1 El arrebato contenido

¿Como te enteraste de la infidelidad de tu pareja? Relatos basados en hechos reales que fueron contados por sus propios protagonistas y tienen un denominador común: cómo se enteraron que su pareja les estaba siendo infiel.

Voy a continuar con una serie de relatos relacionados con la infidelidad no consentida. Están basados en hechos reales que fueron contados por sus propios protagonistas y tienen un denominador común: cómo se enteraron que su pareja les estaba siendo infiel. Lógicamente, un momento doloroso y fustrante.

Al final (son unos 20 relatos), os digo de dónde salieron y como los contaron sus protagonistas.

Como ya he hecho otras veces, me gustaría aclarar que sobre una base real, he creado unos relatos en los cuales las circunstancias, diálogos y parte de la historia es inventada. Las cosas no sucedieron así en sus detalles, aunque parto de la descripción original de los propios protagonistas, que como he dicho, os pondré al acabar.

Ahí va la primera historia y espero que os guste.

El arrebato contenido.

Emilio vio entrar en el aparcamiento el coche de su amigo a toda velocidad. Apenas había tardado 20 minutos en llegar desde su casa, cuando el trayecto habitual ocupaba casi 40. No quiso ni pensar en qué locuras había hecho al volante. La verdad es que no había calculado ese riesgo.

Juan no se molestó en aparcar. Dejó el coche en doble fila y bajó visiblemente nervioso y alterado. Demasiado alterado... pensó Emilio, que empezaba a cuestionarse si había sido buena idea ponerlo sobre aviso. La verdad es que tampoco había tenido mucha elección. No podía dejar de contárselo. Y conociendo como conocía a su amigo de toda la vida, también sabía que, si no lo veía con sus propios ojos, no lo creería. Estaba demasiado obsesionado con su novia. Todo giraba alrededor de ella desde que la había conocido. Juan, la anteponía a todo lo demás y ni siquiera a él le permitía cuestionarla. Cualquier alusión a como lo acaparaba, o a como le condicionaba la vida, hacía que su amigo se revolviera con furia contra quién osara hacerla.

No, esto tenía que verlo en persona. Si se lo contaba, solo conseguiría discutir con él o incluso que ante una afirmación tan fuerte, diera por terminada su amistad. Tenía que enfrentarlo de forma clara y contundente con la realidad, pero claro, eso tenía sus riesgos.

Y uno de ellos era ver a su amigo fuera de sí, dirigiéndose a él con la cara congestionada y los puños apretados.

- ¿Qué dices? ¿Estás seguro? Con esto no me hagas bromas...

  • Tío, me crees capaz...

  • ¿Dónde están? Cortó Juan presuroso e impaciente...

- ¡Escúchame! Calma, mucha calma.

Sujetó a su amigo del brazo y le obligó a esperar 10 segundos.

Luego, Emilio tiró de él hasta una de las ventanas del restaurante. Le señaló una mesa situada al fondo.

Allí estaba Carmen con su jefe, tal y como se los había encontrado hacía casi una hora. Ya en los postres, tomaban café mientras charlaban animadamente. En teoría una comida de trabajo normal y corriente.

Pero los dos amigos sabían que no era así. La simple presencia de Carmen allí, implicaba mucho más. Juan y él habían quedado esa tarde precisamente porque su novia le había dicho que se tenía que quedar a trabajar en la oficina. Se había hecho un sándwich y se había llevado una pieza de fruta porque, en teoría, había tanto trabajo, que no podían ni siquiera salir a comer. Tocaba echar horas extras.

Entonces ¿Qué hacía en un restaurante a media hora de camino de la oficina, aparentemente sin prisa y charlando distendidamente con su jefe?

Pero Emilio no hubiese hecho venir a Juan si no hubiese más. Solo había que esperar un poco.

Efectivamente, no había pasado ni un minuto cuando él le cogió la mano rodeándola con una caricia impropia en un amigo, y mucho menos en un jefe. Acerco su cara a la de ella y depositó un beso justo debajo de su oreja. Se detuvo un instante, como si le estuviera lamiendo la tetilla.

Juan sabía qué ese era un punto sensible de Carmen. Se puso rojo como un tomate y las venas del cuello se le hincharon mientras volvía a apretar los puños. No hacía falta decir nada más. Estaba claro que aquello no era una comida de trabajo y su amigo lo sabía, porque había sido testigo de varios de esos gestos de complicidad desde que los había descubierto. El almuerzo estuvo plagado de ellos. Carmen, por su parte, le dedicaba una sonrisa a su acompañante. No se la veía en absoluto incómoda.

Emilio tiró de Juan.

- Bueno pues vámonos.

  • Y una mierda... Voy a ostiar a ese cabrón...

Juan buscó con la mirada alrededor. Junto al contenedor de basura vio un perfil de hierro tirado. Se acercó e hizo el intento de cogerlo. Emilio lo empujó evitando que lo empuñara.

- Juan, súbete al coche...

Él, intentó rodearlo, pero su amigo se le abrazó impidiéndole que continuara hacia el local.

- Tío déjame...

  • Ni de coña, así no.

  • Solo quiero hablar con ellos cara a cara.

  • Cuando estés más tranquilo. Además con ese imbécil no tienes nada que hablar, solo con Carmen.

  • Que te lo has creído...!!!!!!

Ambos forcejearon un momento. La corpulencia y la experiencia en artes marciales de Emilio se impusieron. Consiguió bloquear a Juan hasta que este se calmó lo justo para estar en condiciones de razonar.

- Tío eres mi amigo de toda la vida. ¿Si?

  • Suéltame hostia

  • ¿Si?

  • Que me sueltes

  • ¿Si?

  • Que siiiiii, mierda!!!!

  • Pues entonces hazme caso solo esta vez. Yo te diré lo que vamos a hacer...

Diez minutos después Emilio conducía el coche de Juan, que sentado a su lado mantenía la vista fija hacia delante, con la mirada perdida.

No era buena idea dejarlo rumiar venganzas ni aumentar el caos que debía tener en ese momento en el cerebro. Era una bomba de relojería todavía sin desactivar, aunque de momento había conseguido detener la cuenta atrás.

- Juan... Juan!!!

Él giro la cabeza un momento y le dedicó una mirada extraviada...

- ¿Qué es lo que vamos a hacer? Repítemelo que quiero oírte...

  • Voy a llegar a casa y la voy a llamar al móvil. Le voy a cortar cualquier plan que tuvieran para después de la comida...

  • Y ¿qué más?

  • Le voy a decir que venga urgentemente, que ha sucedido algo y que necesito que venga con rapidez.

  • A casa no. No quiero que estés allí solo con ella. ¿En qué hemos quedado?

Juan suspiró:

- Quedo con ella en la cafetería de abajo...

  • Y???

  • Le digo que tiene diez minutos para subir a recoger las cosas que tenga en el estudio... Y que no quiero volver a verla más...

  • Bueno. Yo estaré enfrente y pendiente de ti. No hagas ninguna tontería ¿vale?

  • ¿Vale?

  • Si.

  • Pues entonces haz la llamada...

…………………………………………………………………..

Emilio fumaba un cigarro para calmar los nervios...

Había observado la escena entre Juan y Carmen. Muy tensa y desagradable. Estuvo a punto de saltar y cruzar corriendo la calle cuando vio a Juan levantar la mano. Pero finalmente cerró el puño y la bajó de nuevo. Hubo otro momento de nerviosismo, cuando ella intento abrazarse a él y su amigo la empujó.

- Que subas de una puta vez ya y te lleves tus cosas o las tiro a la basura!!!!

El grito resonó en toda la terraza... Todas las cabezas se volvieron para mirarlos, y entonces Carmen optó por la retirada.

Ahora salía con dos bolsas. Se acercó a Juan y le tendió una llave. Trató de musitar algo que sonaba a disculpa, pero él la cortó de forma desabrida. Ella se alejó mientras se pasaba la mano por la cara. Emilio creyó verla llorar. Conociéndola, estaba seguro que era más rabia que otra cosa. Había quedado como la mala de la película. Lo de la cafetería, donde había algún conocido, solo había sido un adelanto. Pronto todos sabrían en el barrio lo que había sucedido.

Se acercó hasta su amigo y se sentó a su lado.

Estuvieron un rato en silencio. Luego Emilio le dijo:

- Lo has hecho muy, bien estoy orgulloso de ti...

  • ¿Sabes que me ha dicho?

  • No

  • Que lleva meses liada con su jefe...

Emilio no respondió. No había mucho que decir...

- Y lo peor es que yo lo sospechaba. De alguna forma sabía que pasaba algo. A poco que hubiera investigado los hubiera pillado. Pero no hice nada. Preferí pensar eran tonterías mías. Pero en el fondo lo sabía.

Su amigo lo entendió. Conocía muy bien a Juan y tenía su propio diagnóstico de la situación. Tenía miedo de perderla. Por eso había actuado así. Carmen había sido el flechazo de su vida. Guapa, alta y con un cuerpo de modelo. Extrovertida y muy inteligente. Sabía ganarse a la gente. Conseguía impresionar y llamar la atención. El tipo de chica que no te acabas de creer que tengas la suerte de conquistar. Sabes que una mujer así tiene todos los pretendientes que quiera. Y tú has ganado. De repente es tuya.

Pero la dicha dura poco, porque ahora toca mantenerla a tu lado y soportar el asedio de todos los moscones que no renuncian a quitártela. Y ella sigue siendo guapa, lista, independiente y extrovertida. Y tú empiezas a ver fantasmas, reales o no. A pensar dónde y con quien estará ahora. Quién está en este momento flirteando con ella, porque a una chica así, siempre se le acerca alguien.

Si, la duda instalada como un tumor en tu cabeza. Deformando la realidad y la percepción. Preocupándote. Sientes miedo. Y encima, ese sentimiento de inferioridad, que te ronda en todo momento. Ella es tan extraordinaria que… ¿estás tú a la altura? ¿Realmente te la mereces? ¿Cuánto tardará en llegar alguien mejor que tú (más guapo, más elegante, con más éxito, etc…) y llevársela?

Si, su amigo optó por no sufrir y simplemente negaba la posibilidad. Por eso no investigó. Por eso, si la casualidad no le hubiese llevado a parar en aquel restaurante, Juan aun seguiría ciego.

Estaba satisfecho que las cosas no se hubiesen salido de madre más todavía. Juan se lo había tomado todo lo bien que razonablemente se podía esperar. Allí había estado él para evitar lo peor, para contener y encauzar su ira, su desesperación. Ahora tocaba dejarlo sanar. Con el tiempo asumiría que era mejor así. La “gran” chica había demostrado que era ella la que no se lo merecía a él. Juan se sentiría aliviado más adelante y se volvería a ser él mismo. Y quizás encontrara a una mujer que lo quisiera de verdad, por lo que era y no por lo que trataba de parecer para mantenerla a su lado.

- Juan, ella no se merece a un tío como tú, lo ha demostrado. No te culpes. Ahora estás muy jodido, pero más adelante esto será solo una cicatriz, de esas que se ven, pero ya no duelen.

Su amigo lo miró y asintió. No fue capaz de responder, aún estaba revuelto, cabreado y confuso. Pero que hubiese asentido era una muy buena señal.