Detrás del extremo (10. El coche de alquiler)
Noté su rabo duro rozarse contra la tela de mi ropa interior, colándose un rastro de frío que identifiqué como restos de líquido preseminal que habrían empapado mi ropa interior.
A pesar de las emociones, aquella noche dormí bien. Al despertar, descubrí que Aday me miraba con curiosidad.
—Buenos días —dijo, y sonrió.
Aquel gesto me animó, aunque no tenía del todo claro cómo interpretarlo. En cierto modo tenía miedo de que definir aquello lo limitara; a la vez, me daba vértigo pensar hasta donde podía llegar, de modo que antes de pronunciar una sola palabra debía ordenar mis ideas.
Pasamos unos minutos mirándonos en silencio, como si nos estuviéramos analizando. Lue...