La profesora de matemáticas

El último día de clase, antes de las vacaciones de Navidad, mi profesora de matemáticas me pide ayuda para llevar unos paquetes a su despacho.

En 3º de Bachillerato, del Bachillerato antiguo del año 1973, yo tenía una profesora de matemáticas que por inercia de un pasado infantil aún reciente, todos llamábamos señorita. Y lo hacíamos, no solamente con ella. A todas las profesoras las llamábamos así, con independencia de su edad o estado civil. Se trataba de la señorita Martínez. No recuerdo ni su nombre de pila, ni mucho menos su segundo apellido. Tendría algo menos de treinta años, aunque por aquel entonces no estaba muy ducho en calcular edades,...

Un viaje de trabajo

Le empresa nos envió a dos compañeras de trabajo y a mi a un cursillo en Madrid.

Me llamo Juan y tengo cuarenta y cinco años y soy Jefe de Departamento de una multinacional dedicada a la gestión de empresas. Dirijo un equipo de diez personas, del que la mitad son mujeres. A principios del verano pasado, se organizó un cursillo en la capital para adquirir la formación necesaria para la puesta en marcha de una nueva operativa en el área de clientes, y se dispuso por la dirección que asistieran de cada provincia el Jefe del departamento y dos empleados, cuyas funciones estuvieran relaciona...

Una tarde aburrida

Aburrido en casa, me pongo a espiar a la vecina y me sorprende mi hermana.

Lo que transcribo a continuación es el relato de lo que ocurrió el día en que me inicié, de forma abierta y sin remilgos, al sexo. Constituye un recuerdo del pasado, explicado hoy con la perspectiva que permite la experiencia. Por eso, el relato puede contener expresiones o interpretaciones que son más propias de un análisis retrospectivo, realizado actualmente.

Ocurrió una calurosa tarde del mes de junio, a punto de empezar oficialmente el verano de 1976 en la que después de comer, todos los miembros...

Los masajes de mi hija

Mi hija, fisioterapeuta diplomada, se ofrece a darme unos masajes, después de un día de senderismo que me había dejado molido.

Tengo cincuenta y dos años. Enviudé hace cinco y mi única hija, Isabel, que tiene veinticinco, sigue viviendo en casa. Según había dicho más de una vez, no tenía ninguna prisa en abandonarme. Ella ponía como excusa, entre bromas y risas, que quería cuidar de mí. En realidad es que aún no era independiente económicamente, pues aunque tenía estudios universitarios en Fisioterapia, no había encontrado un trabajo de su profesión, y trampeaba con contratos temporales, mayormente en supermercados y grandes superf...