Prisionero en Yennenga - II

El protagonista es rasurado por completo, castigado por unas agentes de policía, y sometido a una masturbación pública; tras la que le inyectan un producto para mantenerle siempre erecto.

II

Cuando el taxi se detuvo, y se abrió el maletero, vi que estábamos frente a un hotel inmenso, de esos internacionales; Susana me sacó, tirando de mi correa, me hizo cargar su maleta, y así fuimos hasta la recepción. La chica detrás del mostrador, al decirle ella su nombre, la saludó efusivamente, y le dijo que ya lo tenían todo a punto para mí; de inmediato, se acercó otra chica muy joven, igual de negra y vestida con el mismo uniforme del hotel. Y tomando de Susana mi correa me llevó, muerto de ve...

Prisionero en Yennenga - I

El empleado de una empresa tiene que viajar por negocios a Yennenga, un lugar donde mandan las mujeres; y en el que los hombres van siempre desnudos, y sujetos de sus genitales por una correa...

I

La llamada de la jefa me pilló a mitad de una fantasía muy agradable; mientras hacía ver que escrutaba los números de la pantalla de mi ordenador, me estaba mirando el muslo de Pili, la guarrilla que se sentaba justo frente a mi mesa, e imaginando lo que le haría. A su muslo, y al resto de su anatomía, claro; pues, aunque ahora solo me enseñaba casi toda la pierna izquierda -se le había subido la falda, ya de por sí muy corta, al sentarse- me resultaba fácil imaginar todo lo demás. Sería igual de cr...

La Posada de Isabel - y IX

Antes de devolverme al aparcamiento donde empezó mi aventura, mi Ama hace que Remedios me marque al fuego en la ingle, con su inicial; y luego anilla mis pezones, y mi pene.

IX

Poco a poco fueron marchándose todas, e incluso alguna se despidió de mí; como la más sádica, que tuvo el detalle de, antes de hacerlo, acercarse un momento a retorcerme un pezón. Y, al final, nos quedamos solos Isabel y yo, lo que mi Ama aprovechó, después de apagar las cámaras, para quitarme por fin la capucha y la mordaza; mirando sorprendida, una vez que hubo quitado esta última, las profundas marcas que mis dientes habían dejado en el consolador de caucho de su interior. Sin embargo no me desc...

La Posada de Isabel - VIII

Mi último día en la Posada comienza con una terrible sesión de latigazos: me azotan mi Ama, su amiga, y una docena de mujeres más.

VIII

Isabel estaba radiante, con un vestido vaporoso de tirantes que dejaba ver su escote, así como sus hermosas piernas hasta medio muslo; y se había puesto otra vez las sandalias que ya le conocía, con un bonito sombrero de alas para el sol. Recuerdo que al verla, además de pensar en lo hermosa que me parecía, me di cuenta de que mi trabajo estaba casi terminado, pues en el centro de la cantera no quedaba ninguna piedra mayor que un guijarro. Pero mi alegría se vio interrumpida otra vez por el dicho...

La Posada de Isabel - VII

Mi Ama decide acabar mi segunda jornada con más azotes en el trasero, y otra vez las pinzas en mis pezones. Y, a la mañana siguiente, me manda de nuevo a la cantera; pero ahora, llevando un aparato que me da descargas eléctricas.

VII

Tras recoger con cuidado todos sus instrumentos, Isabel me ordenó que me levantase de la silla, y me pusiera otra vez mis cadenas; para, una vez lo hube hecho, comprobar los cierres, e indicarme que la siguiera. Lo que hice no sin una sensación extraña, pues el balanceo de la jaula al andar, debido a su propio peso, era algo nuevo para mí; aunque yo sobre todo esperaba -con el pene allí encerrado- que no me resultara excitante. Y, por otro lado, el peso de todo el conjunto tiraba de la sonda hacia...

La Posada de Isabel - VI

Mi Ama, con ayuda de su amiga, me depila con cera caliente; luego me repasa con pinzas, ayudada por la aldeana que conocí en los establos, y me pone la jaula de pene, así como el dilatador en la uretra.

VI

Una vez entramos los tres en el patio, mi Ama se llevó los dos caballos a sus boxes, y su amiga me indicó con un gesto lo que yo ya me imaginaba: los dos postes. Hacia allí fui con resignación, y tras quitarme mis cadenas con la llave que ella me entregó, puse mis manos y mis pies en los lugares que ya tan bien conocía, siguiendo sus instrucciones. De inmediato me sujetó con los grilletes, y al volver mi Ama de las caballerizas se marcharon ambas hacia la casa, dejándome allí; seguramente para refr...

La Posada de Isabel - V

Me visita en mi encierro unas extraña mujer campesina; y mi ama decide usarme como presa, en una cacería a caballo junto con su amiga...

V

Al cabo de lo que a mí me pareció muy poco tiempo, pero que a juzgar por la luz que entraba por las ventanas seguramente fueron varias horas, me despertó el relincho de un caballo. Tras desperezarme comprobé que tenía frio, y que me dolía todo el cuerpo; además, la paja sobre la que había dormido me picaba un montón, y se me había enganchado por todas partes, formando una especie de emplasto con la crema. Mientras pensaba todo esto, oí un ruido en el box contiguo, donde había visto que estaba estabu...

La Posada de Isabel - IV

Mi Ama me tiende una trampa, y luego me castiga por haber caído en ella. Primero con el látigo largo, azotándome a dúo junto con una amiga suya, y luego golpeando mi pene con una vara.

IV

Me despertó de mi siesta un dolor en el trasero, y al abrir los ojos pude ver a mi Ama pateándolo, mientras me gritaba que me despertase de una vez; por lo que me incorporé enseguida, parándome frente a ella con los ojos bajos, mirando a sus pies. De inmediato me dijo “¡Ya era hora, perro! Separa los brazos del cuerpo y abre las piernas, que te voy a untar bien de crema. Vas a pasar un buen rato al sol, y no quiero que te quemes, ya te dije que aquí soy yo quien se ocupa de hacerte daño” ; y,...

La Posada de Isabel - III

Enculado por un enorme consolador, y con unas dolorosísimas pinzas en mis pezones, Isabel me hace limpiar los establos; y "atender" a un caballo muy excitado...

III

Pocos pasos me separaban del lugar de mi “encierro activo”: los boxes del establo; al menos habría una docena, y excepto uno, los demás tenían su respectivo caballo allí dentro. Cuando estuvimos frente al primero de ellos, mi Ama cogió de un gancho en la pared lo que, a primera vista, me pareció un arnés, hecho con correas de cuero; pero, al entregármelo ella, observé que, en realidad, era una especie de cinturón de castidad. Aunque, sorprendentemente, no tenía nada en lo que aprisionar mis genita...

La Posada de Isabel - II

Recibo mis primeros azotes, con diversos instrumentos, e Isabel decide ensancharme la uretra y depilarme

II

El camino hasta los dominios de mi Ama fue relativamente breve, quizás quince o veinte minutos; aunque poco o nada pude ver mientras circulábamos porque la situación en la que me encontraba, medio tumbado dentro de mi jaula y en el fondo del maletero, sólo me permitía ver algunos tejados de las casas que íbamos pasando. Cuando detuvo el vehículo, Isabel abrió maletero y jaula y pude ver que estábamos frente a la puerta de una casa de campo encalada, de una sola planta pero bastante extensa; al baja...