La felina roja

Una justa retribución a los halagos de gatacolorada

LA FELINA ROJA

Le rouge et le noir ne s’épousent-ils pas?

Jacques Brel

Me di cuenta mientras los leía. Algo me estaba pasando. Pero no era excitación, no. Era otra cosa, extraña, cerebral, emotiva. Me levanté de golpe. Necesitaba dejar de mirar esa pantalla. Necesitaba la oscuridad del resto de mi casa. Caminé a ciegas por el largo pasillo de baldosas amarillas hasta el salón. La poca luz que provenía de las farolas de la calle iluminaba tenuemente la blancura del sofá. Sabía donde estaba...

Que Monterroso me perdone

Para los que no lo saben, Augusto Monterroso, autor guatemalteco, es considerado como el más significativo escritor de relatos breves.

QUE MONTERROSO ME PERDONE

Para los que no lo saben, Augusto Monterroso, autor guatemalteco, es considerado como el más significativo escritor de relatos breves en los que, bajo una engañosa simplicidad, revela una inagotable capacidad de fabulación. Me he permitido jugar con cinco de ellos. Que Monterroso me perdone.

Lean a Monterroso, vale la pena.

UNO

Cuando despertó, la hetaira todavía estaba allí.

DOS

-Es cierto -dijo mecánicamente una polla, sin quitar la vista de lo...

Relato a bla do

A mi querido y admirado Dr. Bla Do, profesor emérito de la Cátedra de sexología aplicada de la Universidad de Bamako.

Relato a Bla Do

A mi querido y admirado Dr. Bla Do, profesor emérito de la Cátedra de sexología aplicada de la Universidad de Bamako.

Parte 1 (Soft)

Era una vieja fantasía de María. Quizás la última que le faltase por cumplir, una vez que se lo montara con el cura en la sacristía y que Andresito, el hijo del carnicero, la masturbara durante la feria del pueblo en lo alto de la noria con un chorizo Revilla. Al margen de ser antigua la fantasía, parecía además bastante fácil de realizar...

La contorsionista

Cada noche, desde hacía casi un mes, repetía el mismo ritual.

Cada noche, desde hacía casi un mes, repetía el mismo ritual. Tan solo iluminada por la farola del patio de los animales, se situaba de espaldas a mí y permanecía ahí de pie con las palmas de las manos mirando hacia delante, quieta y desnuda, dejándose acariciar por la luz violácea como si, pensaba yo, de un ejercicio de relajación se tratara. El silencio nos envolvía, apenas interrumpido de vez en cuando por el ruido característico de alguna cadena proveniente del movimiento de algún elefante inquiet...