Antes del divorcio
Antonio le había quitado con cuidado el pantalón vaquero. Siempre empezaba a desnudarla de cintura para abajo. Le gustaba oler sus bragas perfumadas con Aire de Sevilla, el perfume al que era adicta desde la adolescencia. También perfumaba el jardín de los deseos. Llevaba dos meses sin rasurarse. Había visto en una revista de moda íntima que lo más chic era dejar crecer el vello púbico.
Nunca pensó que acabaría viviendo en un viejo molino de agua. Cuando Antonio le dijo que había encontrado una casita muy mona al lado del río Viejo, pensó en dejarlo. No tenían hijos. El divorcio era una opción atractiva. Por eso ahora lamentaba haber escuchado a su marido. Antonio estaba tan ilusionado con la casita del molino que no se atrevió a desilusionarlo.
-Podremos tener caballos. Serás la mejor amazona, nena.
-No sé montar a caballo.
-Yo te enseñaré.
-Tú tampoco sabes montar...