Incesto, alcohol y unas rayas
... Si a los treinta años después de un mes sin follar te ofrecen un coño jugoso, pues pasa que pasa, que se juntan el hambre con las ganas de comer y ocurre lo que ocurre.
El bar era un antro de delincuentes de poca monta, pero tenía una mesa de billar nueva y a mí el billar me encantaba. Mis buenos dineros me tengo ganado con aquellos pazguatos que iban a las descargas de tabaco rubio y andaban con los bolsillos llenos, ya que los ilusos se pensaban que sabían jugar y lo más parecido a una bola de billar que habían visto era un ladrillo y los más parecido a un taco era el mango de una escoba.
Tras la barra servían dos chicas, una se hacía llamar Vero. Tenía veinte año...