Ella, la viuda
El cabello rubio platino, su piel bronceada y, sobre todo, sus nalgas gordas y redondas me la ponían dura, dura y babeante. Mi objetivo: metérsela en la boca, en el chocho, y en el culo, entre las dos admirables nalgas.
La conocía por medio de mi mujer. Eran parientes y me la presentaron por primera vez cuando murió su marido. Me llamó la atención su piel tostada y el cabello rubio platino muy provocador en una mujer de sesenta y pocos años. Aunque era lógico viviendo en un pueblo de la costa mediterránea. Lloraba desconsoladamente cada vez que alguien le recordaba algo de su difunto.
Fiel a mi frialdad habitual en estos casos, me senté alejado de ella para poder contemplarla descaradamente. Al fin y al cabo, Pilar,...