Las hermanitas hermanadas y Simón

El cuerpo del inexperto joven guardaría mudo nuestros perversos secretos. Llegada la hora, subimos al departamento. La madre se fue. La puerta se cerró y nuestro pacto de dos se abrió por fin. Antes de entrar, Ettel me miró con severidad diciendo -Esta vez, te voy a hacer doler en serio, sábelo.

Sentí que se trataba de un inoportuno pedido listo para arruinar nuestros jueves especiales,  cuando la vecina del tercero dijo que subiéramos dos horas a cuidar a Simón, su hijo. Ella se reuniría con los del cuarto, para jugar a las cartas. Debíamos estar allí para reemplazarla a las 17 hs.

Mi hermana Ettel y yo, solíamos tener nuestros juegos a solas todos los jueves desde nuestra más tierna pubertad.

Todavía a mis 14 años, nuestra madre, nos hacía bañar juntas para agilizar el trámite.

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Una mujer para las hienas

Someterme sin preguntas. Ese era el trato. Los cinco religiosos querían levantar sus vergas bendecidas y violatorias contra una mujerzuela y traspasar las barreras de la represión flagelante de sus penes en ebullición. Yo lo sabría después.

Someterme sin preguntas. Ese era el trato.

Los cinco religiosos querían levantar sus vergas bendecidas y violatorias contra una mujerzuela y traspasar las barreras de la represión flagelante de sus penes en ebullición.

Yo lo sabría después.

Me calcé mi corset encintando mis senos exultantes, hasta la máxima opresión. La sensación de que el corset desbordaba me excitaba, subí mi pequeña tanga negra y sedosa que me calzaba profundo y abroché una falda tan ceñida que se trepaba a mi cad...

Ella, la pequeña virgen puta

Me tomé fuerte de un estante de la biblioteca de su estudio. Me llevó bien arriba para hacerme declinar luego, gimiendo al ritmo de sus espasmos y llenándome bien adentro con su semen. Mejor, vuelvo al principio. Martín, el padre de mi mejor amiga, era un hombre culto dueño de una gran biblioteca.

Me tomé fuerte de un estante de la biblioteca de su estudio. Me llevó bien arriba para hacerme declinar luego, gimiendo al ritmo de sus espasmos y llenándome bien adentro con su semen.

Mejor, vuelvo al principio. Martín, el padre de mi mejor amiga, era un hombre culto dueño de una gran biblioteca.

Yo era una niña de clase alta, decorosa y pacata.

Sin embargo, un rato antes de aquel encuentro, ese mismo día, yo había salido del colegio con una idea latiéndome en la entrepierna. Y así...