El club XXVII
Adiós, Cristina.
Las siguientes semanas Roberto terminó de culminar su obra. Fue destruyendo poco a poco a Cristina, siempre pidiendo permisos y cumpliendo con rigor las reglas del club, así como intentando que yo presenciase la mayor cantidad de escenas escabrosas posibles. De hecho, de las doce cubanas de Leyre acordadas en el traspaso (ya me empezaban a parecer demasiadas), al menos nueve o diez se convirtieron en mamada. Roberto se empeñaba en alargar, de ese modo, mis presencias en su reservado, disfrutando -estoy segu...