Señor Gregory
Cristina llegaba tarde a trabajar y, por si fuera poco, no en las mejores condiciones y, para mejorarlo, con la primera persona que se topó fue con su jefe.
Cristina trató de coser el botón por tercera vez, y por tercera vez se pinchó con la maldita aguja. Suspiró frustrada y tiró el blanco botón sobre la cómoda, se miró al espejo y se arregló lo máximo posible para tratar de no mostrar tanto escote.
Iba a trabajar, no a prostituirse, y por culpa de la efusividad de su novio, los primeros tres botones de su camisa de trabajo habían volado la noche anterior, dejando ahora su canalillo mucho más expuesto de lo normal.
— ¿No tienes otra camisa?
S...