De la virginidad y otros pequeños eros

Me había apropiado de la famosísima "pérdida de mi virginidad". Hoy al recordar ese pensamiento, también río. Cuán necesario me es y cuán urgente sigue siendo hackear el sistema con todas sus normas impuestas sobre los cuerpos y cómo estos deben comportarse de frente y en contra del placer.

Algunas veces mi  interacción social se limita a algún espacio virtual. Por ejemplo, los chats anónimos me acompañan desde que tuve acceso a una computadora… hace unos 20 años. La última vez que hice presencia en uno (quizá una semana atrás), tuve contacto con otros seres que como yo, pretendemos abrirnos paso en algún recoveco de la realidad y la ficción mediante el intercambio de palabras, y cuando hay suerte, nos prestamos a compartir imágenes, audios...

Uno de los usuarios abrió la conversación...

Recorriendo las calles de mi colonia.

Casi estando frente a él... con medio cuerpo fuera de su portón, le vi desnudo...Entonces no había internet. Pero sí florecían en mí las ganas de explorar, aprender y disfrutarlo.

Todos tenemos un amor imposible e irresistible. El mío, el de ese entonces, vivía a no más de dos cuadras largas del trabajo de mi madre. Era un chico del salón contiguo en la escuela al que descubrí caminando al regresar con mi madre, y tenía para mí, la mirada y los labios más perfectos.

No hacía mucho que experimentaba los primeros besos, fajes, los primeros flechazos de pasión que comparaba con los turbios amores de las telenovelas que miraban mi abuela y mis tías: fugaces, desatinados, ridículos,...

En el metro de regreso a casa.

...un par de estaciones más adelante, avancé con torpeza entre las personas para acercarme a la puerta de salida. Cuál piezas que se mueven en un tablero de ajedrez, para completar una jugada, ese moreno de deleitable piel y yo, quedamos a poca distancia...

El  calor sofocante en el vagón del metro, de las sensaciones que acompañan a toda persona citadina. De ese día en  particular, me recuerdo ir agarrada de la parte superior del pasamanos, aprovechando para estirar un poco los brazos con la mochila en el piso, entre las piernas. En la proximidad de la gente a veces resultaba difícil sostenerme en pie mientras empujaban para un lado o el otro.

Volvía de la escuela a casa, y vestía lo más cómoda: unos mayones, calcetines, tenis, una playera, y la estor...