Viernes de una sumisa cualquiera
Solía acostumbrar a esperarle desnuda en el suelo a que él llegase del trabajo, de rodillas, con la cabeza apoyada en el frío mármol y las manos extendidas delante de mí.
Solía acostumbrar a esperarle desnuda en el suelo a que él llegase del trabajo, de rodillas, con la cabeza apoyada en el frío mármol y las manos extendidas delante de mí. A veces, cuando él abría la puerta, pasaba de largo sin hacerme caso, esas veces me podía llegar a quedar horas en la posición de espera, otras comenzaba a follarme sin decir una palabra y sin permitir que yo me moviese o dijese nada, otras me ordenaba alguna que otra tarea que yo realizaba siempre desnuda y con la mirada baja. Era su escl...