Sara
Tendida en su cama, con los ojos vendados, mis manos cruzadas sobre la cabeza sujetas por una de las suyas, las piernas obscenamente abiertas mientras su mano derecha azotaba mi depilado coñito, me sentía la mujer más feliz del mundo... y sólo hacía una hora que lo conocía en persona.
Tendida en su cama, con los ojos vendados, mis manos cruzadas sobre la cabeza sujetas por una de las suyas, las piernas obscenamente abiertas mientras su mano derecha azotaba mi depilado coñito, me sentía la mujer más feliz del mundo... y sólo hacía una hora que lo conocía en persona.
Si me lo hubieran dicho hace apenas una semana no hubiera podido creerlo. Llevaba casada casi siete años y aunque mi matrimonio no pasaba por su mejor momento, no había sido infiel ni una sola vez. Sin embargo aquel...