No consentido en la iglesia. Distinto a todo.
-Hija, yo no soy hombre, sirvo a Dios. No juegues con eso. -¿Con qué, padre?- y lo arrinconó con su camiseta amarilla a punto de reventar. No llevaba sujetador y se le marcaban los pezones exageradamente, y esas tetas tan ricas...
Eran las cinco en punto. Mónica y Bea se miraron, sonrieron y entraron a la iglesia. El templo estaba vacío, la luz entraba por las ventanitas. Y se veía el polvo en el aire.
-Debe de estar dentro-dijo Bea-Vamos.
Se encaminaron hacia la sacristía. Tocaron a la puerta y se oyó una voz desde dentro que decía: Pase.
Y pasaron las dos chicas, tan cortas de falda como de moral. Tan aburridas como salidas. Tan irreverentes como atrevidas. Tan sedientas de venganza como cachondas.
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