La Tormenta
Se sentía una puta y una traidora, pero no podía evitarlo. Con el cuerpo de nuevo ardiendo de deseo se tumbó boca abajo sobre la cama, poniendo una almohada bajo sus caderas y abrió ligeramente sus piernas.
Tara salió de la ducha, se secó cuidadosamente el cuerpo con la toalla y se aplicó la crema de avellanas frente al espejo. A pesar de que ya no era una jovencita seguía sintiéndose orgullosa de su cuerpo. Sus ojos seguían siendo grandes, de un verde azulado intenso y sin arrugas o bolsas bajo ellos. Su cutis era fino y terso, su nariz pequeña y recta y sus labios gruesos y suaves. Se los repasó con la lengua mientras levantaba su espesa melena negra con sus manos.
Se giró ligeramente y se miró el c...