[1] El trabajador de hotel.
Precuela: Está prohibida la entrada a la habitación 417, pero la curiosidad por saber qué hay detrás de la puerta lleva a un empleado a cometer algo que no debe.
El cocinero derramó la masa madre en dos cuencos y los dejó cocer al horno mientras Iaksa calentaba su pincho de malvaviscos.
—Odio estar aquí. Solo soy un simple recepcionista de hotel. Ojalá pudiera tener uno de esos trabajos que te hacen rico —dijo Iaksa al cocinero mientras se dirigían al almacén.
Abrió la puerta de un golpe enfurecido.
—Relájate, te vas a cargar mi preciada cocina. Adoro este sitio. Su encanto, el olor de las flores del restauran-
—¿Pero qué diablos? ¿Te has tomado tus pastillas diarias? Todo esto apesta —replicó Iaksa mientras transportaba junto al cocinero el cuerpo de un cerdo—. Ni aun teniendo el sueldo de cocinero querría trabajar aquí. Lo único que hago es sentarme 8 horas en la recepción esperando a clientes, no pasa ni un gato por aquí. Estamos más solos que solos.
—Eso no es cierto, amigo —el cocinero se reía de forma coqueta mientras descuartizaba al cerdo y preparaba una sopa.
—¿Acaso estás ciego? ¿Quién más hay aquí? ¿El camarero con cara de estirado que nunca habla? ¿O la señora de limpieza que da...? Ya sabes...
-No, no sé. ¿Te da miedo la señora LeChar? ¡Ah! Debí suponerlo. Menudo... estiradito - dijo el cocinero mientras imitaba la pose del camarero—. ¿Sabes quién sí da miedo? —El cocinero susurró cubriéndose la boca con las manos— El jefe...
—¿El jefe? Solo le conocí el primer día que vine a trabajar, se presentó el día de mi entrevista. Nunca más le he visto, ¿Por qué? ¿Qué pasa?
—Mmh... bueno, una vez estaba en el cuarto piso llevando un estofado a una pareja, jóvenes y pijos, y me crucé a la señora LeChar que estaba lavando unas sábanas... solo que cuando pasé por su lado vi una mancha de sangre redonda en la sábana, y pues me asusté. No quise preguntar pero aceleré el paso todo lo que pude, pues llevaba conmigo el carrito del estofado, hasta que vi al jefe salir de una habitación con cara seria. Estaba como asustado.
»Le pregunté si se encontraba bien, parecía como drogado. El muy loco me arrinconó echándoseme encima y me amenazó con que no contara nada. Pero dijo que tenía prohibida la entrada a la habitación 417. No me dijo nada más. Solo que si entraba, que me mataría.
Iaksa estalló en una carcajada.
—Eres un gallina, a mí también me dijo que no entrara ahí el día de mi entrevista. No me dio llave para esa habitación. Creo que será solo su despacho personal. Respeta su privacidad.
—No, no era solo eso. No es su privacidad, ahí había algo más. Tú no te acerques niño, o tu destino estará sellado.
La tarde transcurrió con normalidad, Iaksa leía los periódicos en la recepción mientras el cocinero preparaba la cena.
Entró una huésped del hotel. Iaksa no la había visto hasta ahora. La chica se dirigió al ascensor y le dio a la tecla con aspavientos. Al recepcionista todavía le quedaba 1 hora de servicio, y la curiosidad por saber qué había en la habitación 417 había crecido cada hora desde que habló con el cocinero.
Tomó el otro ascensor y subió al cuarto piso. El pasillo estaba iluminado pobremente pero Iaksa no era un hombre fácil de asustar. A lo lejos vislumbró la habitación prohibida cuando de repente vio la puerta entornada, la cual siempre había estado cerrada.
Iaksa se escondió detrás de un pasillo por si acaso era su jefe el que estaba cerca. Pero no había nadie. Solo se oía la sibilancia del viento que golpeaba las ventanas con las ramas altas de los sauces.
Iaksa no estaba ciego, pero de repente era como si solo fuera capaz de vislumbrar esa habitación inconfundible de entre todas las demás. Si hubiera escuchado alguna voz hubiera salido corriendo. Pero sin darse cuenta, escuchaba el canto de una mujer que solo le atraía hacia la habitación. Iaksa no quería andar hacia allí, pues pensaba que eran asuntos del jefe; pero él ya estaba dando pasos lentos semiencorvado en dirección a la habitación. Era como el canto de una sirena. Solo que nadie más podía oírlo.
Empujó un poco la puerta. La habitación estaba vacía. Encendió la luz pero no funcionaba bien y parpadeaba. Un toque en el hombro por detrás le sobresaltó.
—¿Estás bien? —Era la mujer que había entrado antes. Era castaña chocolate con pelo liso y de ojos verdes, de tez blanca, con las cejas finas y definidas y una nariz perfecta.
—Sí... solo pasaba por aquí. ¿Ésta es tu planta?
—Sí, estoy en la habitación del primer pasillo.
Un silencio incómodo inundó la atmósfera.
—Bueno, supongo que debería irme ya —la mujer estaba nerviosa y se le cayó la bufanda dentro de la habitación.
Iaksa quiso cogerla por ella, pero fue bastante con dar un paso dentro de la habitación para que comprendiera por qué nunca debió haberse asomado.
—Bonita bufanda — dijo Iaksa sonriendo y oliéndola.
La mujer se sintió incómoda y pidió amablemente que se la devolviera.
—Sí claro, por supuesto. Solo que... si la quieres recuperar, tendrás que quitármela —Iaksa se sumergió más a dentro de la habitación corriendo con la bufanda.
La mujer se lo tomó como una broma y entró pensando que solo quería divertirse un poco.
Cuando entró, la puerta se cerró detrás suya.
—Devuélvemela ahora.
Se hizo el silencio. Iaksa, apretando la bufanda, estaba tenso. Poco a poco se acercó hasta la chica que le miraba algo confundida y atemorizada.
—Nunca debiste hablarme así.
Iaksa no sabía por qué estaba de mal humor pero así era. No podía controlarlo. Las emociones se apoderaban de él. Algo en esa habitación quería que él la lastimara. Él quería resistirse, sabía lo que iba a suceder, pero no podía pararlo. Su mano, emprendió el cuello de la chica contra la puerta con fuerza.
—Por favor, yo no pretendía ofenderle señor —Iaksa apretaba la mandíbula y le empezaba a mirar con lascivia.
Juntó sus labios con los de ella sin soltarla y metió su lengua hasta el fondo. Aquello era simple, algo en su interior se removía. Algo mucho más intenso que el deseo de solo besarla. Con ansias, desabrochó los jeans de ella para meter su mano debajo.
Ella intentó pegarle y escapar pero Iaksa había tomado una fuerza descomunal y la tiró al suelo. Él no hacía deporte, pero de repente es como si tuviera una fuerza bruta más fuerte de lo normal. La habitación le daba ese poder. El de convertirse en lo que él siempre había sido en su interior.
—No sé qué me pasa, lo siento.
Iaksa la cogió del brazo y la volvió a tirar contra el suelo. Se agachó y le quitó los pantalones. Le dejó puestos los tacones porque sabía que no le dolería aunque ella intentase defenderse. Le tocó abajo con los dedos y notó que estaba algo mojada.
Ahora que lo pensaba bien, sí que le gustaba lo que le estaba haciendo. Quería dominarla en ese instante, sin pensar en nada más, tener el control sobre la situación.
Sacó sus llaves de su bolsillo, el típico aro grande con muchas llaves, la muñeca de la chica era pequeña y cabía dentro, así que la ató con el llavero a la manilla de la puerta. Iaksa puso su mano de tope para que no escapara.
Siguió metiéndole la mano debajo. Ella empezó a gritar pero nadie le iba a escuchar. La habitación estaba silenciada y nadie se acercaría a la habitación prohibida. La mujer, que llevaba una blusa con botones, fue desabrochada por Iaksa, quien dejó al aire un sujetador de encaje negro.
Él se desabrochó los pantalones y salió empalmado. Apartó con los dedos sus braguitas y comenzó a frotarse con ella, quien apartaba la mirada hacia las cortinas.
Hizo que se pusiera de rodillas y le abrió la boca.
—Si se te ocurre morderme, te mataré. Y me follaré tu cadáver igualmente. Y después me follaré a toda tu familia. Así que pídeme que te la meta, si quieres salvarte a ti y a tu familia.
—Métemela —la chica no le miraba y lo dijo con voz baja, sin estar convencida.
—¡Más fuerte!
—¡Métemela!
Iaksa le introdujo su pene en la boca rápidamente de una estocada y le tapó la nariz para que abriera más la boca. Poco a poco, se la metió toda dentro, y cuando estaba toda, le soltó la nariz. Empezó a moverse hacia delante y atrás sin sacarla de su boca.
Las babas empezaban a caer mezcladas del líquido viscoso hacia sus tetas. Le dejó respirar un momento y entonces dilatándola antes un poco con sus dedos, se la metió dentro de la vagina.
Cualquier transeúnte que hubiera recorrido esos pasillos en ese momento hubiera escuchado unas fuertes estocadas detrás de la puerta. Pero no pasaba nadie.
Iaksa se manchó la mano de las babas que habían caído y le tapó la boca. Además, restregó sus manos por todo su pecho. Ella era virgen y costaba meterla porque estaba apretada. Además, no conseguía meterla toda porque es como si hubiera un tope que no le dejaba.
Pero eso fue cambiando tras 10 minutos, y consiguió meterla hasta el fondo.
Con la otra mano, le levantaba la pierna para que se hiciera más cómodo y visible. Así, con una mano sobre el manillar de la puerta y la otra sobre la pierna, acabó de cerrarle la boca con un beso sucio. Ella tenía pechos firmes y grandes, redondeados, cuando él se inclinó para besarla, sus pechos se tocaron, los cuales estaban erizados por el viento frío de la noche.
Él se la metió y la dejó dentro sin moverse, cuando poco a poco le soltó la pierna cogida, lo que hizo que aún se metiera más al fondo. Él mantenía su mirada fija sobre ella. Cogiéndole ésta vez de las nalgas, empezó a acelerar el ritmo y ambos empezaron a gemir.
Iaksa notaba que le faltaban las fuerzas sobre las piernas y arrastrándola del llavero, le hizo agacharse cuando él se sentó en la cama. Siguió haciéndole sexo oral. Tenía el pelo largo la chica, y a él le gustaba entrelazar sus dedos en el pelo. Le dirigió la cabeza en una dirección más profunda al unísono que empujaba su cabeza sin parar.
—Trágatelo todo.
Y así fue. Porque no le soltó la cabeza hasta que no se lo tragó todo. Además, le sujetaba la mandíbula desde abajo para que no pudiera abrir la boca.
Ella cayó al suelo rendida, con el llavero en su mano, mientras él se tumbó sobre la cama todavía empalmado.
Poco a poco, Iaksa fue retomando su compostura. No entendía nada de lo que había pasado. Dejó a la chica dentro de la habitación y tomó el ascensor. Su turno de trabajo había acabado.
De camino, fue a ver al cocinero de nuevo.
—He entrado a la habitación.
El cocinero se giró con una mirada de estar preparado para huir. Sin embargo, se acercó y le propinó una bofetada.
—No hay nada, es una habitación simple. Es la persona en la que me convierto, lo que me atañe ahí—decía el recepcionista mientras andaba por la cocina alejándose de él. Allí dentro toda la culpa desaparece. Puedo hacer lo que pienso en secreto. Tú lo sabías, ¿verdad? Tú te reíste cuando me hablaste de la habitación, dijiste que amabas este trabajo. ¿Es por eso por lo que sigues aquí? ¿Acaso era el único que no había entrado nunca en la habitación?
»Lo sabía. Sabía que habías entrado. Y dime, ¿Qué pasó cuando entraste? ¿Se hicieron realidad tus sueños?
—El camarero dice que es la habitación de los pecados. Y no tenemos por qué cometer el mismo pecado — dijo el cocinero molesto apartándole de su camino.
Iaksa se quedó pensativo.
—¿Y qué va a pasar ahora? ¿Me denunciará la chica?
—La habitación se encargará de borrarle los recuerdos. Solo favorece los deseos del primero que pisa la habitación.
—¿Qué pecado has hecho tú dentro? —dijo el recepcionista sentándose sobre una silla con la mirada en blanco.
—Violadores, asesinos, poner los cuernos… en este hotel hay de todo.
Y, sin que le diera tiempo a Iaksa a reaccionar, el cocinero empuñó un cuchillo colocándolo en vertical frente a su cara y de un manotazo hacia abajo le cortó la garganta rápidamente al recepcionista. Llamó al camarero para que llevara el cuerpo a la habitación en el portaequipajes del hotel.
Mientras, la señora LeChar volvería a ser vista lavando sábanas de sangre por un nuevo recepcionista que cruzaba el pasillo de la cuarta planta en su primer día de trabajo mientras la habitación borraba cualquier rastro.