La cocina de Alan
Alan observó cómo su amigo me poseía en su cocina.
Los besos que le daba a Marco en esa obscura cocina eran para incitarlo a hacer más.
Sometido contra la pared, desabroche con ansiedad su cinturón y enseguida el botón del pantalón para tomar en mis manos la deliciosa tranca que palpitaba estrepitosa y que se bañaba ya de ese líquido que prepararía cualquier ambiente para ser engullido.
Dejando las piernas extendidas me agache para llevarlo a mi boca.
La saliva revuelta en su fluido resbalaba fuera de la comisura de mis labios.
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