El camino de Laika I
Sin decirme nada más se fue, dejándome aun desnuda, sin ni un beso, ni una caricia, ni una despedida como tal. Realmente, para él, era una perra y así me trataba. Debía aceptarlo, después de todo en esto me había convertido; en una perra sumisa.
Estaba aburrida, un viernes al atardecer con la única perspectiva de ponerme alguna película mientras cenaba en el sofá, simple y llanamente aburrida. A mi edad ya no me quedaban amigas que no estuviesen aparejadas y los fines de semana eran para la familia, o al menos para estar con sus respectivos o respectivas, que de todo hay.
Juan había salido del aeropuerto dos días antes para Londres, su despacho o estudio, como le llamaba el, de arquitectura cada vez cogía más importancia y los viajes al extra...