Las mejores tetas de toda la oficina

Mi compañera María tenía las mejores tetas de la oficina, pero eso no la facultaba para hacer lo que le diera la gana.

Mi nombre es Alberto y soy visitador médico, una especie de comercial de productos farmacéuticos que informa y asesora tanto a médicos de familia como especialistas. Trabajo para un conocido grupo farmacéutico, aunque en realidad no llevo demasiado tiempo en esta empresa. Precisamente, en este relato contaré como una compañera de trabajo intentó utilizar su veteranía para burlarse de mí. Como si, por ser novato, hubiera de dejarme avasallar como un pelele.

La tarde anterior, mi encargado me había comu...

María nunca tiene suficiente.

Cuando una mujer casada invita a dos hombres a casa, algo trama.

Este relato es la continuación de: “Las mejores tetas de toda la oficina”

― Veo que al final os habéis entendido ―dijo Don Jaime.

Estupefacta, María se quedó mirando a su jefe, aunque un par de segundos después se incorporó y recompuso su vestido lo mejor que pudo. No perdió tiempo en volver a ponerse el sujetador, sino que se limitó a guardarlo en un cajón para quitarlo de la vista. Luego, sin decir nada, señaló el papel de cocina que había sobre la encimera, justo al lado de Don Jaime.

E...

El casting

Matar a alguien no es nada del otro mundo. Basta con observar, vigilar, reflexionar y, llegado el momento, condensar lo mejor de ti en el cañón de un rifle, la punta de un cuchillo o unas gotas de veneno. Eso es todo.

Matar a alguien no es nada del otro mundo. Basta con observar, vigilar, reflexionar y, llegado el momento, condensar lo mejor de ti en el cañón de un rifle, la punta de un cuchillo o unas gotas de veneno. Eso es todo. No hacerse preguntas místicas, no dejarse llevar por la pasión y actuar siempre metódicamente, es eso lo que distingue a los mejores.

Ayer falleció mi tía. “Preferiría morir antes de perder la cabeza y ser una carga para los demás”. No sé cuantas veces me lo había repetido, así que cómo...

Negra

El cliente no la eligió por haber sido la primera de su promoción universitaria, ni tampoco porque hubiera ganado la mayoría de sus juicios hasta la fecha, sino por ser mujer, de mediana edad, y negra.

Hace cosa de un año, por Navidad, organizamos uno de esos juegos en los que los compañeros de trabajo se hacen regalos los unos a los otros. Lo del “amigo invisible” tiene fans y detractores, también escépticos como yo que simplemente se dejan arrastrar por la imbecilidad humana para no quedar unos cretinos.

Los promotores de amigo invisible eran siempre ellos, Ramiro y Joaquín, como lo eran de todas las celebraciones y jolgorios extraoficiales en el Laboratorio Farmacéutico para quién yo trabajaba. ...

Mientras mi esposo hacía deporte

Aún no entiendo lo que pasó. Mientras mi esposo estaba corriendo una maratón, yo me sentí irresistiblemente atraída por aquel desconocido.

NOTA: Este relato es una edición a mi gusto de: “Citius, altius, fortius”, escrito por elamanuense, un escritor a quien recomiendo leer.

Mi marido corre maratones populares, un par de ellas todos los años. Yo deporte no hago, pero lo acompaño en esas escapadas que, si bien no me atrevería a calificar de románticas, al menos me sirven para conocer distintos lugares de la geografía española.

Tal fue el caso aquel fin de semana en que nos desplazamos a Valencia, una preciosa ciudad costera a orilla...

Solterona

Ella era algo más joven que mi mujer, pero seguía soltera y sin compromiso, que se supiese. Al parecer, siendo moza había salido con un par de chicos, pero ni siquiera los llegó a presentar en familia.

Mi nombre es Alberto. Para los que aún no me conocen, sólo decir que no hace mucho que cumplí los cuarenta años y vivo en el sur de España. Por lo demás, soy alto y de piel morena, hago mucho deporte, visto con estilo, y me gustan las mujeres que leen libros y gritan en la cama.

Les voy a contar algo que ocurrió hace tiempo y que ha tenido una gran repercusión en mi vida. Yo viajaba con rumbo estable y viento de los alisios, pero aquel día todo cambió. Se acabó navegar plácidamente en el pueblo.

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Soltera

Era algo más joven que mi mujer, pero seguía soltera y sin compromiso, que se supiese.

Mi nombre es Alberto. Para los que aún no me conocen, sólo decir que no hace mucho que cumplí los cuarenta años y vivo en el sur de España. Por lo demás, soy alto y de piel morena, hago mucho deporte, visto con estilo, y me gustan las mujeres que leen libros y gritan en la cama.

Les voy a contar algo que ocurrió hace tiempo y que ha tenido una gran repercusión en mi vida. Yo viajaba con rumbo estable y viento de los alisios, pero aquel día todo cambió. Se acabó navegar plácidamente en el pueblo.

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Una reina cualquiera

Mat Cauthon, un caballero de dudosa reputación, es enviado al reino vecino como escolta de la heredera al trono. Sin embargo, la verdadera misión de Mat es averiguar cuales son los nuevos aliados de la reina Tylain.

Mat recogió la carta sellada del escritorio y, mientras aguardaba la llegada de la reina, se quedó abstraído mirando su gran retrato. Reina o no, resultaba difícil apartar los ojos de aquel amplio escote rematado de fina puntilla. Una vista que enmarcaba bellas redondeces, si bien cuanto mayor es el busto de una mujer, está menos quiere que se lo miren. Al menos, sin disimulo.

La blanca vaina del puñal que portaba en la cintura indicaba que era viuda. Tampoco es que importara. Mat se enredaría con la...

Desnúdese, señorita.

La muchacha de la limpieza me acaba de contar que a su novio le gustaría hacer un trío.

Aún resollaba cuando Alba me dijo que quería contarme una cosa. Era curioso que hablara en voz baja después de la escandalosa manera con que había gritado unos minutos antes.

Ya no había forma de hacer el amor con ella, por más que lo intentaba, siempre acabábamos follando. En una ocasión, mi reloj Garmin estimó que había quemado unas 1000 calorías en la cama. Cierto que aquella vez yo había tratado de aguantar lo más posible, pero aún así, lo cierto era que el sexo con aquella treintañera salvaje se...

Separe las piernas, abogada.

Esta tarde tuve que acudir al despacho de mi abogada con una demanda de dieciocho centímetros.

ESTE RELATO ES LA CONTINUACIÓN DE: “Abra la boca, doctora”.

— Mira, imbécil —le dije tranquilamente al mastodonte del gimnasio— Yo no soy tu novia. A mí no tienes que darme explicaciones, a mí tienes que darme la pasta del Sr. Narco, porque si no, el Sr. Narco va a mandar a cuatro tipos más grandes y feos que tú y te van a arrancar los dientes con unos alicates, ¿te enteras? Así que vende tu coche, pídeselo a tu abuela o pide un puto préstamo, pero págame ahora mismo.

Aquel cretino sólo necesito...