Todo el mundo tiene un precio (y 7)
Final de la historia con mis regordetas ancianas.
Marta aflojo las nalgas, dejándome libertad de movimientos. Me desmonte de sus muslos y me puse en pie. Me sentía mareado, las piernas me flojeaban, no conseguía enfocar bien la vista. Regalé los sentidos durante un rato. Vista, olfato, oído, tacto.
Cuando conseguí enfocar de nuevo la vista y vi a Maria de rodillas, a sus 69 me parecía un ave del paraíso. Estaba sonriente. Su mano derecha descansaba sobre el nalgon derecho de su hermana mayor, sus tetazas, algo caídas, quedaban pequeñas al lado de la...