El profesor

¿Quería ir? Definitivamente sí. Aquello le producía un cierto morbo desconcertante. Un desconocido que se acerca sin ton ni son y después desaparece, un club "secreto" de sexo, el tal Hugo... Negar que aquello le excitaba era mentirse a sí misma.¡A la mierda! Que pasase lo que tuviese que pasar.

Después de casi tres semanas de mal tiempo en el que el sol no se había pasado ni siquiera para saludar, al fin podías darte el capricho de llevar la chaqueta bajo el brazo recorriendo las múltiples y abarrotadas calles de la ciudad. Puestos, mercadillos en plena calle, terrazas abarrotadas de cervezas, heladerías haciendo las ventas de su vida... Madrid siempre acogía con gusto las pequeñas señales que dejaban entrever que estaba cerca el verano.

Alberto, que lejos de celebrar su cumpleaños saliendo...

Mi pequeña, mi diosa II

Aquella noche no fue el final del cuento. Formábamos parte de un desenlace eterno a rebosar de erotismo, placer, sexo, gemidos, orgasmos y más de mil aventuras que cubrían el cupo que durante toda mi vida me había negado a cumplir. Esta vez llevaba nombre de casa rural. El sexo venía en el pack.

Su madurez también me tenía completamente absorto. Tenía 24 años pero hablaba con la sabiduría que libros, películas y series habían personificado con una gran barba blanca, millones de arrugas e infinidad de experiencias a sus espaldas. Me asustaba saber que todo aquello probablemente lo habría aprendido a base de heridas, porque o bien habían sido demasiadas, o bien pocas pero extremadamente profundas.

Llevaba su escudo debajo de la piel, y no encima como los demás mortales. Nunca contaba nada que ell...

Mi pequeña, mi diosa

El tiempo me consumía mientras los demás lo gastaban con ansia, siempre pidiendo más. Cada día era la misma historia, la misma cama vacía, el mismo café que siempre acababa frío. Con 28 años me creía con 80. Hasta que apareció ella. Mi pequeña, mi diosa.

Sentía que mi vida era arena seca de playa que se me había esfumado entre los dedos sin dejar ni huella, que ya no era para mí, que no pertenecía a ella.

Veía la imagen distorsionada de un señor canoso consumido por el paso del tiempo mientras el resto se ocupaba de decirme que todo acababa de empezar, que mis 28 años eran mi momento.

Bebía alguna combinación engañosa con falta de ingredientes y exceso descomunal de alcohol en una discoteca llena de cuerpos monótonos moviéndose al ritmo de una músic...