Mi cuñada
temía por cometer alguna torpeza al hablar con Azucena que hiciera peligrar mi matrimonio, no podía ser que pudiera estar al corriente de mis infidelidades, pero no existía más salida que dirigirme a su casa.
Me encontraba en la puerta de casa de mi cuñada, Azucena, eran las tres y media de la tarde de un día de invierno, mi nerviosismo era evidente, mis manos temblaban, mitad frío, mitad inseguridad, estaba allí para hablar de los rumores que sobre mis infidelidades iban de boca en boca en el Hospital, donde compartía trabajo con Azucena.
Azucena, 36 años, no tan agraciada como mi mujer, tiene un cuerpo espléndido, delgada, culo bien formado, piernas estilizadas, morena de pelo largo y siempre recog...