A solas con Alejandro.
Una guapa mujer de treinta y cinco. Un joven de dieciocho. Los dos solos entre los cerezos. ¿Algo malo puede pasar?
Sentada frente al televisor como todas las tardes, sin prestar mucha atención de lo que esa pantalla me dice, veo como pasan las horas y se me hace la vida cada día un poco más y más pesada.
A mis setenta y cinco años, esa caja tonta y las esporádicas llamadas que recibo alguna vez de mis dos hijas, son el único pasatiempo que consiguen distraerme desde que Juan, mi marido, falleció hace ya más de dos años.
No os engaño si os digo lo sola que me siento en muchas ocasiones.
Mis niñas, ya es...