El Mucamo
Pero la realidad fue distinta. Me avergüenza contarla, pero ella insiste en que debo dar testi-monio de mi degradación y yo , sencillamente obedezco. La misma noche de la boda, tras un breve festejo entre los más íntimos, nos refugiamos en la habitación del hotel. Partiríamos por la mañana a Tailandia. Perdidamente enamorado, le dije.
El Mucamo
Salí muy orondo del Registro Civil con mi flamante esposa colgando del brazo. Tener a mis 52 años una mujer tan joven y hermosa era motivo de orgullo. Ella tenía apenas 19. Una niña casi. Bella por donde se la mire, alta, fina, elegante y con un cuerpo escultural. Yo era dueño de una obra de arte. Me sentía como esos millonarios que poseen un valioso cuadro y lo exhiben envanecidos ante sus selectas amistades. Luego de un corto viaje de bodas, viviríamos en mi lujosa residencia de Barcelon...