10 Agosto

Vivimos rodeados de falsas sensaciones de seguridad, pero ¿Serías capaz de aprovechar una oportunidad del destino en medio de un accidente? Un diez de agosto cualquiera un ascensor cae y la pasión sube. ¿Te subes?

Diez de agosto

Y el ascensor se paró.

Nicolás dejo de mirar el teléfono y agudizo sus sentidos para ver si notaba de nuevo el movimiento. La mujer de melena castaña que tenía a su lado se quedó mirando la botonera, tentada a tocar algún botón. No paso nada.

De pronto se escuchó un traqueteo metálico que les dejo helados y después un zumbido fuerte y creciente ¡Fiiuuuuuuu!. Algo no estaba bien y en esos momentos el instinto de supervivencia hizo su aparición desde lo más hondo sus almas. Un golpe seco y fuerte dejo claro que una pieza muy pesada se había soltado del ascensor.

― ¿Qué ha sido eso? Dijo la mujer con voz intranquila.

Nicolás aparto ligeramente el carro de la compra a un lado. Se apoyo sobre el reposamanos y subió los pies encima del carro. ― No lo sé, pero no pinta bien. Haz lo mismo que yo, despacio. Hablaba con la tranquilidad de los que han vivido muchas situaciones embarazosas. Ella le hizo caso sin decir nada. ― ¿Se va a caer?

Un segundo zumbido anticipo la caída ¡Fiuuuuuuuuu!. El ascensor se soltó y fue forzando los frenos de emergencia hasta tocar el suelo con un golpe seco y profundo. El ascensor del centro comercial cayo hasta el segundo sótano con más ruido que daño. Aún así, nuestros pasajeros cayeron al suelo. Se apago la luz.

Nicolás trato de recuperarse, se había dado un golpe en el brazo y le molestaba. El oído suele tardar algo más en reponerse y lo primero que escucho fue a la mujer llorar a su lado.

― ¿Hola? ¿Estas bien? Con sus manos fue tanteando el suelo. La comida de los dos carros se había esparcido por el suelo y no lograba llegar a la mujer. ― Si me escuchas, ven hacía mi voz.

Ella dejo de llorar y moviendo sus manos le toco la espalda. Nicolás dio un giro rápido y le toco la cara. ― Para, para un momento. Estoy aquí contigo. Hemos caído con el ascensor. Me has oído. Ella movió la cabeza entre sus manos sin dejar de llorar. ― ¿Te notas algo? ¿Te duele algo? Ella no respondío

Nicolás bajo sus manos hasta sus hombros y después fue recorriendo poco a poco su cuerpo buscando algo que no estuviera bien. Intento alejar un pensamiento que le rondaba desde que había subido al ascensor con aquella atractiva mujer. Hizo un recorrido minucioso. Cuando llego a la pierna se asusto al notar que estaba mojada. ― ¿Te duele la pierna? ¿Notas algún corte? Por fin ella dejo de llorar y respondió ― No. Estoy bien. Movío lentamente la pierna que había quedado doblada en una extraña posición. ― Creo que se ha derramado algo, no soy yo.

― Intenta encontrar tú teléfono. Necesitamos avisar de que estamos aquí. Los dos se pusieron a buscar entre todas las cosas del suelo. Nicolás levanto los carros y juntos amontonaron la compra como pudieron.

― Ya tengo mi teléfono. Anuncio Mina. ― Pero tiene la pantalla rota. No funciona.

― El mío tampoco. Con voz queda Nicolas comprobó que su teléfono se había descompuesto con la caída.

― ¿Y ahora qué?, Mina se pego en una esquina que parecía estar algo más limpia, para sentirse más segura.

― Seguramente habrán notado el golpe y estarán avisando a los bomberos. He intentado apretar los botones, pero parece que el golpe ha roto todo el sistema. Nicolás hablaba despacio, en total oscuridad, mirando el techo como si esperará que algo bajará desde arriba.

― ¿Cómo esta tú? Mina se sintió mal al darse cuenta de que no le había preguntado y que posiblemente gracias a él ahora estaba viva.

― Bien. Me he dado un golpe en el brazo ― se lo toco ― pero lo puedo mover.

― ¿Crees que tardarán mucho? Mina, no pudo contener la pregunta que le atormentaba. No le gustaban los espacios cerrados y empezaba a agobiarse.

― Menos de lo que piensas. Por cierto, me llamo Nicolás.

― Mina, me llamo Mina. Nuestra pasajera lo dijo desde el suelo mirando en completa oscuridad a una voz que venía casi del techo. ― ¿Dónde estás?

― Estoy de píe en el centro. Los carros están detrás de mí. ¿Estás sentada?

― Sí, aquí en la esquina.

Pasarón unos minutos en silencio, intentando escuchar algo. Al rato se escucho un sonido de un bote abriéndose ¡shhhhhh!. ― ¿Te apetece beber algo? A Mina no le parecio mala idea. ― ¿Qué tienes?

Aunque aún no lo sabían, acabada de empezar su cita. Los botes resultaron ser de una cerveza tostada con un doble punto de amargor. Nicolás no vio la mueca de Mina con el primer trago, pero tampoco su sonrisa cuando empezó a reír. Los dos desconocidos empezaron a hablar en total oscuridad, con total despreocupación.

― Espera, espera. Entonces ¿Tienes una moto grande y apenas sabes conducir?

― Dicho así suena raro, pero… eso es absolutamente cierto. Nicolás era un maestro de las pausas escénicas.

― Ja ja ja. Mina tenía una sonrisa suave y melódica. Nicolás hacía tiempo que tenía todos sus sentidos enfocados hacía aquella esquina del ascensor.

Mina había conectado durante las últimas dos horas con aquella voz desconocida más de lo que pensaba. Privados de la vista, su voz y su sentido del humor habían conseguido que aquel ascensor desprendiera una extraña magia.

― Me ha encantado como me has reconocido, doctor.

― No veas el susto que me has dado al pensar que te sangraba la pierna.

― Ya

Él continúo bajando el tono. ― Todo lo demás he comprobado que está en su sitio.

― Me ha encantado.

Por casualidad, todo el movimiento cambio de signo. Nicolás se quedo sin palabras y sin saber que hacer... le cogió de las manos.

¡Clong, Clong, Clong!

Un sonido fuerte y repetitivo les interrumpió y de pronto el techo se abrió, dejando pasar un haz de luz que les cegó. Un bombero se había deslizado desde la parte superior y les pidió que subieran por arriba. Nicolás ayudo a Mina, izándola por la cintura hasta que llego al techo. Después el se elevo con la ayuda de los carros.

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Las sirenas suenas diferentes dentro de las ambulancias. Él pensaba que estaba mejor, pero nada más subir le pusieron un gotero. El sanitario subía y bajaba de uno a otro, reconociéndoles y aplicando curas a los pequeños cortes y golpes. Nadie se planteo si eran o no pareja. Directamente les pasaron a triaje y les pusieron en dos boxes contiguos. Aún tuvieron que pasar casi dos horas para que la doctora tuviera todas las pruebas y les diera el alta.

Nicolás recibió el alta cansado, se levanto y se salió del hospital. Cuando estaba pensando como volver a casa, se dio cuenta que no tenía teléfono.

― ¿Cómo es que te han dada el alta, motorista?

El corazón se le salió del sitio al escuchar la voz de Mina a su espalda. Se giró con fingida tranquilidad.

― He sobornado al psicólogo. Dibujo la mejor de las sonrisas y ella le correspondió.

― ¿Qué le has ofrecido?

―  Mi moto

― Ja ja ja

― ¿Sabes que has olvidado tu parte de alta?. Ella sonrío.

― ¡Leches!

― La doctora pensaba que éramos pareja, y me lo ha dado a mí. Mina se sonrojo, aunque la situación no le había molestado en absoluto. ― Vives en mi barrio, ¿cogemos un taxi?

Mina tenía el vestido manchado y arrugado. La melena castaña, casi rubia, alborotada. Dos vendajes en la misma pierna le daban un aspecto de princesa zombi, tan magullada como tentadora. Nicolás tenía un vendaje en el brazo, pelo alborotado y una sonrisa que presagiaba grandes acontecimientos. Para un observador despistado, una pareja de enamorados reía y caminaban juntos, hasta la parada de autobús. Ella se sujetaba del brazo de él para caminar mejor y él, simplemente flotaba sobre el suelo. Durante el viaje las ocurrencias y las confidencias se alternaron sin solución, creando un ambiente lleno de complicidad. Mina le cogió la mano y siguieron hablando animadamente. El destino había querido que nuestros protagonistas vivieran el uno enfrente del otro, así que el taxi paró en casa de Mina, por insistencia de Nicolás.

― Ya es tarde. ¿Quieres cenar? La invitación de Mina se deslizo si cesar el hilo de la conversación.

― Ja ja. No tengo nada en casa. Claro.

Entraron juntos por el patio y de pronto se pararon enfrente del ascensor. Hubo un silencio.

― Creo que lo mejor es enfrentarse a la situación lo antes posible. Nicolás hablaba sin dejar de mirar al ascensor y a Mina le pareció de pronto, de lo más razonable ― Vale.

Ya en el ascensor, se quedaron quietos observando la botonera. ― ¿Qué piso?. Ella sonrío y pulso el noveno. El ascensor empezó su lento movimiento de ascensión en silencio.

― Si pasa algo…

― Cuenta conmigo. Sono mucho más que amable.

Mina se quedó mirando a Nicolás y colgó un beso agradecido en su mejilla. Se detuvo y se quedo mirandole a los ojos. El segundo beso anunció que la cena había empezado. Al abrirse la puerta, sus bocas se debatían en un dialogo sin palabras, transformando en pasión toda la tensión acumulada. Las manos  buscaban todo aquello que habían imaginado durante horas.

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Entraron entrelazados en el apartamento de Mina. Ella le quito el polo y comenzó a besarle la venda el brazo, el pecho y el cuello. El la levanto y, subida sobre sus caderas, siguió las instrucciones hasta llegar a la habitación. La tumbo con delicadeza y comenzó sin miramientos a besarla con desorden manifiesto. Después abrió su camisa y bordeando el sujetador succiono con energía sus pezones. El dolor de las heridas se combinaba magnificamente con la fuerza primordial del sexo. Ninguno de los dos se quejó.

Sus pechos, grandes y firmes eran todo un desafío para su apetito carnal. Mina se movía con el vaivén que agita la pasión. Él le quito los pantalones y el tanga en un único movimiento y ella le ayudo a desnudarse con la misma rapidez. El sexo de ella quedo abierto como una invitación y Nicolás comenzó a besarlo, lamerlo y succionarlo como si fuera un ascensor en caída libre. Era exactamente del sabor que esperaba. Ella levantaba las piernas y se acariciaba el pecho, viviendo el momento con incredulidad y placer.

Nicolás se incorporó con su miembro derecho y elevando las piernas de Mina entró con la fuerza de un amante comprometido. Fuerte y marcando un ritmo desconocido, comenzó a entrar y salir en toda su longitud, mientras ella emitía sonoros gemidos. Sus pechos se movían siguiendo el ritmo y sus miradas oscilaban ente sus ojos y el hueco que dejaban sus sexos al unirse. El ritmo de Nicolás era fuerte, duro y marcado. Sus manos y su boca se detenían de vez en cuando en los pechos de Mina, para darle tiempo a recomponerse. El ritmo recordaba una locomotora buscando una estación que no llegaba a encontrar.

Las heridas comenzaron a marcar su presencia. Mina se dio la vuelta con agilidad ofreciendo su sexo desde atrás. Nicolás había desatado toda su voracidad y apretando sus caderas contra la cama, subió y bajo con tal cadencia, que los orgasmos de Mina fueron encontrándose uno detrás de otro. Una segunda gran explosión, esta vez dentro de ellos, los deshizo sobre la cama.

― ¿Cómo te definirías? Nicolás se despertó profundo.

― Soy en cada momento, como debo de ser.

Respira hondo