Sor Sumisa (2)
Sigo repartiendo leche de hombre entre las monjas y alguna que otra alumna del colegio.
Mi libido no tiene remedio. A pesar de la intensa sesión de sexo violento con las dos monjas, la noche anterior, mi polla amaneció dura y empalmada, como de costumbre. Después de asearme, vestirme y desayunar entré en el despacho de Sor Teresa sin llamar, la monja al verme sonrió con complicidad, su mirada azul eléctrico ya no destilaba odio, era mía, me pertenecía y lo había asumido.
-¡Cierra la puerta por favor! me invitó
Lo hice, eché el seguro. Ella se había levantado de la silla. Mir...