pequeño cuerpecito, notando cómo mi leche entraba en su interior y volvía a salir, cayendo a través de mi polla por sus muslos.
Se levantó, me dio un beso en la boca, que casi fue más un mordisco en mi lengua, y salió del coche. En eso se puso en la parte delantera y, tumbándose en el capó, con el pecho sobre el mismo, se subió la falda hasta la cintura y abrió las piernas. Yo seguía dentro del coche y ella me miró a través del parabrisas, invitándome a que saliera y siguiéramos con la fiesta. Salí inmediatamente y me puse delante del coche. Me agaché y empecé a comerle el culo, el coñito y la parte interior de los muslos, mientras ella se agarraba a los limpiaparabrisas y los retorcía por culpa del placer que estaba sintiendo. Le metía la lengua todo lo que podía dentro del ano, que ya estaba tremendamente dilatado esperando mi polla. Cristina arqueaba cada vez más el culo, poniéndose casi a 4 patas sobre el capó. La volví a tumbar totalmente boca abajo y apoyé mi polla sobre su culo. Ella giró la cabeza, me miró a los ojos y dijo:
-De un golpe.
Y eso hice. Se la clavé tan fuerte por el culo que lanzó un grito que, estoy seguro, se oyó en muchos metros a la redonda. Yo sabía que ella necesitaba marcha y empecé a follármela muy deprisa, mientras le apretaba los cachetes del culo con las manos. Sus gemidos eran cada vez más exagerados y debió correrse hasta 3 veces cuando yo noté que me iba a correr.
-¡Cristina, me corro! -le dije.
Ella se sacó mi polla del culo, se separó de mí y se arrodilló delante, diciéndome:
-Córrete en mi cara. Dame toda tu leche.
Dicho y hecho. Empecé a lanzar chorros de semen que le cayeron en la boca, la nariz, los ojos y hasta en el pelo. Hasta yo mismo me sorprendí de que, después de haberme corrido ya dos veces, aún me quedara tanta leche. Os aseguro que es lo más excitante que he visto en mi vida: el ver a aquella chica, con cara y cuerpo casi de niña, y con la cara llena de semen. Se levantó y me arreó un beso, con toda la cara como la llevaba, que mezcló nuestros labios y lenguas con mi leche y que, lejos de desagradarme, me resultó sumamente excitante.
Nos limpiamos con kleenex que llevaba yo, entramos en el coche y nos volvimos a dar un beso. Arranqué y me dijo, entre risas:
-¿Tienes previsto venir pronto a Barcelona? Me muero de ganas de pegar un polvo contigo.
-Antes tendré que recuperarme de éste -le contesté sonriendo-. Pero descuida, que cuando vaya seré yo quien me reserve para ti.
Volvimos hacia Valencia charlando como dos buenos amigos. Cuando llegamos al palacio de congresos, antes de bajarse del coche, me dio un beso en los labios diciéndome:
-No tardes en venir a mi ciudad. Deseo mucho tu polla.
Nos despedimos y regresé a mi despacho. A la mañana siguiente recibí otro mensaje escrito en el móvil que decía: "ESTOY EN EL TREN DE VUELTA A CASA. HA SIDO FANTÁSTICO ESTAR EN VALENCIA. POR TODO. HASTA PRONTO"
Ésta ha sido, de momento, la última vez que he visto a Cristina.
Me encantaría recibir comentarios a mi mail sdtd@hotmail.com . Gracias y un saludo.
Javier