La celda
Al principio no podía sentir nada. Entreabrió los ojos y solo vio oscuridad. Estaba atada. Estaba desnuda. Pero... ¿dónde? ¿quién? ¿por qué? Gritó y volvió a gritar. Pero nadie la escuchaba.
Al principio no podía sentir nada. Tenía la cabeza embotada, como en una mala resaca. Un sonido agudo y desagradable recorría la distancia que va de un oído al otro, una y otra vez, una y otra vez. Lo único en el mundo era ese mareante, horrísono vaivén. No podía sentir nada más.
Poco a poco, muy, muy despacio, el chirrido se fue haciendo cada vez más tenue y, al mismo tiempo, el resto de sus sentidos empezaron a despertar.
Entonces sintió un sabor ácido, pútrido, que nacía en lo más profundo de...