La Doma (II)
Su compañero de trabajo, al que se había insinuado, la vende a una mujer que está completando la labor de esclavización y doma.
Me despertó tironeando de la correa que llevaba en el cuello. El sol sobre mi piel era mágico, me abrazaba y acariciaba como si lo hicieran mil brazos y manos. Me arrupaba entre sus rayos y me adormecía.
Miré a mi señora con ojos somnolientos. Acércate que el sol ahora llega hasta aquí, quiero que duermas a mis pies dijo. Lo hice gateando y cuando llegué a la altura de sus rodillas me acarició y acomodo mi pelo. Pegué mi rostro a esas manos moviéndome como lo hacen los gatos cuando los acarician y le...