Vacaciones

Suspiré de deseo. Él se entretuvo mirándome a los ojos, deslizándose como el reflejo del sol sobre el mar. Te prometes que no volverás a cometer un error, y de repente todas tus intenciones se transforman en papel mojado.

Desperté por el calor. Sentía la piel húmeda y la bajera apegada, y la sábana molestándome en la punta de los pies. El sol filtraba a través de la persiana una luz fina e intensa que repicaba en aquel gran espejo alargado. No debía de ser primera hora. Me sentía descansada, como después de un sueño eterno. A mi lado, Alberto dormía, también desnudo, con esa respiración lenta y profunda que me tranquilizaba durante las noches de insomnios, como un punto de apoyo cuando ante ti sólo ves un mundo pesadísimo y...

Reconstrucción

Fue entonces cuando vi que quizás algo no funcionaba, como el anterior sábado, cuando después de dos semanas sin intimar, yo me vestí con la transparencia que tanto le gusta pero él puso una excusa y quiso dormir.

Me levanté, apilé los dos platos y los dos vasos y los llevé a la cocina. Marcos no se movió, no me siguió con su botella de vino y la mía de cerveza, y las sobras de pan y fruta. Ni siquiera lo reunió todo en un rincón de la mesa, como hacía a veces. No me importó demasiado. De hecho, entonces, todavía no me había dado cuenta de aquel silencio. Había sido un día largo también para él, y sin embargo al llegar a casa me había encontrado la cena hecha, la mesa puesta y el beso de bienvenida, esas pequeñas rut...

Primera cita

Decidirse a quedar. Hablar, cenar y ver qué pasa.

"Me imaginabas diferente, ¿no?"

Lo dijo con naturalidad, sin rastro autocompasivo, como quien constata un hecho lejano y aséptico. Noticias de internacional en el periódico.

"¿Me imaginabas más guapo?, ¿más alto?..."

"Más alto", respondí saliendo al paso.

"Ya te lo dije, que no llegaba al metro setenta."

"Lo sé, lo sé..."

"Son las fotos, que engañan ...", agregó mientras pinchaba una anilla de calamar y se la llevaba a la boca. Yo todavía estaba un poco tensa sin saber mu...

Lavanda

Apuré el vino que me quedaba sin perderla de vista. Sonaba un piano en modo menor. Se llevó las manos al cinturón del albornoz sin dejar de mirarme, seria, con el pequeño mechón todavía sobre el rostro y la piel ocre y mi corazón que no dejaba de latir y latir.

Cuando llegué un vaho húmedo me impregnó la piel. Sólo un poco, sólo el rostro, pero suficiente para saborear el gusto de lavanda que había quedado suspendido en el aire.

"Un minuto, que ya salgo", oí de entre las paredes, justo antes de que el secador se pusiera en marcha.

Yo cerré la puerta y dejé la cazadora de cuero en la percha de la esquina. En la casa había calidez, pero dudé si realmente era la temperatura o la mesa ya puesta con las velas a punto de encenderse lo que me daba esa sensaci...