Dorothea, mi criada, mi perra, mi amada prostituta
Se la ve entregada y feliz, ejerciendo al fin como mi ramera, como mi criada, como mi perra, como todo aquello que sus sentimientos le venían suplicando que fuese desde hacía tanto tiempo. Vivía al fin en su verdadero rol, todas aquellas situaciones que inundan su vida de auténtico placer.
Puntual como siempre, introduzco la llave en el frío metal de la cerradura que gobierna la puerta de entrada a mi casa, mi palacio, su mazmorra.
Dicha acción, desencadena la más bella de las melodías: El repicar de unos tacones de 12 centímetros, de unos zapatos de negro charol, cerrados y acabados en una fina y perfecta punta, contra el suelo.
Alguien corre enfundada en ellos, al otro lado de la puerta…
Abro esta, la cruzo y me adentro en el salón, situado al final de un largo recibidor....