Una profecía de Monstruos
Mireia no era ciega, pero en su piso no había un solo espejo. Desde hacía siete años, había dejado de reflejarse en ellos.
Mireia contempló la noche desde la ventana de su ático, con sentimientos
encontrados
.
En el cielo apenas podía vislumbrarse alguna estrella, por efecto de la contaminación lumínica. El fulgor naranja de las farolas teñía toda la ciudad con un tenue halo. Varias luces del edificio de enfrente estaban encendidas y Mireia pudo distinguir a la gente que allí vivía: el matrimonio joven del cuarto piso con su hijo recién nacido, los estudiantes del tercero que habían puesto la música a todo volum...