Puto Hígado (2)
Y ni el cuchillo ni los temores a que Miguel me sentara para exigirme unas explicaciones que no sabría darle, lo impidieron. La tercera que recibí de pie, bajo la ducha cerrada, con el rostro empotrado contra el alicatado. ¿Saben lo que se siente con sus manos aferradas con firmeza a mis caderas, con sus salvajes bufidos acompasados al ritmo soez con que su bajo vientre golpeaba mis nalgas?
Miguel me perdonó.
Pero yo no me lo perdonaré nunca.
Llegué a él con veinte años, desde un barrio humilde, muy obrero, donde eran contados los que conseguían acabar los estudios universitarios.
En aquel arrabal sin solera, había gente tan inteligente o más que en los barrios con caché y ajardinados.
Pero cuando las matrículas costaban a peso de oro, o bien se renunciaba a continuar con los estudios en cuanto se aprobaba el instituto, o se compaginaba el aula con cualquier tra...