Manu
La chica, con una minúscula minifalda que apenas le tapaba lo imprescindible, se había puesto de rodillas sobre el sofá, a caballo encima de las piernas de su compañero, los besos eran largos y húmedos, profundos.
Conocí a Manu una noche en una discoteca atestada de gente, era un local al que yo acudía por primera vez, de esos en los que hay zonas oscuras reservadas para que las parejas urgidas por el prurito de la pasión tengan un poco de intimidad.
Como quien no quiere la cosa, me di una vuelta por aquel territorio donde grupos promiscuos o parejas amarteladas intercambiaban pasiones, salivas y otros fluidos. Favorecidos por la oscuridad, unos chavales de no más de dieciocho años, se daban el lote que e...